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BRENDA

Me alegré de la muerte de mi prima.

Estaba deseando que eso pasara desde que se intentó suicidar.

Lo único que frenaba el odio que sentía hacia ella era mi primo Gisli.

Él y yo desde siempre habíamos conectado de una manera muy especial.

Imagino que él ya os lo habrá contado (o contará), pero realmente no somos primos.

Siempre estábamos juntos hasta que empezó a salir con Lena, se volvió más frío, más distante. Empecé a salir todos los días. Descubrí Trondheim por mi propia cuenta.

Gisli siempre tenía un trato diferente con nosotras. Y eso en el instituto se había notado mucho. Para nada era la persona que la gente decía que era.

Gisli era lo mejor que me había podido pasar en la vida. Pero, como la vida nunca es fácil. La verdad acabó saliendo a la luz.

No hablo de nuestra verdad, hablo de MI verdad. Y aquí la única culpable era yo.

Las primeras semanas, Gisli se refugió en Ludmila. Se le veía muy afectado y ella sabía cómo animarlo. Todo empezó a desvariar cuando Helge se le unió al jueguito y empezaron a pasar cosas extrañas.

La muerte de Elin y el encarcelamiento de Kaira eran como un tema tabú en esa casa.

Cualquiera que hablara sobre eso podía sufrir las consecuencias de un Gisli cabreado, la ira de un novio en luto, la melancolía de un emo tras la encarcelación de su mejor amiga y la burbuja de los hermanitos pijos. Por eso todos habíamos empezado a hacer cosas para distraernos de todo.

Los HAVET nos habíamos separado y lo entendía perfectamente. Pero debíamos estar todos juntos y fue lo que no hicimos.

Poco tardé en sumergirme de lleno en el juego de mi “primo”, Ludmila y Helge. Consistía en hacernos bromas constantes, dormir en una sola habitación e ir juntos a todas partes. Por lo que sabía, Gisli había tenido unos episodios muy raros de tristeza.

Las normas que las profesoras habían establecido nada más llegar a la casa, se esfumaron. Cada uno hacía lo que quería, cuándo, dónde y cómo quisiera. Al principio era todo un caos, pero nos acabamos revolucionando todos.

Eran las 3 de la mañana cuando empezamos a escuchar gritos procedentes de otra habitación.

Ludmila fue la primera en despertarse y fue corriendo.

Los tres restantes salimos de la habitación alarmados. Los dos chicos tenían tanto miedo que lo pude ver reflejado en sus ojos.

Helge me había hecho mil putadas, pero realmente era buen chico. Gisli me agarró la mano con fuerza cuando entramos a la habitación de dónde procedían los gritos.

Lo que vivimos en esos 2 meses encerrados, no lo podía vivir ninguna persona.

Entramos siendo 13 adolescentes normales, con sus defectos como todos.

Y salimos… salimos ¿12?

La vida de Hans corría un grave peligro y eso fue una vuelta a la realidad demasiado brusca.

Habíamos pasado de estar en pequeños grupos a estar todos juntos, a ser parte de un teatrillo a estar temblando de miedo, las burbujas que teníamos todos se había reventado con la mayor aguja existente.

Un suicidio.

Hans se había suicidado con un bote de pastillas para el sueño.

Las pastillas que nos dieron los médicos cuando pasó lo de Elin. Todos nos las tomábamos porque en la hora de dormir, la mente te traicionaba y acababas pensando en todo menos en un campo de girasoles.

A los días nos fuimos enterando de la vida de Hans.

Conforme más cosas nos contaba Lena, todos nos fuimos dando cuenta que el final de Hans estaba destinado a acabar antes de lo normal.

Su padre se suicidó también hacía 1 año y, no había podido aguantar tantas cosas.

Lena y él lo habían dejado hacía unos días. Pero aun así, la burbuja de ella se explotó. La vi llorar durante días enteros. Nunca había visto a la súper pija tan afectada por algo.

Quizá sí que tenía sentimientos.

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