Como norma general, los miembros de la iglesia bautista del sur no bailan. En Beaufort, sin
embargo, aquella no era una regla estricta. El reverendo que había precedido a Hegbert —no me
preguntes cómo se llamaba— adoptó un enfoque más laxo sobre la asistencia a bailes en el instituto
siempre que los alumnos estuvieran acompañados por algún adulto, así que esos bailes se habían
convertido en algo tradicional entre la congregación. Cuando Hegbert ocupó su puesto, ya era
demasiado tarde para cambiar de criterio. Jamie era seguramente la única chica que no había asistido
a ningún baile en el instituto, y, con toda franqueza, no estaba seguro de si sabía bailar.
He de admitir que también estaba preocupado por cómo iría vestida, aunque no me atreviera a
decírselo. Cuando asistía a actos sociales en la iglesia —promovidos por Hegbert— normalmente
llevaba un viejo jersey y una de sus faldas de cuadros que veíamos en el instituto todos los días, pero
se suponía que el baile de inauguración de curso era una celebración especial. La mayoría de las
chicas se compraban un vestido nuevo, y los chicos iban con traje, y aquel año los organizadores
habían contratado a un fotógrafo para que inmortalizara a los asistentes.
Sabía que Jamie no pensaba comprarse un vestido nuevo, pues no era, exactamente, rica. No se
ganaba mucho dinero con el oficio de reverendo, pero era evidente que los que ejercían la profesión
no lo hacían por motivos económicos, sino por una compensación más bien a largo plazo; no sé si me
entiendes. Pero yo tampoco quería que Jamie asistiera con el mismo atuendo insulso que llevaba en
el instituto todos los días; no tanto por mí —no soy tan superficial—, sino por lo que dirían los
demás. No deseaba que la gente se riera de ella ni nada parecido.
La buena noticia, si es que había alguna, era que Eric no me chinchó demasiado con lo de Jamie,
porque estaba ocupado pensando en su propia pareja. Iba a asistir al baile con Margaret Hays, la jefa
de las animadoras del equipo de béisbol. No es que fuera la chica más espabilada del instituto, que
digamos, pero era bonita…, bueno…, tenía las piernas bonitas. Eric sugirió que fuéramos los cuatro
juntos, pero rechacé su propuesta: no quería arriesgarme a que se burlara de Jamie ni nada por el
estilo. Era un buen chico, pero a veces podía ser un poco desalmado, especialmente después de
tomar unos tragos de bourbon.
El día del baile fue bastante ajetreado para mí. Me pasé casi toda la tarde ayudando a decorar el
gimnasio, y tenía que ir a buscar a Jamie media hora antes porque su padre quería hablar conmigo,
aunque no sabía de qué. Jamie me lo había anunciado el día anterior, y no puedo decir que la idea me
entusiasmara mucho. Suponía que Hegbert me iba a hablar de la tentación y del camino del mal al
que, irremediablemente, nos podía conducir la tentación.
Si sacaba a colación el tema de fornicar, sin embargo, sabía que me daría un patatús allí mismo.
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Un Amor Para Recordar
RomancePrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...