Capítulo 14. Cuando el infierno se congele

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En el capítulo anterior del Proyecto Berwick:

-Ah, no sé qué decir. David le dispara a Ben, aunque eso no fue real. Ah, realmente no se qué más agregar. Así que si tienen dudas, me preguntan.

Disfruten. Advertencia:  no edite absolutamente nada

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Capítulo 14. Cuando el infierno se congele

Ya casi no me quedaba nada para incendiar y el maldito fuego se estaba extinguiendo. Acerqué mis manos heladas a la fogata, titiritando y viendo como mis vaharadas se disipaban en el invierno. Era principios de junio —¿o mediados?—, pero a la mierda la lógica en ese lugar: ¡que haya ventiscas de nieve!

Miré a mi alrededor. Miré precavido las docenas de hileras de estanterías de aluminio que llegaban hasta ambos extremos del pasillo como si en cualquiera momento un tigre saltaría de la oscuridad. Estaba en el segundo piso de la biblioteca de mi secundaria en Pensilvania y usualmente los estantes estaban llenos de libros, pero cuando llegué ahí, el lugar empezó a cambiar mientras más intentaba detallarlo. Al decidir buscar cosas para quemar e iniciar una fogata, un lugar lleno de libros pareció ser lo más lógico, pero cada libro que intentaba tomar se desvanecía como si jamás hubiese estado en mis manos. Las secciones de Clásicos y de Fantasía permanecieron intactas, junto con unos pocos libros en Cocina, Política e Historia. Eso me permitió sobrevivir el resto de la tarde y la mayor parte de la noche.

—¿Ben?

Pegué un respingo cuando escuché la voz cercana de Camila en un silencio tan apabullante como en el que me encontraba. Mi sorpresa se debía especialmente por volver a caer en la cuenta de que ese mundo sin sentido no era real. Por hábito, busqué a Camila con la mirada, incluso cuando ya estaba seguro de que no vería a más nadie ahí conmigo.

—¿Estás bien? —preguntó a continuación la muchacha.

—¡No! —susurré con dificultad por las seguidas sacudidas que me provocaba el frío—. Me estoy congelando. ¿Dónde... rayos estabas?

—Me despedía de Tess.

—¿En dónde la despediste? —Agarré otro libro de la pila restante y leí su título antes de arrojarlo al fuego—. ¿En Venecia? —Observé como las palabras impresas de la portada que decían «El mercader de Venecia» se chamuscaban al alimentar la fogata. A pesar de que no era real, me provocaba un cierto malestar deshacerme de una copia en buen estado.

—Vamos, no seas dramático.

—Pff, te he estado llamando desde hace... casi dos días y sigo atrapado en este puto lugar. —Llevaba cocinando mi enfado desde hace ya un tiempo, pero debía calmarme: el no saber qué podría hacerle a mi cuerpo sin yo saberlo era un buen incentivo para no hacerla enojar—. Sé que no me puedes ayudar, pero...

—Ben, sólo me fui como por unos cinco minutos.

Me quedé callado por un rato, esperando escuchar alguna risa disimulada que me dijera que me estaba tomando el pelo.

—Espera, ¿hablas en serio?

—Sí, David y Tess se fueron hace un momento.

«Mierda, mierda», maldecí, soltando otro temblor que tal vez no se debía del todo por el frío. Abrigué mis manos debajo de mis sobacos, pero esto no hizo mucha diferencia considerando que aún estaba vestido en ropas ligeras: unos jeans, una camiseta y un suéter de lana que le quité a la anciana bibliotecaria que yacía muerta en el piso de abajo.

—Estás frío. Déjame abrigarte —dijo Camila, y supuse que me debía estar tocando las manos; pero otra vez no tenía forma de saberlo—. Sé que eso no te ayudará allá, pero... ¿En dónde estás? Y me refiero a... allí en el limbo.

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