Más tarde, aquella noche, la llevé a su casa en coche. Al principio no estaba seguro de si recurrir a
la vieja táctica de bostezar alargando el brazo para rodearla con disimulo por el hombro, pero, si he
de ser sincero, no sabía exactamente qué sentía ella por mí.
Era cierto que me había dado el regalo más maravilloso que nadie jamás me había hecho y,
aunque probablemente nunca abriría aquella Biblia para leerla con el mismo fervor que ella, sabía
que para Jamie eso suponía desprenderse de una parte esencial de su vida. Pero era la clase de
persona que donaría un riñón a un desconocido que acabara de conocer por la calle, si de verdad lo
necesitará, así que no estaba exactamente seguro de cómo interpretarlo.
Jamie me había dicho una vez que no era tonta, y supongo que finalmente yo había llegado a la
conclusión de que no lo era. Quizá fuera un poco…, bueno, diferente…, pero ella había deducido lo
que yo había hecho por los huérfanos y, analizándolo en retrospectiva, creo que incluso lo sabía
cuando estábamos sentados en el suelo de su comedor contando las monedas. Cuando dijo que era un
milagro, supongo que se refería específicamente a mí.
Recuerdo que Hegbert había entrado en el comedor mientras Jamie y yo estábamos hablando de
la cantidad total de dinero, aunque no dijo gran cosa. Últimamente, el viejo Hegbert se comportaba
de una forma extraña; por lo menos, a mí me daba esa impresión. Es cierto que en sus sermones
seguía abordando la cuestión de la codicia, y todavía hablaba de fornicadores, pero sus sermones
eran más cortos que de costumbre; incluso de vez en cuando se tomaba una pausa justo en medio, y
entonces lo embargaba aquella extraña mirada melancólica, como si estuviera pensando en otra cosa,
en algo verdaderamente triste.
No sabía cómo interpretar su comportamiento, dado que en realidad no lo conocía tan bien. Y
Jamie, cuando hablaba de su padre, parecía describir a una persona completamente diferente. No
podía imaginar a Hegbert con un gran sentido del humor, de la misma forma que me resultaba
imposible imaginar dos lunas en el cielo.
Bueno, la cuestión es que él entró en el comedor mientras hablábamos del dinero recolectado y
Jamie se puso de pie con aquellas lágrimas en los ojos; Hegbert no pareció darse cuenta de mi
presencia. Dijo que estaba muy orgulloso de ella y que la quería mucho; luego regresó de nuevo a la
cocina y volvió a concentrarse en su sermón, sin siquiera saludarme. Ya sé que yo no había sido
precisamente el niño más devoto de la congregación, pero me pareció que su comportamiento era un
tanto extraño.
Mientras estaba pensando en Hegbert, miré con disimulo a Jamie, que estaba sentada a mi lado.
Permanecía con la vista fija en la ventana, en actitud risueña, casi sonriente, pero distante a la vez.
ESTÁS LEYENDO
Un Amor Para Recordar
RomancePrólogo A los catorce años, mi vida cambió para siempre. Sé que hay personas que se sorprenden cuando me oyen hablar así; me miran con interés, como si Quisieran descifrar qué es lo que sucedió, aunque casi nunca me molesto en dar explicaciones. M...