Capítulo Dos

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1936

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1936

Querido Bran:

Recibí tu carta el viernes, cuando volví de Chicago. De modo que te han llamado desde París para que grabes un disco. ¡Eso es una grandísima noticia! Además, grabar un disco es uno de tus sueños de la niñez y me alegra profundamente que lo hayas logrado por fin, después de tantos años.

Por mi parte, ya sabes cómo me va, no puedo contarte nada nuevo que no digan ya los periódicos allí en Londres. The White Rhapsody es un auténtico éxito en los Estados Unidos. Todo el mundo quiere saber del genio que hay detrás de esta oda al siglo XX y otras estupideces por el estilo.

El genio tras la pieza no es otro que un chaval de Brixton que aprendió música de su hermano mayor, el violinista, y que apenas pudo costearse unos buenos estudios musicales. Si la gran élite de músicos estadounidenses supiera que apenas sé solfeo, harían un llamamiento público para lapidarme y no lo dudarían ni un segundo.

Pero bueno, mientras los mecenas paguen y la prensa no descubra mi oscuro secreto, podré seguir enviándote dinero para que puedas pagar el préstamo por tu nuevo violín. Estoy seguro de que sonará mejor que el viejo instrumento que te regaló papá por tu decimotercer cumpleaños. Ni el Diablo podría hacer sonar bien ese condenado cachivache que parecía una rata profiriendo chillidos de dolor.

¿Por qué no vienes conmigo a los Estados Unidos y nos hacemos famosos los dos juntos? Es terrible no poder verte a diario y que un gigantesco océano de distancia nos separe. ¿Es por el clima o es porque odias tocar en público? Solo tendríamos que grabar, no haría ninguna falta que diéramos conciertos. Haremos lo que tú quieras, pero por favor; quiero que lo hagamos juntos.

De hecho, tengo pensado un proyecto de musical que a ti te encantaría, aunque te lo pasaré cuando esté bien pulido en la siguiente carta, si es que le das tu visto bueno. Sería tan solo un adelanto, pero me haría ilusión que le echarás un vistazo.

Te envío también dos fotos del Lago Míchigan. Mandé que me las tintaran para que veas, más o menos, cómo es, aunque esos colores artificiales no le hagan justicia. ¡No veas cómo sopla el viento en Chicago! Casi se me lleva una corriente por los aires.

Por mi parte, no tengo nada más que contar, salvo que debo volver a los ensayos y a preparar el próximo ciclo de conciertos en Nueva York. Así que estaré bastante ocupado, pero siempre sacaré tiempo de donde sea necesario para poder responderte a la siguiente carta que me envíes. ¡Y espero que sea pronto o me echaré a llorar como un bebé grande!

Se despide tu hermanito menor que te quiere con locura,

Greg

*

Querido Gregory:

Como me vuelvas a mandar otra carta con mensajes de falsa modestia por tu parte te enviaré shortcakes rancios de la tía Mary y haré que alguien allí te los tire directamente a la cara. Mira que decir que eres solo un chico de Brixton...

Te mato. ¡Eres el mejor intérprete y mejor músico que ha dado este mundo desde Liszt y me dices que no sabes nada de solfeo! Repito: me dan ganas de tirarte los pastelillos a la cara. Estoy que rabio, pero también me estoy riendo, que conste.

Sí, voy a grabar un disco, pero no es lo que piensas. No va a ser nada clásico, quieren a un violinista para un quinteto de jazz. Bueno, ni siquiera sé si es jazz, es más bien un engendro de música moderna cuyos criterios soy incapaz de entender.

Manouche, lo llaman en Francia, y por lo visto es la última moda. Quieren a músicos virtuosos que sepan improvisar. Un amigo de París les habló de mí y ahora me encuentro haciendo las maletas para viajar a Francia e incorporarme a su banda. No tengo ni idea de lo que me va a deparar el futuro y ni siquiera sé qué es lo que esperan de mí, pero es lo que dices; mientras me paguen, me servirá para seguir viviendo un día más.

Tendrías que escuchar cómo suena este nuevo violín. Es increíble, la diferencia de sonido es abismal. No sé cómo podía tocar antes con el violín de papá. Ahora deberían poder contratarme en más sitios con este nuevo instrumento, está en otra liga completamente diferente. Ya no soy un estudiante, ahora soy un violinista consolidado y debo hacérselo saber a los posibles directores. Tal vez pueda probar suerte en la Agrupación de Cámara de Viena.

He estado pensando en lo que me dijiste de ir contigo, pero no puedo abandonar el viejo continente. Mi sitio está aquí, en las orquestas europeas, si me llegaran a llamar. América está muy lejos de casa, Greg, y tú siempre has sido más intrépido que yo. Prefiero lo malo conocido que lo bueno por conocer y no querría dejar solos mucho tiempo a papá y a mamá que, por cierto, quieren saber si volverás para Navidad.

¿Crees que no he pensado en dejarlo todo y probar suerte allí? Claro que lo he hecho, yo también te muchísimo, pero no puedo. El miedo me frena, como siempre a lo largo de mi vida. No sé si sería capaz de dejar Inglaterra por un largo periodo de tiempo.

De todas maneras, eso no significa que no vaya a visitarte alguna vez. Quiero verte con tu orquesta, quiero verte de solista con tu piano y quiero ver cómo mi hermanito llena los escenarios norteamericanos con su gran talento. Ya sabes, nunca diré nunca jamás.

Ya te iré contando cómo me va allí. A partir de la siguiente carta tendrás el remite francés y un sello de París para tu colección filatélica. Muchos besos y abrazos en el , ya sabes que en persona no te los daré. Me puede mi orgullo. Te quiere tu hermano,

Bran

P.D: Envíame las partituras cuando esté ya instalado en París. Estoy deseando echarles un vistazo.

*

1947

Bran se detuvo y volvió a sentarse en el escalón de la entrada del Sacre Coeur, desierto a esas horas de la noche. Dejó su ruinoso violín sobre la funda abierta y ajada del instrumento mientras una ligera llovizna sustituía la música que hasta entonces había estado tocando. Las gotas de lluvia percutían en los adoquines de la explanada del templo haciendo un ruido seco, como si miles de millones de cajas chinas tocasen a la vez.

El violinista sacó del bolsillo de su deshilachada chaqueta una antigua foto coloreada, ya estropeada por el paso del tiempo, de un joven alto con gafas redondas y vestido con traje que sonreía al objetivo y cuya figura estaba en el centro de un amplio paisaje portuario. Detrás de él, las olas del gran lago Míchigan habían sido petrificadas en aquella instantánea de color irreal, al igual que la radiante sonrisa del hombre de cabello tan negro como el suyo. Bran sonrió, acercó la fotografía a sus labios y le dio un trémulo beso a la figura de su hermano Gregory, a la vez que una traicionera lágrima rodaba por su mejilla.

-Tenías razón -susurró el vagabundo con la voz estrangulada-. Tendría que haber ido contigo a Estados Unidos.

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