Me deslizo por el pasillo oscuro hacia la habitación frente a la mía, soy cuidadosa al girar de la perilla y empujarla con lentitud. Tengo que obligarme a avanzar gateando mientras el chico duerme plácidamente enredado entre las sábanas. Newton lo acompaña a su lado como una almohada gigante.
Los dos roncan con libertad.
Llego hacia la mesita donde hay una lámpara y su celular.
«¿Dónde están las llaves del coche?».
Tengo que salir para seguir averiguando lo que trama el chiflado de Hopkins.
Me sobresalto al ver la pantalla de su celular iluminarse, me quedo congelada vigilando algún movimiento de parte de Ramsés, en cambio, sigue inmerso en sus sueños. Tanteo el escritorio revuelto de cuadernos y hojas sueltas sin encontrarlas.
Maldita sea.
Salgo de la habitación en silencio hacia las escaleras, creo que ya sé dónde puedan estar. Alado de la puerta diviso varios juegos de llaves y reconozco una con un colgante que dice «Nueva York».
La ventisca en plena madrugada me perfora hasta los huesos, cierro la puerta tras mi espalda dándome prisa para montarme en el coche. Veo el volante, la palanca y la radio.
—Por los dioses, ¿cómo se enciende un coche?
Y lo peor: No sé manejar.
Las calles están desérticas, solo los postes de luz alumbran el tétrico vecindario. Dejo caer la cabeza sobre el volante con exasperación sin tener una mínima idea de cómo llegaré hacia las afueras de la ciudad. Mi memoria no me ha traicionado, recuerdo las calles a la perfección hacia el solitario edificio. Deben ser como las 2:00 de la mañana por lo que el metro ha dejado de trabajar por el momento.
Dejo las llaves en el interior del coche.
En vez de seguir perdiendo tiempo valioso, emprendo el camino a pie casi a zancadas abandonando la casa en vuelta en una sudadera que me hace sentir extraña al percibir el aroma a suavizante. Froto mis brazos con las manos calentándome más de lo que puedo hacer. No debo exponer mi magia en la calle, temo que me pillen.
Estoy por llegar a la décima cuadra cuando me sobresalto al escuchar el claxon de un coche a mis espaldas. Miro sobre mi hombro la camioneta y través del parabrisas a un despeinado Aitan andando en pijama. Se detiene a mi costado saludándome con la mano.
—¿Qué son estas horas para hacer ejercicio? Te vas a congelar.
—Controlo el fuego, es imposible que suceda.
—Cierto, señorita Avatar —sonríe, inclina su cuerpo hacia la puerta para abrirla —. Vamos, te llevo.
—No te va gustar, por eso prefería ir sola —jugueteo con la puerta —. Es peligroso.
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El talismán de Egon
FantasiaGalatea, una hechicera gruñona y Ramsés, un humano provocador, tendrán que aprender a lidiar bajo el mismo techo donde todo puede salir mal. ... La ciudad de Chicago ha recibido una inesperada visitante sin retorno a su antiguo hogar, con tal de pro...