29 "Consejos de abuela"

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Nora

Después de que Franco saliera de casa, me puse unos zapatos y le seguí, estaba claro que no me iba a tragar lo de ir a hacer deporte.

No estaba segura de si seguirle o no, me daba miedo averiguar a donde se dirigía pero es que necesitaba saberlo, necesito saber si puedo confiar en él o no. Estuvo a punto de pillarme varias veces, en el camino de ida pero era una hora punta y el metro estaba repleto de gente así que era fácil esconderse.

Al llegar al polígono, me invadió una angustia horrible en el estómago, sabía que nada bueno podía estar pasando. Empezaron a pasarme por la cabeza un montón de escenarios horribles sobre lo que podría pasarme porque estaba claro que había quedado con esos locos y como me pillasen la habíamos liado. No conocía a la peña de aquí, pero casi dos de ellos me pegan un tiro así que era normal que estuviese un poco acojonada.

Me paré enfrente de la puerta por la que poco antes había entrado Franco, pasé unos segundos debatiendo conmigo misma si entraba o no pero al final fui valiente  y lo hice, iba temblando y cagada por si alguien me veía pero tuve suerte y no me pasó nada. Aunque por poco me pilla un señor, pero me escondí rápido detrás de una estatua.

El polígono era frío y oscuro pero estaba claro que era una fachada, porque estaba repleto de cuadros y esculturas, supongo que se hacen pasar por un club de artes o algo así, los cuadros y las esculturas que hay son todos negros y blancos, dan muy mal rollo, al entrar en una habitación casi me caigo del susto, había una estatua súper real de un tío con un cuchillo en la mano, estuve a punto de pegar un grito pero me contuve.

Ahora mismo estoy un poco aturdida por todo lo que he escuchado, no sé qué pensar, solo sé que necesito llorar.

—¿Nora?—cuando escucho mi nombre me asusto al instante, mierda, no debería haberme pillado.

Me giro despacio y forzando una sonrisa.

—¿Franco? ¿Qué haces aquí?—digo haciéndome la sorprendida, no le voy a decir que lo estaba siguiendo.

—Eso mismo podría preguntarte yo—me mira desafiante y yo sigo sonriendo.

Da un paso hacia mí pero yo doy otro hacia atrás, la verdad que después de lo que he oído no quiero estar cerca de él, y no es que de repente le tenga miedo, no sé porque pero pondría la mano en el fuego defendiendo que él nunca me haría nada, aún así no quiero tenerle cerca, porque no me ha hecho nada a mi pero si a mucha gente y ahora mismo solo siento asco por él.

—Estaba paseando—es una tontería la excusa que acabo de poner pero es que no me ha dado tiempo a pensar nada mejor.

—¿Paseando? En un polígono industrial a las afueras—no me cree, y es normal, yo tampoco me creería, que desastre ¿Cómo ha podido pillarme? He sido súper cuidadosa.

—Cada uno tiene sus gustos—me río, falsamente y me empiezo a poner nerviosa.

—No hace falta que me mientas, sé que me estabas siguiendo—odio que sea tan listo. Es imposible mentir a este chico, siempre me pilla, no sé cómo lo hace pero me enerva enormemente.

—Mentira—digo a la defensiva.

—Verdad—me rebate, cabreado.

—Bueno eso no importa, ¿Tú no habías salido a correr?—se hace el inocente pero aquí el malo de la historia es él, no yo.

—Bueno, puede ser que te haya mentido, pero era por una buena causa—me coge del brazo y tira de mi—ven vamos andando hacia el metro.

Ambos estábamos parados en la puerta del metro y la verdad que no se me había pasado por la cabeza pero el metro está enfrente del polígono y cualquiera podría habernos visto.

Lo Último que se Pierde es la EsperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora