1937
Los primeros días tras la muerte de Greg, Bran los pasó tendido en el sofá del piso de Johnny y Charles, con la mirada enrojecida por el llanto, perdida en algún punto de sus recuerdos. Los días pasaban sin que él fuera capaz de poder levantarse de su sitio y dar un solo paso para recuperar los pedazos de su vida trastocada, mientras que los demás inquilinos del piso debían continuar con sus quehaceres al margen del sufrimiento del violinista, sin que ellos pudieran hacer nada por él. Comía sin ganas y solo podía quedarse dormido tras haber estado llorando toda la noche en silencio.
Cuando llegó el caluroso julio de aquel año, se levantó una mañana algo mejor y decidió levantarse del sofá para disculparse con sus tres compañeros. Charles fue el primero en recibirlo con una taza de café en la mano y un plato con tostadas con mantequilla, aliviado por ver que se encontraba más fuerte que la primavera pasada.
—Tengo que salir a hacer algo, no puedo quedarme aquí toda la vida encerrado —se disculpó Bran avergonzado y dándole pequeños sorbos a su taza.
—Eh, no te sientas obligado, lo entendemos todos.
—Pero es que siento que me estoy aprovechando de esta situación —dijo Bran estremeciéndose de tristeza—. Se ha muerto mi hermano... Pero eso no significa que todo se haya detenido.
—A veces, se tiene que detener irremediablemente —replicó Charles taciturno—. Cuando era pequeño, enfermé de salmonela junto con mi abuelo y le vi morir en la cama que tenía a mi lado. Fue lo más horrible que vi en mi vida. Yo me recuperé, pero estuve en cama durante un año entero más porque era incapaz de volver a la normalidad. Tenía la imagen de mi abuelo clavada en la retina.
—Lo siento mucho.
—Por eso, te entiendo —prosiguió Charles—. Si quisiste mucho a tu hermano, como yo quise a mi abuelo, a veces nos negamos a dejarlos ir. No se merecía hacerlo tan pronto, sé que suena egoísta decirlo, pero es lo que yo pensaba en esa época. Edith y Johnny también lo entienden así.
—Era la única persona que me entendía. Sin él, no sé que va a ser de mí —dijo Bran mientras su voz se quebraba en un quejido de angustia—. No tenía amigos en él colegio con los que hablar, no quería hacerlo. Y en el conservatorio tampoco había podido conectar con nadie. Greg era el único que veía la luz que, en teoría, tenía dentro, me convenció de que tenía talento para el violín, me dijo que no me rindiera.
—Y tenía razón. Tienes talento y tienes que seguir, como me dijiste antes de que todo sucediese, que ibas a prestarnos tu violín para hacer cosas maravillosas.
En cuanto dijo aquello, se le despertó un recuerdo a Bran que había enterrado. Como un resorte se levantó y se dirigió hacia la habitación de Johnny, que en ese momento se levantaba, para agarrar su maleta y llevarla al salón de nuevo. Johnny le siguió, intrigado.
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La Romance de París
Roman d'amourBran Ashdown, un joven violinista británico, hermano del compositor del siglo, empieza con mal pie su relación con el carismático, a la par que caótico Renard Valmy: un parisino guitarrista bohemio, cuyos traumas del pasado le condicionan a tomar m...