Cierto día a principios de diciembre, cuando apenas quedaban dos semanas más de ensayos, el frío
cielo invernal ya estaba totalmente negro cuando la señorita Garber nos dejó marchar. Jamie me
pidió si podía acompañarla a su casa. No sé por qué quería que lo hiciera; Beaufort no era
exactamente un vivero de actividades delictivas por aquel entonces. El único asesinato del que había
oído hablar había ocurrido seis años antes, cuando un chico murió apuñalado delante de la taberna
Maurice, un tugurio frecuentado por tipos como Lew, por cierto. Durante aproximadamente una hora,
su muerte causó una gran conmoción y los teléfonos no pararon de sonar en todo el pueblo mientras
algunas mujeres se preguntaban asustadas por la posibilidad de que se tratara de un perturbado que
merodeara por las calles, atacando a víctimas inocentes.
Todo el mundo cerró las puertas con llave y cargó las escopetas; los hombres se sentaron junto a
las ventanas del comedor para ver si por su calle aparecía alguien con aspecto de delincuente,
alguien que se moviera con sigilo. Pero la historia se aclaró antes de que la noche tocara a su fin
cuando un muchacho entró en la comisaría de policía para entregarse, y luego explicó que se había
tratado de una pelea que se les había ido de las manos. Evidentemente, la víctima se había largado
del bar sin pagar, por una mera apuesta. Acusaron al joven de asesinato en segundo grado y le
cayeron seis años en la penitenciaría del estado. Los policías en nuestro pueblo tenían el trabajo más
tedioso del mundo; sin embargo, les gustaba contonearse por ahí con soberbia o sentarse en alguna
cafetería mientras hablaban del «gran crimen», como si hubieran resuelto uno de los casos mediáticos
más importantes del país.
Fuera como fuera, la casa de Jamie estaba de camino a la mía, así que no podía decir que no sin
herir sus sentimientos. No es que me gustara Jamie, no me malinterpretes, pero, cuando uno ha pasado
bastantes horas al día con alguien y tiene que continuar viendo a esa persona durante, por lo menos,
otra semana, no le apetece cometer ninguna tontería de la que al día siguiente uno de los dos tenga
que arrepentirse.
La función iba a ser representada el viernes y el sábado siguiente, y mucha gente ya hablaba del
acontecimiento. La señorita Garber estaba tan impresionada con Jamie y conmigo que no paraba de
contarle a todo el mundo que iba a ser la mejor función de toda la historia. Era evidente que se le
daba muy bien eso de hacer propaganda.
En el pueblo había una emisora de radio, y la entrevistaron en directo, no solo una vez sino dos, y
en ambos casos aseveró —cómo no—: «¡Será maravilloso, absolutamente maravilloso!».
La señorita Garber también se había puesto en contacto con la prensa local, y un periodista
convino en redactar un artículo sobre la obra, básicamente por la conexión que existía entre Jamie y
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Un Amor Para Recordar
Roman d'amourPrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...