Capitulo 5

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Al día siguiente, hablé con la señorita Garber, me presenté a unas pruebas y me dieron el papel.

Eddie, por su parte, no se mostró decepcionado, en absoluto. De hecho, me di cuenta de que parecía aliviado, como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Cuando la señorita Garber le preguntó

si no le importaba cederme el papel de Tom Thornton, su cara se relajó al instante y uno de sus ojos

se abrió desmesuradamente.

—Per…, perfecto. Cla…, claro que… sí —respondió tartamudeando—. Lo en…, entiendo.

Necesitó prácticamente diez segundos para expresar su alivio con palabras.

La señorita Garber premió su generosidad otorgándole el papel del mendigo, y todos supimos que

lo haría perfectamente bien. El indigente era mudo, pero el ángel siempre sabía lo que el pobre

estaba pensando. En un momento dado de la obra, ella le tenía que decir al indigente mudo que Dios

siempre lo protegería porque el Señor vela sobre todo por los pobres y los más desvalidos. Se

trataba de una de las muestras necesarias para que la audiencia supiera que aquel ángel había sido

enviado desde el Cielo. Tal y como ya he comentado antes, Hegbert quería que quedara claro quién

ofrecía redención y salvación, y desde luego no iban a ser unos cuantos fantasmas raquíticos que

aparecieran en la obra como por arte de magia.

Los ensayos empezaron a la semana siguiente. Ensayábamos en clase; no podríamos hacerlo en el

teatro hasta que hubiéramos pulido todos los «pequeños inconvenientes». Por pequeños

inconvenientes me refiero a nuestra tendencia a tropezar accidentalmente con los objetos que

formaban parte del decorado. Los habían hecho unos quince años antes, el primer año que se

escenificó la función. El encargado de la puesta en escena fue Toby Bush, un manitas cantamañanas

que había realizado varios decorados teatrales previamente. Era un cantamañanas porque se pasaba

el día bebiendo cerveza, mientras trabajaba, y a eso de las dos de la tarde ya llevaba una

considerable cogorza. Supongo que se le enturbiaba la vista, porque se pillaba los dedos con el

martillo por lo menos una vez al día. Entonces lanzaba el martillo por los aires y corría como un

condenado de un lado a otro, sosteniéndose los dedos con la otra mano, maldiciendo a todo el mundo,

desde a su propia madre hasta al mismísimo demonio. Cuando se tranquilizaba, se tomaba otra

cerveza para calmar el dolor antes de reanudar el trabajo. Tenía unos nudillos grandes como nueces,

permanentemente hinchados a causa de los numerosos martillazos, y nadie deseaba contratarlo de

forma fija. La única razón por la que Hegbert lo contrató fue porque Toby era, a todas luces, el

obrero más barato en el pueblo.

Pero Hegbert no le permitía beber ni blasfemar, y Toby no sabía trabajar en un ambiente tan

estricto. El resultado fue una verdadera chapuza, aunque no resultara obvio a primera vista.

Tras varios años, el decorado empezó a desmoronarse, y Hegbert se encargó él mismo de reparar

Un Amor Para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora