Capítulo dedicado a los sobrevivientes del dirigible Hindenburg, que saltaron a 15 metros de altura para no ser calcinados por las llamas hace más de 80 años, demostrando así que se puede sobrevivir sin paracaídas.El escuchar mi nombre en el pequeño susurro de sus labios lívidos provocó la misma sensación que un porrazo en un muro de concreto. Sin embargo, encontré las fuerzas para erguirme, morder mi mejilla y saborear el dolor. Ella seguía siendo la misma, al menos físicamente; tan alta y luciendo esas largas pestañas que la hacían embellecer aún más, su cabello se encontraba igual de corto que la última vez y en su cuello ya no llevaba la sortija dorada. Ante mí era evidente que algo en su ser había cambiado, no sonreía y me costaba imaginar desde cuando no lo hacía, pude asegurar que seguía comprando la misma marca de rubor que le resaltaba los pómulos y le adelgazaba la mandíbula, incluso así sentía que me encontraba frente otra persona y no con la que fue mi amiga durante años. No pude avanzar más de lo que la primera línea de azulejo me permitía, al contrario estaba retrocediendo hasta lograr sentir la manija de la puerta golpear mi espalda. Sí que era cobarde. Como siempre no dije nada, ya se me había hecho costumbre esperar a que los demás hablaran, tan convincente de que no terminaría bien que aun así optaba por quedarme con los labios sellados y los puños entumidos, me obligaba a repetirlo cuantas veces fuese necesario hasta lograr que las uñas traspasarán cada capa de piel. Debería de ser yo la que mencionará la primera palabra después del silencio incómodo, esta era mi casa y ella era mi invitada. Tal vez ofrecerle asiento y un vaso de agua, por un momento pensé en sugerirle conversar fuera de la casa y así evitar que los oídos de mi madre se interpusieran. Pero no, me quede ahí, inmóvil. Los malos hábitos son los más difíciles de arrancar, se adhieren a ti como sanguijuela.— ¿No dirás nada?, al menos ten el valor de sostenerme la mirada — con Gabrielle era sencillo odiaba incluso más que yo el que las cosas no se hablaran con claridad, semejante elección de amistades tenía—. ¡Por Dios!, ¡mírate!. ¿Qué te paso durante estos meses?. ¿En qué te convertiste? y ¿desde cuándo usas ropa holgada?.— Siento que mi suéter con capucha y mis jeans anchos no sean de tu agrado pero esperaba tu visita hace un año, no ahora. — Tú también pudiste haberme buscado, no fuiste la única que pasó un mal rato. Deja de ser solo tú por un momento.— ¿A qué viniste? — No iniciaría una discusión sobre quien la paso peor, no llegaría a ningún lado—. ¿A criticar mi ropa?.— Vine a desearle un feliz cumpleaños a mi amiga — touché, por más que cerré los ojos para detener esa lágrima rebelde no pude hacerlo, se dejó caer como la primera hoja en otoño.— Gracias, Gabrielle.¿Qué más podía decir?, me sentía tan débil como una mariposa y tan inerte como escultura. Incluso aparentar ser de hierro a estas alturas y después de haber derramado la primera lágrima no funcionaría. Quise salir corriendo y abrazarla, decirle que la extrañaba e imploraba su perdón, quería que volviera a reír cada minuto del día con la ironía de esos chistes que fingía entender, recostarme entre sus piernas mientras trenzaba mi cabello en las bancas duras de la escuela, correr por el asfalto para alcanzar el metro, llegar tarde a casa y pasar el fin de semana viendo películas de ciencia fisión porque las románticas siempre la entristecían. La extrañaba y yo no podía sentir más que su odio hacía mí, increíble la dureza con la que el tiempo te empolva. Siempre me he preguntado la razón del por qué soñamos en silencio, quizá porque lo trivial no se dice y los sueños no son triviales, son tan asombrosos que es difícil saber siquiera si te encuentras soñando, al menos que te veas chimuelo y saltando entre planetas. En lo personal me gusta soñar con el pasado, recordar las horas antiguas y torturarme con eso, me agrada verme sentada en el salón de clases fingiendo tomar apuntes y con semblante de curiosidad, el olor a café recién hecho con un poco de albahaca, el último beso de mis padres en la cena y la curiosidad del nuevo día. Pero todo siempre es en silencio, al despertar los momentos se olvidan y lo más cercano a estar soñando lo encuentro inmortalizado en fotografías.— ¿Cómo se cita al olvido? — dijo sin situar su vista en mí, como si se cuestionará a sí misma—. Es como si fuera la chica más fea en el baile de bienvenida, esa con el colorete corrido, el vestido anticuado y peinado alborotado. Él solo se niega a mirarme y concederme la pericia de tener los recuerdos confinados por los minutos que dura el sonsonete, nunca le había rogado tanto a alguien como a ese infeliz. Pero ya no más, ¡hoy ya no más!. Me niego a ser yo la que busque la compañía y el falso afecto en un abrazo, ya me canse de ser la última gota de vino en la copa que nadie está dispuesto a beber.— No lo seas, no tienes que serlo.— ¿Sabes lo que se dice en la escuela de mí? — esta vez se reflejó en mis ojos, supe que la pregunta estaba dirigida a mí.— Deje de involucrarme en palabrerías impropias hace mucho.— Me llaman la expendeduría de carretera. No me importa pero les falta ingenio con los seudónimos, si siguen así va a llegar el día en que dejará de ofenderte.— No les tomes atención, hablan cosas carentes de sentido — intente fingir un poco de ánimo—. No entiendo de dónde sacan el valor para juzgar lo que tanto nos daña. Bueno. No es su piel, ¿verdad?.— Vine también a otra cosa — lo dijo sin prestar atención a mis palabras—. Te exijo que me digas de una vez lo que ocurrió ese día. No respondí y tal vez ella no esperaba que lo hiciera. Fue una de esas preguntas huecas que haces para sentir menos dolor, pero tanto ella como yo estábamos tan encariñadas a la espina que el retirarla por un momento nos hacía sentir vacías, le agradecí en silencio por el esfuerzo de arrancársela solo para necesitarla de nuevo. Si bien estaba equivocada, ella no quería mi silencio, quería respuestas y no necesitaba la espina, llegó a dejármela como regalo de cumpleaños.Se humedeció los labios retirando el forro carmesí y continuo: — ¿Qué fue lo que sucedió aquella noche?. ¡Necesito que me lo digas!, créeme que estoy a punto de volverme loca intentando predecir lo que pasó después de que se fueron. Ya no tengo más piezas que ensamblar.Recuerdo contestar exámenes con varias opciones a elegir, incluso si no tenía idea de la respuesta correcta siempre podía dejarlo todo en blanco, la mayoría de los cuestionamientos de mis exámenes fueron contestados por la respuesta que más verbos tenía o por el inciso que estaba menos borroso en la hoja de papel, nunca reprobé y nunca obtuve una calificación de excelencia. No todo sucede gracias a la suerte, creer en ella es el peor mito de todos. La realidad es que siempre creí en el pequeño susurro que me decía que respuesta tomar, Gabrielle aún me señala lo mal que estoy al creer en la existencia de una voz interior, contrario con la inexistencia de un poco de suerte; puedo confesar que eso ya no tiene sentido alguno. Aquel susurro en el que tanto confiaba se volvió un grito exasperado que terminó por multiplicarse en el último año.— ¿Por qué te fuiste? — insistió. — ¿Qué era lo que escondías?, ¿acaso me vas a negar que no ocultabas nada?. Por supuesto que me di cuenta o crees que en verdad le creía cuando repentinamente llegaba a tu casa con cualquier excusa.— Gabrielle, lo siento...— ¡No!, no te disculpes. Me vale una bocanada de aire tu arrepentimiento.Con el zumbar en mi oído todo desapareció, no es algo que pueda controlar. Como cualquier ser humano nace la necesidad de enclaustrar lo incontrolable, de buscarle una explicación a los hechos más extraños causados por la mente humana. Maldigo a mi cuerpo carente de serotonina. Solo estoy disfrazando la campiña, por dentro sigue siendo la misma cueva vacía. Esta vez fue diferente, me di cuenta de cada detalle al instante y no al final como regularmente suele suceder. El temblor empezó a succionar todo semejante al giro demoledor de las aspas de una licuadora, quizá era mejor ser bañada en escombro que narrar cada instante de su muerte. Un eco y el reloj desplomándose con el tintinar del regulador de la tostadora, pude ver como los pequeños pedazos de vidrio acariciaban las partes de metal como si egoístamente quisieran utilizarlos como bolsas de aire para evitar caer en la opacidad del suelo. Todo se detuvo y el silencio fue opacado por la resonancia de las incontables cornetas que sonaban en perfecta sintonía y así abrirle paso y que mis ojos impuros fueran purificados para verlo entrar por la puerta. Un ángel sin alas envuelto con el deslumbrar de la luna. Su caminar tan lento con su inspirar fresco, ignorando descaradamente mi presencia y la ira que me impedía mirar su rostro. Botas húmedas y dedos amoratados. Frente a ella flaqueo y dejo ir su último impulso con un te amo incrustado en los labios, solo para dejarse caer en sus muslos. Me sentía en una rotula con su pausado movimiento, el único objeto en la habitación blanca, la voz de la esperanza y la guadaña teñida. Destinada a ver nuevamente el penúltimo día de su corta vida.Grite su nombre y el eco en toda la habitación me erizo la piel, grite hasta que me ahogue con el sabor a sangre que brotaba de mi garganta, el asco me hizo caer de rodillas logrando sentir el calor de la tierra a pesar de que el sol se había despedido hace horas. Algo en mi palma impedía que mis dedos se unieran a mi piel, necesitaba sentir con desesperación el dolor de la realidad. Como un acto mezquino acaricie la redondez perfecta de la sortija dorada que impedía que mis uñas tomaran con furia las líneas de mi palma, tan egoísta en sus pensares que el consentir la más mínima ambición de tal objeto era mucho peor a volver a aquel estuche esmeralda. Ni Gabrielle, ni yo éramos las únicas que fantaseaban con un futuro diferente. Intente cerrar los ojos y susurrar su nombre pero estaba sola, hincada en medio de la nada, sin trayectoria y en mis pensamientos aguardaban sus ojos con el iris abultado y la clorótica enrojecida, ojos tan vivos cuyo destino en ese momento era hacer honor a su cuerpo inerte. Aun no logro entender lo que me hace tan especial, lo que a él lo hacía tan especial.— Fue tu culpa sabes — su voz fue el pellizco en las palmas que necesitaba—. Tú fuiste la responsable de todo y ni siquiera te dignas a mirarme a los ojos. Lo peor es que aún no quiero entenderlo, aún estoy de parte de la manipulación y las mentiras que salen de tu boca — obteniendo de su bolsa una petaca plateada que le había visto a su padre un par de veces—. Necesitaba mirarte para entenderlo. Salud en tú honor. Salud, en su honor — dándole un trago lo bastante profundo como para tambalearse.— Tienes que tranquilizarte Gabrielle, ¿desde qué hora estas bebiendo?. — Tratando de justificar su cambio de humor repentino.— ¡No me toques! — dando pequeños pasos atrás—. Aún estas con Héctor, ¿verdad?. ¿Cómo es qué aguanta tanta farsa?, ¿Cómo puede siquiera verte y no sentir asco?. No lo mereces. No mereces nada de lo que hizo y sigue haciendo por ti.— No menciones a Héctor en esto, él no tiene nada que ver.— ¿No tiene nada que ver? — Riéndose tan alto que mi asustada madre tuvo que salir de su habitación—. ¿Cómo puedo saberlo?, sigue siendo el labrador retriever que hace todo lo que le digas. Yo estoy tan mal según su criterio — bebiendo el poco líquido que quedaba en la petaca de su padre—. Yo ni siquiera hago las ridiculeces que te atreves a hacer, el llamar la atención es algo que te resulta bastante bien, no te quitare ese lugar, aunque ambas estamos conscientes de que yo lo haría mucho mejor. — Quiero que te vayas, Gabrielle — me alegra saber que a pesar de tantas guerras mi madre esté dispuesta a seguir recibiendo las balas por mí. — Claro que me voy señora Duchamp — abriendo nuevamente su bolso para arrojar la pequeña caja de regalo mal envuelta—. ¡Feliz cumpleaños!. En verdad a eso vine. Lo demás fue gracias a los recuerdos y a la botella de Ricard.Curiosamente no llore, quería hacerlo pero algo me lo impedía, tome la pequeña caja y subí las escaleras. Antes de entrar a la habitación miré los ojos de mi madre y le asegure que no haría algo estúpido, pensé que al estar sola me quebraría en llanto al instante pero no hubo nada y no dejaba de sentirme mal por eso, estar así me llevaría a pensar en lo ocurrido por varios días, ¿y que si fuera así?. No pude dar respuesta a mis preguntas habituales cuando sentí el cansancio en cada musculo de mi cuerpo, suspire su nombre y cerré los ojos. A la mañana siguiente me di cuenta de que había dormido toda la noche, no me alegro mucho porque los malestares de haber descansado de más aparecieron apenas me moví, volver a dormir me haría ver perezosa y levantarme para ir a la escuela era lo último que quería hacer. Así que solo me quede recostada con las mantas olor a lavanda hasta las orejas, escuchando el tic tac del reloj, recordando aquel pasado...
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INESTABLE
Teen Fiction- Te amo - dijo sin ningún aviso, como la explosión de una bomba. - ¿Qué?. - Te amo y no espero una respuesta semejante de tus labios. Ni siquiera espero que finjas que sientes lo mismo o que seas sincera y digas que es un sentimiento estúpido y vac...