1947
Las penurias que pasaron, tanto Evangeline como él, le parecían muy lejanas en ese momento. No obstante, los efectos de estas aún seguían presentes en su cuerpo y en su cabeza. Él apenas tenía dinero para pagar por comida y la tendera había invertido sus ahorros en la fianza para sacar a Edith del calabozo. Al tener que empezar de cero, no disponían de un colchón económico, ni siquiera para comida y, poco a poco, tuvieron que prescindir de un montón de alimentos y de artículos de higiene que se habían convertido en un lujo inalcanzable. Aún recordaba cómo se había negado a trabajar con Evangeline en el puesto del mercado. El capataz de Les Halles le pagaba una miseria. Por ello, si hubieran trabajado juntos, seguro que a la mujer le hubieran rebajado su sueldo precario. Uno de los dos debía cobrar un salario digno si querían sobrevivir en un París cada vez más encarecido para ellos, pese a las nuevas políticas sociales.
Condenado al ostracismo laboral y, sin otra opción que pedir en la calle, Bran se había visto obligado a tocar su violín por unos pocos céntimos. Enfrentarse a la dura realidad en la que se hallaba le había ido minando su aguante emocional con el paso de los días y, a pesar de que empezó con ganas de darlo todo en cada actuación que ofrecía a los paseantes, pronto la indiferencia de estos fue haciendo mella en su voluntad por seguir tocando.
Le vino a su trastornada mente el recuerdo de verse a sí mismo reflejado en el cristal de un escaparate, con el rostro emaciado, los ojos llorosos y su ropa desgastada y remendada una y otra vez, debido al uso. Tenía el violín sujeto con una mano y el arco en la otra. Sus brazos colgaban, lánguidos, y su reflejo no le transmitía nada más que angustia. Si se hubiera mirado alguna vez en algún escaparate, desde que vagabundeaba por las callejuelas, una imagen parecida le habría devuelto la mirada. Sin embargo, hacía tiempo que había dejado de mirarse al espejo. Quién sabía si volvería a tener uno a mano.
1937
Johnny iba de vez en cuando a la caravana para obligar a Bran a aceptar algo de dinero y ropa que él no se ponía. El inglés intentaba negarse por todos los medios, pero su amigo era bastante persuasivo y siempre acababa aceptando su caridad, aunque de mala manera.
—Tus padres me han escrito una carta —dijo un día que había quedado con él para llevarle más ropa junto con el correo.
El pianista se la tendió a Bran, pero este la rechazó con un gesto de su mano. Al final, sin poder contenerse, Johnny tuvo que preguntarle:
—¿Qué ha pasado con tu familia para que no quieras saber nada de ellos? ¿Es la razón por la que no quieres hablar con tu hermano?
Bran se tomó su tiempo en contestar mientras se fumaba un cigarrillo que le había dado su amigo. Tenía que darle una respuesta convincente si no quería que indagase de nuevo.
—Mi padre y yo no nos llevamos muy bien —dijo exhalando una bocanada de humo—. No compartimos los mismos puntos de vista. Respecto a mi hermano, no quiero que sepa cómo he acabado.
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La Romance de París
RomansaBran Ashdown, un joven violinista británico, hermano del compositor del siglo, empieza con mal pie su relación con el carismático, a la par que caótico Renard Valmy: un parisino guitarrista bohemio, cuyos traumas del pasado le condicionan a tomar m...