El proyecto Berwick

Capítulo 13. Inserte chiste de fantasmas aquí...

Pues volví. Lo siento por la espera. Sinceramente este capítulo puede ser el más difícil capítulo que he escrito. Cada dos párrafos entraba en un nuevo bloqueo. Y lo peor es que aun no puedo decir que valió la pena. Ojalá les guste. 

Anteriormente, en El proyecto Berwick:

Ben y David tuvieron un pequeño altercado. Stefan anunció que El proyecto Berwick los tienen rodeado. ¿Qué significará eso? Y no sé qué más agregar. Pueden preguntarme si necesitan aclaratoria de algo.

 Empecemos.

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Capítulo 13. Inserte chiste de fantasmas aquí...

El hombre cruzó el agua, rápido y determinado. Vestía con jeans y una camisa verde, pero eso fue lo único que detallé antes de echar a correr al bosque. Corrí contra ramas y arbustos que rasguñaron mi piel expuesta, aunque pasé eso por alto. Escuché pasos cerca de mí: atrás, a mi izquierda...

Un fuerte empellón me lanzó en contra de un árbol. El golpe en la espalda me sacó el aire, pero no me dejé distraer y traté de incorporarme tan rápido como pude. A unos pocos centímetros de distancia, otro hombre de piel oscura había caído conmigo, y ya se levantaba con ojos saltones y ávidos. Brincó hacia mi dirección, gruñendo como un animal salvaje. Desvié su caída lejos de mí, sin embargo, su agilidad le permitió ponerse de pie en un santiamén.

«Otro a las seis», dijo Stefan. Me volteé y vi a tiempo como el hombre que me seguía desde el arroyo saltaba. Me arrinconó contra un árbol, sin dejar de lanzar mordiscos a diestra y siniestra.

—¡Qué mierda...! —exclamé, luchando por mantener sus dientes alejados, pero el hombre tenía una fuerza excedente y se estaba acercando demasiado a mi cuello. Así que utilicé esa pujanza a mi favor: agarré la parte de atrás de su cabeza y la hice choquear contra el tronco en mi espalda. Esto lo aturdió lo suficiente para poder empujarlo al suelo. Me arrojé sobre él, sometiendo su cuerpo tanto como podía con una mano en su cuello y con el otro dando puñetazos. No obstante, el hombre parecía ignorar el dolor y seguía tratando de morderme.

Qué bueno saber que toda la práctica con Camila me haya sido de utilidad.

De pronto, sentí una enorme punzada en mi hombro derecho. Chillé ante la presión en el músculo y casi pierdo el control del hombre debajo de mí, pero logré conservar el poderío en su cuello. Con el otro brazo, di codazos a la persona en mi espalda y logré apartarlo por un segundo antes de sentir como me mordía nuevamente. Pero por suerte, fui liberado de su peso y de su mordedura. No me volteé a mirar qué lo había hecho detenerse, en vez, me encargué del hombre que se removía bajo mi cuerpo. Abrí su boca, y después, con ambas manos y con la fuerza que apenas pude acopiar —pretendí no sentir como sus dientes se clavaban en mis dedos—, jalé hasta escuchar el chasquido de su mandíbula romperse del maxilar. Al menos eso calmaría el peligro de que me mordiera, pensé mientras le escuchaba gritar y agitarse.

Me volteé para encontrarme a David, parado a un lado de un cuerpo inerte y con la respiración tan agitada como la mía.

—¡¿Qué rayos sucede con esta gente?! —dije. Me intenté levantar, pero mi vista se nubló un poco y mis extremidades fueron incapaces de sostenerme y caí.

El hombre se agarró de mi pierna como un animal lastimado. Su lengua guindaba afuera de su boca incapaz de cerrarse y fue cuando me di cuenta de lo inusualmente filosos que sus dientes se veían. David le dio una sonora patada en el rostro y de inmediato cayó inconsciente —o muerto; era difícil saberlo.