Canción de Cuna

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Llegaron a casa. Langa y Reki estaban jugando con Miya a la escuelita. Donde Langa era el alumno.

–¿Y por qué no mejor buscan una tecnología que pueda transportarlos sin la necesidad de usar caballos?– preguntó el peli celeste –Como una máquina que pueda ser controlada a voluntad propia ¡Con ruedas!– sonrió.

–¡Castigado!– soltó Miya.

–¿Por qué?– hizo un puchero.

–Por querer cambiar las cosas– le dio un pequeño golpe en la mano.

–Ojalá nunca seas maestro– murmuró Reki –Oh ¿Cómo les fue?– preguntó al darse cuenta de la presencia de los mayores.

–Pues estoy personalmente perturbado– suspiró Kaoru –Iré a dormir. Y ustedes también deberían– los miró.

–Pero aún es muy temprano– hizo Miya un puchero.

–Oh ¿Enserio?– se agachó a su altura –Está bien, pero solo te digo que a esta hora salen los cocos– le lanzó una mirada juguetona.

–¿Los cocos?– su rostro tomó un semblante preocupado.

–Pequeños monstruos que muerden los deditos de los triton... quiero decir niños que se duermen tarde– le hizo cosquillas en el cuello.

El pelinegro soltó un gritito y lo abrazó.

–No quiero que me coman los cocos– chilló.

El pelirrosa rio y le acarició el cabello.

–No te preocupes, cariño. Yo puedo evitarlo, pero para eso necesite que estés dormido–.

–¡Voy corriendo! ¿Me llevas, papi?– miró a Joe.

El mayor asintió y lo cargó.

Subieron las escaleras y lo recostó en su cama.

–¿Puedes cantarme la canción de mamá?–.

–Miya, sabes que no la recuerdo bien–.

–Por favor– hizo cara de súplica.

–De acuerdo– soltó un pesado suspiro –

Cuando me encuentro solo

O siento temor

Miro el cielo nublado...

–Estrellado– corrigió.

–Eso– giró los ojos –

Y pido un deseo

Un lugar donde ser libre

Que en la vía láctea este.

–Estás desentonado–.

–Ok, ya fue suficiente canción por hoy– se levantó –Descansa– besó su cabeza.

–Buenas noches, papá– se acomodó.

–Buenas noches, Miya– apagó la vela.

Se asomó a la sala. Reki y Langa ya se habían ido. Tampoco había señales de Kaoru.

Frunció el ceño y corrió hacia su cuarto.

Lo vio en la bañera.

–¿Me disculpas?– gruñó el tritón.

–¿Tienes que darte una ducha ahora?– hizo una mueca.

–Oye, no es mi culpa que tengas esto en una esquina de tu cuarto– se recostó –Pero debo admitir que es cómodo–.

–Se supone que es algo sexy– dijo. Kaoru alzó una ceja –¡No que tú seas sexy!– corrigió –Si no que... Ugh, era algo mío con mi esposa–.

–No tienes por qué explicarme nada– se mojó el cabello.

El peliverde pudo sentir cómo su corazón golpeaba su pecho de manera intensa. La adivina no mentía que la tentación se había vuelto parte de su vida diaria. Y todo empezó el día que el tritón empezó a vivir con él.

No podía negar que le parecía precioso en todo sentido. Sus filosos ojos dorados, labios finos y esa piel de porcelana. Eso sin mencionar sus recientes nuevas extremidades que volvían loco al pirata

–Es grosero que te me quedes viendo así– soltó Kaoru –Si quieres meterte aquí conmigo, solo dímelo. No te lo permitiré, pero apreciaría la honestidad–.

–No te creas mucho– se cruzó de brazos –Hay humanas mucho más lindas que tú–.

–Por favor avísale al pueblo que no deja de piropearme–.

–Eso es por que eres novedad para ellos–.

–Lo que digas– se levantó, así revelando su completo cuerpo desnudo –Sea como sea es un asco– tomó la pijama que había dejado en la silla.

Se sentó frente al espejo y empezó a cepillar su cabello.

El pirata miró el suelo y sujetó su muñeca –¿Puedo hacerlo yo?–.

–¿Qué cosa?–.

–Peinarte– susurró.

El contrario se lo pensó un momento.

–Si me jalas el cabello, aunque sea una vez, te arrancaré la mano– le acercó el cepillo–.

Joe rio y comenzó a sostenerlo. Quedó sorprendido. Nunca había tocado algo tan suave.

–Miya está muy encariñado contigo– intentó sacar plática.

–Es un buen niño– esbozó una ligera sonrisa –Una lástima que eres tú quien lo cría. Seguramente se vuelva otro pirata– hizo una pausa –Con suerte tan grande como su padre–.

Se sonrojó –Nunca le permitiría eso. Él quiere ser doctor–.

–Pues espero que no trate a sus pacientes como a sus juguetes– rio.

Soltó una carcajada –No, será bueno. Siempre me cuida cuando me enfermo. Incluso me hace recetas– dijo –La mayoría consisten en jugar y escuchar música, pero sirven de alguna extraña manera–.

–Eso es tierno– lo vio por el espejo.

Tomó una liga y empezó a trenzarlo.

–¿Tú no tienes hijos?–.

–Para nada y no creo tenerlos– suspiró –Mi prometido es otro hombre–.

–¿Prometido?– frunció el ceño.

–Oh, sí, a todos los de la realeza nos comprometen cuando niños– mintió.

–¿Y por qué te comprometieron con un hombre?–.

–Pues es un matriarcado. Por desgracia mi madre nunca pudo tener mujeres y... No quedó de otra– se le cristalizaron los ojos –Fui criado como mujer toda mi vida. Y es raro ¿Sabes? Ahora que tengo estas cosas– miró sus piernas –No sé lo que soy ¿Sigo siendo un hombre? ¿O el ADN de mujer ya predomina?– lágrimas empezaron a resbalar por sus ojos –Nunca creí llegar a no saber lo que soy–.

–Un humano– respondió.

–Pero hasta hace unas semanas tampoco era así–.

Terminó de trenzarlo. Sin embargo, ninguno se movió durante unos segundos.

El pelirrosa se sobresaltó al sentir los brazos de Joe alrededor de él.

Pero no se movió.

–No me importa lo que seas– murmuró –Para mí siempre serás un pescado asqueroso–.

Kaoru soltó una carcajada –Eres un idiota– lo empujó. Se volteó para verlo de frente –Gracias– sonrió –Ya sabes, por hacerme sentir mejor– dijo avergonzado.

–Te dije que no me gustaba ver a nadie llorar–.

–Descansa, Joe– besó su mejilla para después ir a acostarse –Y cuando me pongas las esposas hoy ¿Podrías aflojarlas aunque sea un poco? Hoy desperté con marcas– se acomodó en la cama.

Pero el pirata se quedó quieto. Lo único que pudo mover fue su mano. Para dirigirla a su ahora colorada mejilla.

El Rey TritónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora