Despúes del instituto, mi intención era cursar estudios en la Universidad de Carolina del Norte, en
Chapel Hill. Mi padre quería que fuera a Harvard o a Princetown como algunos de los hijos de otros
congresistas, pero con mis notas eso no iba a ser posible. Y no es que fuera mal estudiante, no;
simplemente, no me concentraba en los estudios, y mis notas no estaban, por decirlo así, a la altura de
solicitar mi ingreso en una de las dos universidades más reputadas del país.
En mi último curso en el instituto, mi única esperanza era que me aceptaran en la Universidad de
Carolina del Norte, la alma máter de mi padre, una institución donde él podía mover ciertos hilos,
dado que gozaba de influencia. Durante uno de sus fines de semana en casa, se le ocurrió la genial
idea de colocarme a la cabeza de los candidatos.
Acababa de terminar mi primera semana de clase y nos hallábamos sentados a la mesa,
dispuestos a cenar. Mi padre iba a pasar tres días en casa por el puente del Día del Trabajo.
—Creo que deberías presentarte para el puesto de presidente del cuerpo estudiantil —sugirió—.
Te graduarás en junio, y creo que sería un punto a tu favor en tu expediente. Tu madre también está de
acuerdo, para que lo sepas.
Mi madre asintió mientras masticaba una cucharada de guisantes. Cuando mi padre estaba
presente, ella no solía hablar demasiado, aunque me guiñó el ojo. A veces creo que le gustaba verme
un poco angustiado, aunque fuera una mujer dulce y bondadosa.
—No creo que tenga posibilidades de ganar —contesté.
A pesar de que era el chico más rico del instituto, no era ni mucho menos el más popular. Ese
honor se lo llevaba Eric Hunter, mi mejor amigo. Él podía lanzar una pelota de béisbol a casi ciento
cincuenta kilómetros por hora y, dado que era el mejor jugador del instituto, había contribuido a que
el equipo de fútbol ganara todos los premios estatales. Era el mejor. Incluso su nombre sonaba bien.
—Por supuesto que puedes ganar. Los Carter siempre ganamos —replicó mi padre.
Esa es otra de las razones por las que no me gustaba estar con mi padre. Durante sus escasas
estancias en casa, creo que quería modelarme a su imagen y semejanza. Puesto que yo me había
criado prácticamente sin él, me resentía cada vez que lo tenía cerca. Aquella era la primera
conversación que manteníamos desde hacía semanas. Casi nunca hablaba conmigo por teléfono.
—Pero ¿y si no quiero hacerlo?
Mi padre bajó el tenedor, con un trozo de carne de cerdo todavía ensartado en las púas, con cara
de pocos amigos. Vestía un traje, aunque en el interior de la casa la temperatura rondara los
veintisiete grados; aquello le daba un aspecto más intimidante. De hecho, mi padre siempre llevaba
traje.
—Creo —dijo él lentamente— que sería una buena idea.
Yo sabía que, cuando él hablaba de ese modo, no había nada más que añadir. Así funcionaban las
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Un Amor Para Recordar
RomancePrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...