Capítulo 1. Mi auto estacionado en el comedor

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Capítulo 1. Mi auto estacionado en el comedor

La música estaba alta, tanto que mi ventana vibraba con el sonido del bajo. Pero aun así pude oír un ruido incongruente. Primero pensé que era un mapache o algún otro animal haciendo barullos afuera, por lo que continué acostado en la cama, leyendo. Me alarmé cuando escuché el claro sonido de algo rompiéndose en el piso de abajo. Puse en mute el reproductor de música con el control remoto y agucé mis oídos... «Pasos.» Sí, alguien estaba en la casa.

Yo vivía en una casa en el interior del bosque y el vecino más cercano estaba a casi un kilómetro de distancia. Había hablado con mi madre hace media hora y ella trabajaría toda la noche, así que...

«Mierda.»

Quien quiera que fuera el intruso ya debía saber dónde estaba, por lo que le quité el mute a la música, agarré el teléfono y salí de mi habitación. El esfuerzo físico me mareó, pero me dirigí con cautela hacia al otro extremo del pasillo, hacia la habitación de mi madre. Ya adentro, me agazapé contra la puerta, dejándola levemente abierta. Mientras miraba el pasillo por el resquicio, atento a cualquier movimiento, llamé a emergencias y me prometieron ayuda inmediata. No ocurrió nada por varios segundos, tampoco podía escuchar mucho por la música a tanto volumen.

Reflexioné en la posibilidad de que hubiera más de un intruso en la casa.

De repente, una figura masculina que no reconocía se asomó por las escaleras y fue directo a la procedencia de la música. Pero se frenó a medio camino. Como si supiese exactamente dónde estaba, viró su cabeza hacia mí.

Cerré la puerta y puse el seguro. Corrí hasta la ventana y analicé la distancia hacia el suelo. «Podía saltar eso, ¿verdad?»

—¡Ben, abre la puerta! —gritó el hombre, sacudiendo la manija y aporreando la puerta.

«¿Cómo sabía mi nombre?»

En ese momento vi una camioneta negra aparcando afuera en mi patio, junto a mi auto escarabajo azul. «¿La policía?»

—¡Maldita sea! —dijo el hombre en el pasillo con exasperación y detuvo sus intentos de entrar al cuarto. Un instante más tarde la música se apagó y el silencio acentuó un poco más la sensación inquietante.

Cinco hombres salieron de la camioneta, todos vestidos de manera casual: franela, jeans, zapatos deportivos y cuatro de ellos cargaban con unos fusiles que completaban el atuendo. No me dieron la impresión de ser la policía. ¿Vendrían por el intruso? Consideré sacar la cabeza por la ventana y pedirles ayuda, pero algo me decía —tal vez sus armas o sus portes intimidantes— que ellos no serían muy serviciales.

Me oculté a un lado de la ventana, y traté de ver a través de las cortinas.

El hombre desarmado —aquel que parecía el líder— dio unas órdenes que no conseguí oír, y los cuatro hombres con sus armas en ristre se dividieron y sitiaron la casa.

—¡Vaya, vaya! —canturreó el líder, observando la casa con ojo analítico y una sonrisa maliciosa—. Elegiste pésimo escondite, David. —Desde mi posición la única característica que le resaltaba era un cabello oscuro y ondulado que le llegaba hasta el cuello; tampoco era tan alto como el resto de sus hombres que ahora se perdieron de vista—. ¡¿Cómo quieres que hagamos esto?! ¿Vas a salir, o nos obligarás a ir por ti?

Guardó silencio como si estuviera esperando oír alguna respuesta. Casi cedí al impulso de contestarle yo mismo, indicarle que el tal David estaba afuera, en el pasillo.

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