Capítulo Veintiocho

31 4 1
                                    

1941

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

1941

—He hablado con mi colega —susurró con discreción Klaus, una vez Edith estuvo en su camerino a solas y soltó las flores que le había comprado sobre el tocador—. Stalag VII-A.

—¿Qué es eso? —dijo Edith frunciendo el ceño tras desmaquillarse y volverse a pintar sus cejas con un fino lápiz marrón.

—Así llaman a los campos de prisioneros y ese es uno de ellos. Creo recordar que se encontraba por Regensburg.

—¿Dónde? —insistió la joven encarándose con el oficial.

—En el sur de Baviera, cerca de la frontera con Italia. Parece ser que lo llevaron con los prisioneros internacionales, porque pese a que les constaba que era judío, no deja de ser francés, así que cuenta como extranjero —explicó Klaus con un tono neutro, sin darle importancia a la barbaridad que era tener a personas retenidas en campos de trabajo.

Ver cómo trataba aquel tema como si se tratara de un mero percance administrativo, hizo que a la chica se le revolvieran las tripas. Se suponía que al hombre tampoco le agradaba la idea de aquel sistema de retención, pero no podía evitar que saliera a relucir su pragmatismo alemán y su incapacidad de ver que lo que hacían no siempre era tan lógico como se empeñaban ellos en creer. Sin embargo, trató de disimular su rencor y mostrarse afligida por su hermano.

—¿Podremos sacarlo de allí? —gimoteó ella con pesar.

—No lo sé. Mi amigo no tiene potestad para tomar ninguna decisión de ningún tipo. Es un joven administrativo de las SS. No sé cómo se habrá enterado de lo de tu hermano, pero no le ha tenido que resultar fácil acceder a esa información. La única solución que se me ocurre es lo que te dije.

—Es demasiado sospechoso que vaya yo a un campo en concreto a dar una actuación.

—Por eso, tendrás que hacer una gira por varios.

—No sé si me entusiasma esa idea. Como tú dijiste, no sabemos lo que pasa allí dentro. Quizás no me dejen ni entrar.

—Te has vuelto famosa en Alemania también. La gente empieza a conocerte, así que no creo que sospechen de nada. Además, tampoco es que estés haciendo algo malo. Solo estás rescatando a tu hermano de un error burocrático, eso es todo. El verdadero asesino de ese crimen sigue suelto y es al que tienen que atrapar y encarcelar, ¿no?

Edith frunció los labios intentando contener un grito de rabia. Podría haber estallado y haber confesado todo lo que sabía para que dejaran a Renard libre y que encarcelaran a Bran, pero no tenía lo que había que tener para ello. Además, le partiría el corazón a su hermano. Tenía que resistir como resistían los franceses de las zonas ocupadas y como lo estaban haciendo Roger y Bran en la buhardilla. Siempre se había considerado una mujer de honor y tenía que demostrarse a sí misma que era así. Si eso conllevaba tener que ir a campos donde no se sabía nada de lo que allí ocurría y cantar para unos prisioneros a quienes no podría ayudar a escapar, solo para rescatar a Renard y a proteger a sus dos inquilinos, lo haría. Nadie podría reprocharle jamás que no fue una persona generosa y fuerte y que no ayudó a los suyos.

La Romance de ParísDonde viven las historias. Descúbrelo ahora