A la Costa del Mar

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–Más te vale no tirar nada al océano– dijo Kaoru al pirata.

Estaban siendo arrastrados por Miya a través del pueblo. Reki y Langa iban detrás cargando un montón de bolsas.

–¿Si trajiste el bloqueador?– le preguntó.

–Sí, Cherry, sí– giró los ojos –Ya relájate–.

–Te conseguiré un coral hermoso, Reki– dijo Langa –Intentaré encontrar uno que se asemeje lo más posible a tu belleza–.

El pelirrojo se sonrojó –No es necesario, enserio–.

El niño salió disparado hacia la arena.

–¡Ten cuidado, cariño!– gritó el pelirrosa –No te metas mucho–.

Joe hizo una mueca incómoda.

–Oye ¿Puedes dejar de llamarlo así? No quiero que se confunda–.

El contrario se quedó quieto un momento mientras buscaba cosas en la bolsa. Sabía que Joe tenía razón, pero a pesar de todo le dolió haberlo escuchado.

Odiaba admitir todo el afecto que le había agarrado al pequeño. Pero tampoco podía evitarlo. Sentía que de manera muy rápida se había creado un lazo de complicidad que lo hacía adorarlo.

Posicionó toallas sobre la arena y una sombrilla para que él y Langa pudieran refugiarse del sol.

–Ven a jugar conmigo, papi– lo jaló Miya.

–Ya voy– rio.

–Tú también, Cherry– le sonrió.

–Oh, no creo– respondió el tritón con inseguridad –El sol está fuerte y...

–¿No te gustaba el mar?–.

–Pues sí, pero...

Joe soltó un pesado suspiro y tomó la mano del pelirrosa –Vamos–.

Las mejillas de Kaoru tomaron un ligero tono carmesí y los siguió.

Jugaron durante unas tres horas. Incluso Langa y Reki se unieron.

Kaoru no tardó en darse cuenta de cómo su hermano y el pelirrojo se habían vuelto MUY cercanos de manera rápida. Incluso, dejando de lado el "amor" que Langa juraba sentir por Reki, ya estaban empezando a florecer sentimientos reales.

Soltó una risita. Con los jóvenes todo era tan fácil.

Joe se quedó dormido.

Miya y el tritón mayor cruzaron miradas traviesas y lo enterraron.

–¿Estás feliz de estar en tu casa?– preguntó el niño con inocencia.

–¿Mi casa?– arqueó una ceja.

–El mar ¿Es tu casa, no?–.

–Algo así, supongo– miró el atardecer –Lo extraño mucho–.

–Sé cómo es eso– comenzó a jugar a enterrar sus pies en la arena.

–¿Uh? ¿Cómo así?–.

–Mi papá siempre dice que el hogar está con las personas que amas. Pero él siempre está en el océano– se quedó mirando la arena –A veces, cuando Reki no puede cuidarme, me quedó con mi mamá. Pero ya no siento amor por ella ¿Soy malo por eso?–.

Quedó sorprendido ante la confesión del niño. Jamás hubiera esperado una pregunta como esa.

–No tienes por qué amarla si te hizo daño– respondió –El padre de Langa no es mi padre biológico, pero siempre lo preferí a él. También me sentí mal cuando murió mi verdadero padre, pero por que no pude sentir nada– lo miró –Fue un tritón malo. Murió en la guerra. Como quiera, mi madre fue mal vista por volver a enamorarse. Una impura–.

El niño se apoyó en su hombro.

–¿Enserio tienes que irte?–.

–Perdón, Miya, tengo responsabilidades en el mar–.

–¿Y no hay posibilidad de que cuando mi papá esté de viaje yo pueda estar contigo?– una lágrima resbaló por su mejilla.

Kaoru solo pudo abrazarlo como respuesta.

–¡Oigan!– llegaron Reki y Langa.

–Langa dijo que podía vencerte en carreras– dijo el menor.

–¿Disculpa?– preguntó ofendido –¡Ja! Podría ganarle a este sujeto cuando sea– señaló a su hermano menor.

–¿Lo intentamos?– le lanzó el peliceleste una mirada retadora.

–¡Vamos!– se levantó de golpe

Reki se sentó junto a Miya.

–¿Te sientes bien?– le preguntó.

–Me gusta Cherry–.

–¿¡QUÉ!?–.

–Como mi nueva mamá– masculló.

–Oh claro, eso tiene más sentido– murmuró –Ya sabes como es tu padre–.

–¡Pero él también lo quiere!– soltó –Puedo notarlo–.

–Aunque así fuera, Miya, no creo que sea posible–.

Mientras tanto, el pirata que fingía estar dormido sentía como se formaba un nudo en su estómago.

Volvieron a casa después de unas horas. Kaoru subió a darse una ducha.

Entonces Joe aprovechó para hablar con su hijo.

–Ey, campeón ¿Cómo te sientes?– se sentaron en la sala.

–¿Crees que puedas casarte con ella?– soltó de repente.

–Miya...

–Sabes que te gusta– interrumpió –No mirabas a nadie así desde mamá–.

–Cherry y yo no nos llevamos bien–.

–¿Entonces por qué insistes en estar con ella? A veces, cuando me despierto a media noche, puedo ver que la abrazas mientras duermes–.

El peliverde no pudo evitar sentirse culpable.

–Lo siento, lo último que quería con traerla era ilusionarte de está manera–.

–Papá, quiero que ella se quedé– chilló –Quiero verte así de feliz siempre. O si no, al menos déjame quedarme con ella cuando tú te vas–.

–Miya, te prometo que después de esto, nunca más te dejaré solo–.

–¿Y cómo puedes estar seguro? Tengo ocho, pero no soy tonto. No sería la primera promesa que no cumples–.

–Haré que mi palabra vuelva a valer para ti– lo abrazó –¿Qué te parece si voy a arroparte y leerte un cuento?–.

El menor forzó una sonrisa.

–Está bien

El Rey TritónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora