Decir que la obra fue un éxito tremendo sería quedarme corto. La audiencia rio y lloró, lo que, en
gran medida, era nuestro objetivo. Pero debido a la presencia de Jamie, la función se convirtió en
algo muy especial, y creo que todos mis compañeros de reparto se quedaron tan gratamente
impresionados como yo con el resultado final. Todos exhibían la misma mirada extasiada que yo la
primera vez que vi a Jamie vestida de ángel, lo que contribuyó a que actuaran con más garbo.
Terminamos la primera función sin ningún contratiempo, y la noche siguiente hubo aún más
espectadores, por más que cueste creerlo.
Incluso Eric se dejó caer más tarde por el camerino para felicitarme, lo que, después de lo que
me había dicho, fue una grata sorpresa.
—Los dos lo habéis hecho fenomenal —dijo simplemente—. Estoy muy orgulloso de ti, chaval.
Mientras me estaba felicitando, la señorita Garber no dejaba de exclamar «¡Maravilloso!» a
cualquiera que pasara por allí cerca, repitiéndolo tantas veces que seguí oyéndolo incluso cuando me
acosté aquella noche.
Busqué a Jamie cuando se cerraron las cortinas por última vez, y la vi en un rincón, con su padre.
Él tenía lágrimas en los ojos —era la primera vez que lo veía llorar— y estrechaba a Jamie entre sus
brazos; se quedaron abrazados durante mucho rato. Él le acariciaba el pelo y susurraba: «Mi ángel»,
mientras ella mantenía los ojos cerrados. Incluso a mí se me formó un nudo en la garganta.
Me di cuenta de que, después de todo, no era tan malo eso de hacer «lo correcto».
Cuando finalmente se soltaron, Hegbert, orgulloso, se acercó con su hija al resto del grupo, y
Jamie obtuvo una lluvia de felicitaciones de parte de todos sus compañeros. Ella sabía que lo había
hecho bien, aunque no dejaba de decir que no entendía el porqué de aquel gran éxito. Se comportaba
como de costumbre, con una alegría genuina, pero, con aquel aspecto tan embelesador, su actitud
adquiría un sentido totalmente nuevo. Yo permanecí en un rincón, permitiéndole gozar de su momento
de gloria, y he de admitir que, en cierto modo, me sentí como el bueno de Hegbert. No podía evitar
sentirme feliz por ella, incluso orgulloso. Cuando Jamie me vio de pie en el rincón, se excusó
educadamente del grupo que la rodeaba y se alejó de ellos. Se detuvo cerca de mí.
Me miró a los ojos y sonrió.
—Gracias. Has hecho que mi padre se sienta muy feliz.
—De nada —contesté sinceramente.
Lo extraño fue que, cuando lo dijo, me di cuenta de que Hegbert se iría a casa con ella, y por una
vez deseé tener la oportunidad de ser yo quien la acompañara.
El lunes siguiente era nuestra última semana de clase antes de las vacaciones navideñas, y
teníamos exámenes cada día. Además, tenía que acabar de cumplimentar mi solicitud de ingreso para
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Un Amor Para Recordar
RomancePrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...