Al día siguiente, hablé con la señorita Garber, me presenté a unas pruebas y me dieron el papel.
Eddie, por su parte, no se mostró decepcionado, en absoluto. De hecho, me di cuenta de que parecía aliviado, como si le hubieran quitado un gran peso de encima. Cuando la señorita Garber le preguntó
si no le importaba cederme el papel de Tom Thornton, su cara se relajó al instante y uno de sus ojos
se abrió desmesuradamente.
—Per…, perfecto. Cla…, claro que… sí —respondió tartamudeando—. Lo en…, entiendo.
Necesitó prácticamente diez segundos para expresar su alivio con palabras.
La señorita Garber premió su generosidad otorgándole el papel del mendigo, y todos supimos que
lo haría perfectamente bien. El indigente era mudo, pero el ángel siempre sabía lo que el pobre
estaba pensando. En un momento dado de la obra, ella le tenía que decir al indigente mudo que Dios
siempre lo protegería porque el Señor vela sobre todo por los pobres y los más desvalidos. Se
trataba de una de las muestras necesarias para que la audiencia supiera que aquel ángel había sido
enviado desde el Cielo. Tal y como ya he comentado antes, Hegbert quería que quedara claro quién
ofrecía redención y salvación, y desde luego no iban a ser unos cuantos fantasmas raquíticos que
aparecieran en la obra como por arte de magia.
Los ensayos empezaron a la semana siguiente. Ensayábamos en clase; no podríamos hacerlo en el
teatro hasta que hubiéramos pulido todos los «pequeños inconvenientes». Por pequeños
inconvenientes me refiero a nuestra tendencia a tropezar accidentalmente con los objetos que
formaban parte del decorado. Los habían hecho unos quince años antes, el primer año que se
escenificó la función. El encargado de la puesta en escena fue Toby Bush, un manitas cantamañanas
que había realizado varios decorados teatrales previamente. Era un cantamañanas porque se pasaba
el día bebiendo cerveza, mientras trabajaba, y a eso de las dos de la tarde ya llevaba una
considerable cogorza. Supongo que se le enturbiaba la vista, porque se pillaba los dedos con el
martillo por lo menos una vez al día. Entonces lanzaba el martillo por los aires y corría como un
condenado de un lado a otro, sosteniéndose los dedos con la otra mano, maldiciendo a todo el mundo,
desde a su propia madre hasta al mismísimo demonio. Cuando se tranquilizaba, se tomaba otra
cerveza para calmar el dolor antes de reanudar el trabajo. Tenía unos nudillos grandes como nueces,
permanentemente hinchados a causa de los numerosos martillazos, y nadie deseaba contratarlo de
forma fija. La única razón por la que Hegbert lo contrató fue porque Toby era, a todas luces, el
obrero más barato en el pueblo.
Pero Hegbert no le permitía beber ni blasfemar, y Toby no sabía trabajar en un ambiente tan
estricto. El resultado fue una verdadera chapuza, aunque no resultara obvio a primera vista.
Tras varios años, el decorado empezó a desmoronarse, y Hegbert se encargó él mismo de reparar
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Un Amor Para Recordar
RomancePrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...