♦️Capítulo 12♦️ Encuentro Imprevisto

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Austria, mi primera parada rumbo a Polonia, rumbo a reencontrarme con mi amada. A pesar de sus hermosas montañas, sus largos ríos y sus valles tocados por la mismísima mano de Dios, no debía olvidar que era la Ostmark¹ del Tercer Reich alemán desde hacía cuatro años.

Aunque sinceramente no me sentía pisando suelo enemigo, ya cada rincón de Europa Central pertenecía a las Potencias del Eje. A dónde huyera, iba a encontrarme con las atrocidades de esos homicidas. La guerra pintaba lejos de terminar y como le había escrito a mi querida Karolina, iba acostumbrándome a la desagradable idea de vivir entre unas repúblicas dominadas por dichos imperios.

El tren desde Zagreb me había dejado en Salzburgo y de ahí había partido a Viena, la capital de Austria pretendiendo encontrar comida y alojamiento para pasar esa noche y a primera hora tomar el tren que saliera hasta Varsovia. Llevaba horas viajando cuando cuando me hospedé en un motel lujoso ubicado cerca de la estación, así que no reparé mucho en los gastos que representaba. Me dieron una postal del local junto con las llaves de una habitación con agua caliente. Cuando al fin pude entrar en la tina, todos mis músculos se relajaron agradecidos.

El ambiente cargaba un olor nuevo a pino, las paredes estaban decoradas con madera y en general todo era muy costoso. Por lo menos para mí que nunca había tenido la dicha de dormir en un establecimiento de ese tipo. Estaba todavía en la tina, repasando mentalmente el dinero que guardaba, cuando una voz melodiosa procedente del cuarto continuo me hizo dar un brinco repentino.

Yo conocía esa voz demasiado bien.

No podía creer que después de tanto tiempo, por pura casualidad en el lugar menos esperado, me topara con un conocido que no estuviera muerto.

No lo he dicho antes, pero en el transcurso de mis vivencias en aquella época, era natural ver tirados en las calles a cadáveres que una vez en vida, me ofrecieron un pan, un periódico u otra cosa.

Me sequé y abrigué bien antes de salir por la puerta y sin pensarlo dos veces llamar a la habitación de al lado. Pero la voz seguía entonada con la misma canción que tantas veces repitieron en la radio y como la puerta estaba entreabierta, pasé por ella contemplando una escena encantadora. La cabellera rubia caía mojada sobre sus hombros, sacudiéndose de vez en vez mientras la mujer usaba un secador de cabello. A pesar de su edad, se conservaba excelentemente, brazos delicados, cutis sin imperfecciones y una constitución a la que los años no habían golpeado en absoluto. Un maravilloso olor a lavanda se impregnó en mis fosas nasales y sentí la sensaciones de hogar pese a estar a kilómetros de este. Apenas había percibido mi presencia, por lo que me sacudí mentalmente y la llamé por nombre.

—Aurora.

La cantante se volteó sobresaltada, pero al percatarse quién era, corrió a mí encuentro, recibiéndome con un caluroso abrazo.

—¡Ivo Modrick! Que agradable sorpresa... Es tan... ¿extraño? ¿conmovedor? No sé que adjetivo usar para expresar lo que significa que esté aquí.

—Lo mismo digo —confesé mientras el aroma lavanda retomaba mi olfato para envolverme.

—¡Mírese! Se ha dejado crecer el cabello y la barba —hizo notar cuando nos despegamos—. Le sienta bien, luce alguien distinguido.

—No creo que tanto.

—Hágame caso. —Guiñó un ojo como era tan característico de ella—. Sé de estas cosas.

—Es cierto —concluí—. Imagino que esté en Viena por trabajo.

La sonrisa se borró ligeramente de su rostro, pero hizo un esfuerzo por contenerla.

—Sí... así... así es. —Se aclaró la garganta y volvió a prender el secador— ¿Y usted Ivo? Pensaba que seguiría en Belgrado apoyando al ejército.

—Eh... Surgieron contratiempos y ahora voy rumbo a Varsovia.

De nuevo volvieron a mi cabeza recuerdos dolorosos. Un malherido Dimar suplicando agua, el oficial que derribó mi amigo Bogdan para que pudiéramos huir. La sangre brotando imparable del pecho del joven Alejandro. Los niños desamparados pidiendo clemencia en las calles. El caos entre los ciudadanos trantando de subsistir entre escombros...

Definitivamente no quería volver a poner un pie en Belgrado.

—Mmm, Polonia... ¿Qué mal hizo para que lo envíen a la peor zona de Europa en esta guerra? —bufó, tratando que se escuchara divertido.

—Yo lo pedí, quiero encontrarme desesperadamente con mi prometida.

—La afortunada prometida, claro... —recordó con otra sonrisa—. Pensé que a estas alturas ya se habrían encontrado al menos una vez. Cuanto ha pasado ¿un año? Creí que vivía en Croacia.

—Fui a buscarla pero se había marchado con su familia a Polonia.

—¿Y nunca le avisó de ello?

—Bueno yo...

No supe qué responder. La lógica que ella exponía me hizo darme cuenta del hecho que ignoraba hasta ese instante. O quizás siempre lo supe y mi cerebro me evitaba la pena que supondría meditar en eso. Una carta, solo una para informarme que se mudaban y me hubiera ahorrado mucho tiempo ¿Por qué no lo hizo? ¿Por qué dejó de responderme sin más? ¿Por qué no se aseguró de hacerme llegar que estaba a salvo? ¿Por qué no insistió en mandarme su cariño?

Tantos porqués abarcaron mi cabeza que ya no cabían dentro de la misma. Cerré los ojos por la jaqueca apretándome el puente de la nariz. Había decidido ignorar estas cosas todo el tiempo, y que vinieran de golpe estallándome en la cara era vergonzoso y punzante. De repente me sentí muy enojado con Karolina.

—¿Le ocurre algo?

—Este invierno que... me asienta muy mal.

—Cualquier cosa que quiera hablar —comenzó a decir, apagando el secador—. Estoy aquí.

Era increíble la intuición de aquella mujer. Pero no podía contarle todos mis problemas. Y aunque existía deje de melancolía en la voz femenina, debía permanecer callado. Aurora creía desde que nos conocimos que yo era parte de los refuerzos croatas que apoyaban a los alemanes. Y por mucho que deseara desmentir dicha idea, debía por mi propia seguridad seguir siendo Ivo Modrick, no Dušan. El Dušan que aún huía de su pasado manteniendo la promesa de resguardarse vivo para reencontrarse con su alma gemela. Un alma gemela que empezaba a dudar, se acordara de él.

—Realmente ha sido una buena casualidad encontrarnos aquí... —solté sin saber muy bien qué más decir. Debía apartar los pensamientos negativos.

—Una placentera casualidad diría yo. —Ella me miró con fijación.

No había reparado con detenimiento en los ojos de Aurora hasta esa noche que mostraron un destello peculiar. Por alguna razón me sonrojé ante su intensidad y una corriente invalidante debilitó mis extremidades.

—Yo... debería irme, es tarde.

—Ivo. —La mujer acortó la distancia que nos separaba—. De verdad puede contar conmigo para lo que sea —prácticamente suplicó, apoyando su mano en la zona derecha de mi pecho.

Yo estaba cerca de los treinta, y no tenía experiencia en tratar con mujeres. Pero cualquier hombre se daría cuenta que una situación así surgía cuando el sexo opuesto estaba interesado más de la cuenta. Admiraba a Aurora, era una mujer bella, seductora y madura. Pero mi corazón siempre iba a pertenecer a Karolina. Incluso enojado por la situación que estaba viviendo, seguía amándola con cada célula del cuerpo y pretendía mantener mis planes de casarme con ella y que fuera la única mujer de mi vida.

—Gracias, pero debo marcharme a descansar —dije, separándome de la cantante—. Mañana me espera un largo día. Buenas noches, Aurora.

Me aproximé a la salida, y cuando estaba por cerrar la puerta la escuché murmurar.

—Si acaba la guerra y no encuentra a Karolina, yo misma me casaré con usted.

Le devolví la sonrisa ante la broma y cerré la puerta. O tal vez, no era una broma...

Nota

¹ Ostmark: Fue el nombre dado a Austria durante su anexoramiento a Alemania bajo el dominio Nazi.

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