Miguel de Califax

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Era su cara, sus gestos. Era él sin serlo. El Miguel de Califax quiso apoderarse de la situación dando un paso adelante con su pecho hacia fuera y actitud de vencedor levantando sus palmas exigiendo con su voz más altiva y soberbia:
-Entrégame de inmediato ese cuchillo-
Miguel de Pueblo Baldío lo miró con el ceño fruncido y después de notar todas esas diferencias entre ambos, estalló en risa.
-¿Qué te produce tanta gracia? Dame el cuchillo ahora- exigió impaciente.
-Bien- dijo extendiendo el cuchillo sujetándolo a través del mango y mirándolo fijamente a los ojos con un magnetismo cerebral que haría una cortina de humo para la anticipación al movimiento que estaba ocurriendo debajo, la inminente entrega del cuchillo.
Al acercarse lo suficiente, Miguel lo agitó con agilidad y fuerza, dando como resultado la cortadura de tres dedos, los cuales se deformarían por dicha herida, siendo representados por sus yemas como colgajos de piel para nada anatómicos que pendulaban debajo de un hueso ensangrentado recién despojado de su envoltorio de carne.
-Siéntante al lado de Darla- ordenó.
El Miguel de Califax luchaba dentro de sí contra su naturaleza dominante. Y pensamientos como: <<gracias a mí él existe, es mi clon. No es capaz de matarme, ¿o sí? Tengo más derecho sobre su vida que él sobre la mía. Sería deplorable para mí sucumbir ante las órdenes de mi propio clon>> revoloteaban por su cabeza, chocando contra las paredes de su cráneo y volviendo siempre a su centro procesador en el que todo se reduce a una pregunta y sucede en absolutamente todas las personas del multiverso que se enfrentan a una amenaza y es:
"Y ahora, ¿Qué hago?"
Esa simple pregunta cuya respuesta siempre determina un antes y un después en la vida de alguien era a lo que le pasmaba, con la distracción dificultosa del dolor y sangramiento en sus dedos.
-No me hagas repetirlo-
Era su voz pero no era él.
Miguel de Califax sin embargo, ignorando este hecho fundamental, se sintió traicionado por mismo.
Con esa amenaza desafiante llegó a la conclusión fácilmente de que no tenía idea que quién era la persona frente a él así que se sentó al lado de Darla, quien de inmediato tomó sus colgajos de dedos ensangrentados e intentó sin lograrlo, devolverlos a su lugar en una demostración de preocupación desesperada.
Miguel, quien ahora controlaba la situación se acercó a Darla, tomando una de sus manos y apoyando el filo del cuchillo sobre el dedo índice de la mano.
Darla sintió palpitaciones que retumbaban y dolían desde el centro de su pecho, convirtiéndose en nudos en su garganta.
-Ahora me vas a decir por qué me creaste-le dijo al Miguel de Califax amenazando con su actitud corporal, cortar el dedo de Darla.
-Un clon jamás debe saber eso-respondió él.
Miguel, sin ningún titubeo, le cortó el dedo a Darla.
Ambas víctimas gritaron a todo pulmón.
-¡Dejen de gritar!- exigió Miguel. -Que me digas lo que te pregunté o los voy a ir cortando pedazo a pedazo hasta que lo hagas-.
De repente, se abalanzó sobre Miguel de Califax al ver que este se metía la mano en el bolsillo del pantalón. Lo golpeó y averiguó qué era...
Un glut. Entonces lo tiró lejos.
-No vas a llamar a nadie- le susurró muy cerca de los labios y luego clavó el cuchillo en su abdomen.
-Ahora tienes algunas horas de vida. Puedes pasarlas luchando contra mí o diciéndome lo que necesito saber. Tú decides, papi- dijo con sarcasmo y burla mientras Miguel sangraba por la herida abdominal a través de la cual la vida se iba de su cuerpo.

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