Capítulo 7. Cómo forzar una amistad y que parezca natural
—... por tres días. Cada vez que despierta empieza a gritar adolorido. No sé qué más hacer... —Mi mente luchaba por no volver a la inconsciencia, pues necesitaba saber por qué la voz de David se escuchaba tan preocupada—... Robé la morfina hace dos noches en un hospital cerca de Hershey... No, no, Elena, no levanté sospechas, y si lo hice, no importa, ya estamos lejos de Pensilvania y he cambiado dos veces de transporte.
Debía estar todavía bajo los efectos de la morfina, porque no podía mover ni un musculo o abrir los ojos. Pero eso no me importaba. No cuando me sentía tan bien. Mejor que bien: excelente. No sentía ningún dolor... Más bien, no sentía nada. Era como si mi cuerpo se hubiese esfumado y sólo éramos mi mente y yo, flotando en el aire.
—Dime qué hacer, ¿quieres? Es difícil pasar por desapercibido cuando tengo que cargar un cuerpo inconsciente. —Le escuché soltar un suspiro, y en ese momento no me di cuenta del cansancio que desbordaba ese suspiro—. Se me están acabando las ideas para mantenerlo a salvo, Elena —añadió en un susurro preocupado.
No escuché nada por un tiempo, sólo su calmada respiración a unos metros de mí. Debía estar hablando por teléfono, porque no podía escuchar a nadie más en la habitación.
Quería abrir los ojos, ver en dónde estábamos, preguntar qué ha pasado, porque mi memoria lo único que podía remembrar era un terrible dolor y como me desmayaba en el asiento del auto después de haber escapado de Stefan y sus refuerzos. Quería quitarle también a David el peso de protegerme; pero no podía. Simplemente todavía estaba muy cansado. Y al final, no tuve otra opción que dejarme llevar por mi debilidad.
Música, bulla. El auto en movimiento, fuertes sacudidas. ¿Es tan difícil dormir en paz? Todavía estaba tan cansado que abrir los ojos demandó gran esfuerzo físico. Pero lo hice. No tenía ganas de moverme tampoco, pero lo hice, estirándome hacia el puesto delantero y apagando la radio como si mi vida dependiera de ello. Volví a acostarme en el puesto trasero, tapándome los ojos de la luz del día. El dolor de cabeza seguía ahí, pero ya no lo sentía como una tortura cercana a la muerte.
—Pues buenos días —dijo David desde su lugar en el volante—. Esta es la primera vez que despiertas sin gritar y llorar, así que debes sentirte mejor.
—¿Al menos lloré como un hombre? —pregunté, con la voz afónica y la garganta adolorida, probablemente el resultado de mis constantes «gritos.»
—No fue tu momento más agraciado, pero pudo ser peor. Toma. —Me quité las manos de los ojos para ver a David cediéndome una botella de agua—. ¿Cómo está tu cabeza?
—Soportable —respondí mientras agarraba el agua y tomaba varios sorbos.
—Ahora toma esto. Debes tener hambre.
Me ofreció un emparedado envuelto en un papel plástico, de esos que compras por un dólar en los dispensadores de las gasolineras. Pero esto no me importó. Tomé el emparedado como si de un objeto sagrado se tratase. El pan y sus ingredientes estaban secos, pero en ese momento nunca había probado algo más delicioso.
—Gracias —murmuré.
—Sólo no te ahogues. Aquí hay más —dijo mientras me cedía una pesada mochila del asiento de copiloto. La mochila estaba llena de suplementos como comida, agua, y una considerable cantidad de materiales de primeros auxilios ya utilizados. Y supe de inmediato para qué habían sido usadas.
Inspeccioné mis heridas con cuidado. La mayoría de los rasguños en mi brazo derecho ya estaban cicatrizados; éstos no requirieron más atención que desinfectarlas. En cambio, las grandes heridas como el de mi pierna y el de mi brazo izquierdo estaban profesionalmente vendadas con tenues manchas de sangre destilando la tela.
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El proyecto Berwick
Science FictionBen se ve envuelto más que voluntariamente en un mundo donde no debería estar. Al descubrir que una organización secreta llamada "El Museo" es la culpable de la muerte de su padre, decide formar parte de un grupo de fugitivos con dones sobrenaturale...