A los diecisiete años, mi vida cambió para siempre.
Mientras camino por las calles de Beaufort cuarenta años más tarde, pensando en aquellos meses
de mi vida, lo recuerdo todo con tanta claridad como si fuera ayer.
Recuerdo que Jamie contestó que sí a mi pregunta y que los dos nos pusimos a llorar juntos.
Recuerdo la conversación que mantuve con Hegbert y con mis padres para explicarles lo que
necesitaba hacer. Ellos interpretaron que solo lo hacía por Jamie, y los tres intentaron disuadirme,
sobre todo cuando se enteraron de que ella había dicho que sí. No comprendían, y tuve que dejárselo
claro, que necesitaba hacerlo por mí.
Estaba enamorado de ella, tan profundamente enamorado, que no me importaba si estaba enferma
ni que no pudiéramos estar juntos mucho tiempo; ninguno de esos factores me parecía relevante. Lo
único que deseaba era hacer lo que mi corazón me dictaba. Era la primera vez que Dios me hablaba
de forma directa, y, de ningún modo, pensaba desobedecerlo.
Supongo que algunos pensarán que lo hice por pena; los más escépticos quizás incluso se
preguntarán si lo hice porque sabía que Jamie pronto moriría, por lo que en realidad no asumía un
compromiso a largo plazo. La respuesta a ambas preguntas es: no. Me habría casado con Jamie
Sullivan fuese lo que fuese lo que le deparara el futuro. Me habría casado con Jamie Sullivan si el
milagro por el que tanto había rezado se hubiera cumplido de repente. Lo supe en el momento en que
se lo pregunté, y hoy sigo teniendo la misma certeza.
Jamie era más que simplemente la mujer a la que amaba. En aquel año, ella me había ayudado a
convertirme en el hombre que soy. Con su mano firme, me mostró la importancia de ayudar al
prójimo; con su paciencia y bondad, me enseñó el verdadero significado de la vida. Su valentía y
optimismo, incluso en los momentos más graves de su enfermedad, fueron lo más sorprendente que
jamás he visto.
Hegbert nos casó en la iglesia bautista, con mi padre de pie a mi lado como padrino. Eso fue otro
de los logros de Jamie. En el sur, la tradición marca que tu padre esté a tu lado el día de tu boda,
pero para mí hubiera sido una tradición sin sentido antes de que Jamie llegara a mi vida. Ella nos
había unido a mi padre y a mí de nuevo; además, también había conseguido cerrar algunas de las
heridas entre nuestras dos familias.
Después de lo que mi padre había hecho por Jamie y por mí, supe que siempre podría contar con
él. A medida que pasaron los años, nuestra relación se fue consolidando con más fuerza hasta el día
de su muerte.
Jamie también me enseñó el valor de saber perdonar y el enorme poder de redención que
conlleva el perdón. Me di cuenta el día en que Eric y Margaret fueron a visitarla a su casa. Jamie no
guardaba ningún rencor; ella vivía su vida tal y como marcaba la Biblia.
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Un Amor Para Recordar
RomancePrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...