Perros.

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   El viernes por la tarde me despierto con inmensas ganas de pintar un perro. Quizás tenga que ver con el sueño por el cual mediante no se que arte que hacemos los hombres me he mantenido dormido hasta las 4 de la tarde. Miró el reloj y se me ve precioso, un atisbo de dolor me sobreviene mientras giro mi cabeza para contemplar el cuadro inacabado de "Jorge el relojero" muerto hace tan poco y presente en mi memoria. Me levantó y enciendo un cigarro, siempre que tengo sueños me gusta fumar antes del desayuno, bueno y cuando no sueño también. Poco a poco el velo de la incertidumbre va cerrando mi mente
  ¿Porqué habré soñando yo aquello?
  ¿Acaso significaba mal augurio soñar con perros?

  — Espero que no signifique que caeré preso —digo más alto de la que me hubiera gustado.
Me gusta hablar solo, creo que hablar solo no tiene nada de malo, al menos mientras uno está solo. Una vez me descubrí hablando solo en el transporte público. La guagua iba a rebosar de personas y nadie se sentaba a mi lado imagino que porque pensaron que estaba poseído o quería matar a alguien. Si quería matar a alguien, a mi mismo. También ahora lo quiero, desde que Erne se suicidio pienso mucho en eso.

  — No todo se lo debemos dejar a Dios —sigo hablando y me santiguo pa que se vaya lo malo

— ¡Ache! —sigo hablando.

  — Ache —escuchó q dicen y cuando miro es Alfredo, el señor mayor que vive al final del pasillo.
Un hombre gordo y pesaroso como un amanecer de julio muy poco se de el a parte de que es un babalao empedernido y que en el barrio las madres le dicen a los niños que si no se portan bien el viejo Alfredo se los llevará, eso del viejo del saco ya pasó de moda.

  Lo saludo con la mano y el sigue su camino, solo en ese momento me percaté de que había dormido con la puerta abierta. Rápidamente me pongo a buscar y acomodar todas mis pertenencias con un celo irremediable hasta cersiorarme que no me habían robado nada.

  — Es que no tienes nada que se pueda robar —sonrio entre dientes y miro mis cuadros en la pared.
Me había olvidado de ellos pero con solo pasar los ojos se que están todos, los conozco tan bien como ellos a mi. Alguien se hubiera alegrado de ver todo lo suyo allí pero yo no se porque razón me puse triste ¿Acaso quería que alguien me robara un cuadro? probablemente si, así sabría que al menos a algún ladrón de baja calaña le gusta lo que hago.

  Como un flechazo me viene de golpe el sueño q estaba intentando olvidar hasta la hora de pintarlo, la mente es traicionera. Me acosté en mi maldito colchón que probablemente me terminaría dejando parapléjico. Nunca entendí como hay personas que se atreven a estudiar medicina con esas palabras tan difíciles y siendo la gente tan ingrata.

  — Los médicos so héroes —digo a media voz y tenía razón, años más tarde lo de mostrarían cuando la pandemia arrasara el mundo.

Allí semidesnudo y todavía con la puerta abierta encendí otro cigarro y en ayunas como todos los días me puse a buscar entre las botellas vacía que hay pegadas a la pared de la puerta si alguna de ellas tenía un poco de alcohol para acallar los males que me atormenta.
  — Y despertar otros —digo cuando al fin encuentro una botella de Cubay con el suficiente alcohol para emborrachar a una oruga.
 
  El sueño volvió y me envolvió como las nubes de tormenta al cielo azul, sin truenos ni sobresaltos, solo una oscuridad grisácea y triste se fue dibujando ante mi, mis ojos cerrados ya no veían el negro con manchas violáceas de siempre sino el gris de tormenta y uno que otro destello amarillo de un rayo q perturba la paz de mis pensamientos. Estaban allí otra vez. Los perros grandes y fieros me miraban como si yo fuera su presa, lo era. Algunos eran pequeños como moscas y otros grandes como personas. Formaban un triángulo equilátero a mi alrededor y yo estaba sentado en el medio. Era un interrogatorio y yo no hablaba su idioma, todos ladraban y con cada ladrido una nueva piedra se formaba en mi estómago, aquello me estaba matando. Uno de los perros, tan grande como yo y tan negro como las cosas malas se acercó lentamente, apoyo sus pesadas patas en mis muslos y sentí la presión de estar cerca de morir.
Era una bestia magnifica y letal pero yo no sabía su raza, no soy muy ee perros. Su cabeza casi simétrica, sus orejas de triángulo, su mandíbula de asesino serial y su cuerpo aerodinámico eran un espectáculo a todo lo que un hombre teme cuando cae la noche y se elevan aullidos, ladridos y gruñidos en el horizonte. Sus ojos eran un rojo vino mezclado con negro, parecía que la sangre de todas sus víctimas hubiera ido a parar a sus ojos para darle la potestad de decir con una mirada si vas a morir o no, era un espectáculo magnífico y escalofriante, así deberían ser todos los espectáculos. Por momentos me alegré de saber que semejante bestia me iba a dar muerte.

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