Capítulo XIV: "Nouvelle vie - Despedida"

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<< No es necesario llevarla a la residencia de ancianos, aquí en casa la podemos cuidar bien >>. Salieron gritándose como lo hacían todos los días a cada hora y desde que la abuela enfermo. Me dejaron llorando con dinero para pizza. Ya lo habían pensado pero se les hacía una salida fácil, la razón de que tomaran esa decisión fue que ella salió por la tarde con las aspas para licuadora en su mano, un camión freno a escasos centímetros de su cuerpo. Puedo haber muerto.

No le gustaba que su cabello se tornara blanco, siempre lo pintaba con el tinte más oscuro que encontraba en la farmacia, al salir me comparaba una gaseosa y me subía al carro mecánico de la plaza principal. Su piel era tan suave como la muselina y aunque mi padre le reclamaba sus errores del pasado y lo pésima madre que fue durante su infancia, a mí me encantaba curiosear por todos los muebles que tenía, su casa estaba llena de cajas y lámparas con velo, dejando solo un pequeño espacio en el pasillo para entrar a las habitaciones. Cada cajón era como un tesoro ante mis ojos. Fue muy bella cuando era joven, lo podía apreciar en la foto enmarcada con la que dormía, extrañaba a mi abuelo quien murió porque sus pulmones dejaron de funcionar, yo todavía no nacía pero ella siempre hablaba cosas tan buenas de él que deseaba haberlo conocido.

Me dejaban todos los fines de semana en su casa y mis padres me recogían a primera hora del lunes para ir a la escuela, siempre había cereal de miel y chocolate de avellana en su alacena, con las calles de Toulouse pintadas en ambas puertillas. Se quedaba dormida después de cenar y yo me colocaba su camisón blanco con olor a sábila, a esa edad quería ser abuela y mover la cabeza cada que el soporte para cigarrera tocaba mi boca.

Con el paso del tiempo deje de frecuentarla, ya no necesitaba que me cuidaran y que me prepararan la merienda; a veces me llamaba pero con la academia, Héctor, la escuela y el ejercicio, apenas y podía hacer mis tareas. No me justifico, de hecho me arrepiento de no haberla visitado o invitarla a algunos de mis recitales, las visitas de papá eran esporádicas y las mías pasaron a ser nulas. Cuando enfermo me desconoció por completo, no recordaba el nombre de su primera y única nieta.

Nunca me gusto despertar temprano los domingos, pero hoy era un día especial. Me sujete el cabello con una banda elástica, coloque los aretes que ella misma me obsequio hace un año y me vestí con prisa cuando escuché llegar a mi padre, sabía lo incomodo que era para él conversar con mamá siendo el divorcio tan cercano. Baje las escaleras y ambos estaban mirándose de orilla a orilla entre la puerta principal y la sala. ¡Qué horror! Y no puedo decir que estaban mejor separados porque no era así, tal vez ahora lo es pero antes no. Se amaban y me amaban, estoy segura de que si lo hubieran intentando con el mínimo esfuerzo hubiera funcionado. Las personas necesitan más valentía cuando de amor se trata.

— ¿Cómo fue ver a tu abuela en ese estado?.

Si la doctora tuviera un poco de tacto estaría consiente de que esa pregunta me estrangula hasta el punto de escupir las majaderías más horrendas que me sé. Había insistido tanto para poder verla que cuando por fin me dijo que iríamos no podía creerlo, días antes tome un taxi pero no me dejaron entrar por ser menor de edad, solo él me podía llevar y no le hubiese pedido el favor si en verdad esta impertinencia no fuera ya una necesidad. << Tienes que saber que tu abuela no ha mejorado, ya no lo hará. >> tomó mi mano y entramos a la habitación. Ella veía con confusión una planta en el marco de la ventana, con un atomizador en su mano derecha, el cabello a los hombros y su bata blanca. No podía dejar de verla, quería envolver cada detalle en el rincón más oscuro de mi mente, ese que es difícil de encontrar pero su acceso es liberado solo en mis sueños. No podía llorar y no podía sentirme más culpable de lo que mi papá estaba, él salió apenas la vio. Yo sería más fuerte.

— ¿Abuela? — pregunte con un tono de voz tan bajo que dude por un momento en ser escuchada.

— Tiene visitas señora Duchamp — agregó la enfermera que estaba cambiando las sabanas de su cama, le retiro con amabilidad el atomizador y me señalo con el dedo obligándola a mirarme.

INESTABLEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora