Capítulo Veinticinco

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Para el violinista, todo lo que sucedió después del incendio de la caravana aconteció como un torbellino de imágenes inconexas

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Para el violinista, todo lo que sucedió después del incendio de la caravana aconteció como un torbellino de imágenes inconexas. Sentía que su cuerpo estaba allí, todos los días, junto a una cama del Hospital Tenon, donde yacía su convaleciente pareja, pero su mente se había detenido en el momento en que había visto el brazo de Renard arder y no podía escapar de ese bucle de autodesprecio y culpabilidad.

El francés no había abierto la boca desde que ingresó, ni siquiera cuando su hermana, Johnny, Charles, Remy y Evangeline fueron a visitarle, tras salir de cuidados intensivos, para ver qué le había pasado. Esta última era incapaz de mirarle a los ojos sin expresar una mueca de desprecio hacia él. Bran se percató en el momento en el que pisó la sala y se situó frente al músico. Jamás la había visto así de colérica con alguien. Siempre le había pasado por alto muchas cosas, pero esa vez algo había cambiado.

—Había dejado el diploma en la caravana y ha ardido con todas mis cosas —dijo ella y frunció los labios conteniendo toda su rabia mientras miraba tanto a Bran como a Renard, que permanecía dormido en un sueño reparador—. He perdido mi futuro y la prueba de que tengo cierta educación para encontrar un trabajo digno en un fuego que habéis provocado vosotros.

—Evangeline... —empezó Bran con los ojos llorosos.

—Ni se te ocurra hablar —cortó ella acusándole con un dedo y con las comisuras de su boca temblándole de pura ira—. Aquí os quedáis. Se acabó pasar cosas y ser benévola, así que me vas a dar tus ahorros y vas a permitir que me marche a Estados Unidos con Solange.

—De ninguna manera puedo hacer eso —negó Bran, atónito—. Yo también tengo que ir a Estados Unidos por mi hermano.

—Haberlo pensado antes de hacer desaparecer todo por lo que he luchado. He perdido mi dinero también en el fuego, por si no lo sabías, y necesito algo para buscar dónde vivir allí. Me lo debes —dijo ella con voz imperativa, sin piedad.

Después de decir aquello se quedó mirando de nuevo a Renard con una expresión de profunda tristeza. Una herida se había abierto en su pecho y ya no podría cerrarse. Aquel, a quien consideraba su hermano, había terminado por darle la estocada final y con su acto irresponsable se había llevado todo por delante, sin pensar en las consecuencias de sus actos. Así es como veía ella a Renard. Sentía que se le había caído un velo de los ojos que le impedía ver a aquel que consideraba su hermano, como a un extraño caprichoso, mimado incapaz de hacerse responsable de lo que hacía.

—Creí, como tú, que cambiaría con el paso de los años, pero, no solo no ha cambiado, sino que te ha arrastrado a ti con él —dijo ella abstraída en sus propios pensamientos funestos. Se volvió para dirigir a Bran una mirada de tristeza—. No quiero acabar como vosotros dos.

Bran ocultó el rostro entre las manos, desesperado. Se lo debía, pero él también necesitaba ese dinero. Le quedaba muy poco para poder largarse de allí y esa posibilidad se le esfumaba en ese momento. No, no era desesperación lo que sentía, sino pánico por defraudar la memoria de su hermano pequeño. Y, aun así...

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