1950
Era increíble las vueltas insospechadas que había dado la vida de Edith Piaf. Hacía un año escaso que se había echado a Simone de su casa y en esos momentos, se encontraba ante el telón echado del Carnegie Hall, ya recuperada de su agónico sufrimiento con el estómago. Quizás fuera Simone quien le habría envenenado para mantenerla convaleciente mientras tomaba el control de la vida y agenda de Edith sin que nadie se lo hubiera pedido.
Unos días después de haberse recuperado un poco tras haber echado a Bran de su casa y empeorado al sentirse culpable por ello, escuchó que la guerra había terminado y se encontró mejor, tanto que volvió a andar ayudada por su hermanastra. Se sintió con fuerzas para pedirle el correo a ella y leerlo, por si alguien se había interesado por su estado de salud y alguien le había mandado algo. Simone le dijo que allí no había llegado nada. Edith la miró extrañada, no le dio mayor importancia.
Justo después volvió a recaer y, de improviso, dejó de recibir visitas de todo el mundo. Josephine tampoco parecía preocuparse por ella. ¿Y dónde estaban Johnny y Charles? ¿Por qué ni siquiera le mandaban una carta?
Creyó ver, en uno de sus delirios fruto de sus dolores estomacales, a Evangeline en su salón, pero su hermanastra insistió en que se lo había imaginado. Y podría haber seguido creyendo que era verdad, hasta que en un respiro que le dio su enfermedad, pudo acercarse sin la supervisión de Momône al placard del vestíbulo, donde guardaba sus archivos, sus partituras y sus cartas y se encontró con una carta de Joseph Wert al final de uno de los cajones. En ella relataba que había encontrado a Renard, que no hablaba y que solicitaba urgentemente su ayuda para poder repatriarlo.
Cegada por una ira repentina, fue dando zancadas hacia la habitación en la que dormía la siesta su hermanastra, abrió con brusquedad las contraventanas y se abalanzó sobre la otra, agarrando y tirando de su pelo largo sin peinar.
—¿Te has vuelto loca? ¡Pero qué haces! —gritó Simone intentando levantarse de la cama.
—¡Fuera! ¡Fuera de mi casa! ¡Embustera! ¡Rata del infierno! ¡Me has mentido! ¡Me decías que no recibía correo! ¿Qué es esta carta, entonces? ¡Asquerosa!
—¡Déjame!
—¿Dónde está el resto de las cartas? ¡Contesta! —exclamó Edith cogiendo la almohada de su hermana y dándole con ella en la cabeza.
—¡Y yo qué sé, que me dejes!
—¡Si no me lo vas a decir, ya te puedes ir largando! —No sabía de dónde estaba sacando las fuerzas para arañarle la cara a Simone, pero Edith continuó infringiéndola daño.
—¡Estás loca! —gritó Simone levantándose finalmente en camisón, zafándose del agarre de su enfurecida hermana y dirigiéndose hacia la salida del apartamento chillando de dolor, rabia y miedo ante la reacción explosiva de la cantante. Antes de salir dando un portazo y desaparecer para siempre de su vida, añadió con voz histérica, desesperada—. ¡Tu hermano y tu estáis locos! ¡Sois unos hijos de puta desagradecidos! ¡Mala, desgraciada! ¡Ojalá acabes como él!
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La Romance de París
RomanceBran Ashdown, un joven violinista británico, hermano del compositor del siglo, empieza con mal pie su relación con el carismático, a la par que caótico Renard Valmy: un parisino guitarrista bohemio, cuyos traumas del pasado le condicionan a tomar m...