Capítulo 3. Tal vez sí tenga tendencias suicidas

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Capítulo 3. Tal vez sí tenga tendencias suicidas

La primera vez que me desperté fue al mediodía. Tenía un terrible dolor de cabeza. Ni me molesté en desayunar o almorzar; a decir verdad, lo único que llevé a mi organismo fue un par de píldoras acompañadas con un vaso de agua. Sasha había dejado una nota en la cocina asegurándome que no la esperase hasta muy tarde en la noche; probablemente estaba en una cita con Cristina. Y para celebrar tener el apartamento completamente a mi disposición, me fui de nuevo a la cama y dormí el resto del día.

El dolor de cabeza incesante debía ser por los acontecimientos de la noche anterior. El hecho de haber dormido todo el día me hacía pensar que tal vez lo había soñado. Pero mi ropa manchada por la suciedad del suelo del callejón y un notable cardenal formándose en mi cuello —y no estaba de más agregar que mi imaginación no era tan buena como para pintar sucesos tan rocambolescos— eran la prueba suficiente para convencerme de que todo fue real.

Cuando mi estómago demandó atención, mi reloj marcó la una de la mañana. Decidí hacerme un poco de espagueti, y mientras mi desayuno-almuerzo-cena se cocinaba en agua hirviente, fui al baño a tomar otro par de píldoras para el dolor de cabeza. El único sonido que realmente podía escuchar en todo el apartamento era el agua vertiéndose en un vaso. Sólo las luces de la cocina y del baño estaban prendidas. Era un apaciguado silencio del que apenas fui consciente hasta que fue interrumpida. El sonido de la puerta abrirse me sorprendió de un respingo, pero supuse que debía ser Sasha.

—¿Hola? —El susurro de la voz de una mujer me llegó claramente. Y no era de una mujer conocida.

Salí del baño con vacilación. A pesar de que la sala estaba en penumbra, pude ver dos figuras con claridad, y una de ellas era definitivamente un hombre. No tuve que pensar dos veces para correr hasta a cocina...

—¡Espera, Ben!

... Alcé la olla caliente y traté de lanzar el contenido hirviente contra el cuerpo que fue tras mi zaga. Pero el agua no salió..., sin importar mis múltiplos intentos. Miré confundido la olla, notando qué ésta estaba taponeada por una rara superficie que ahora parecía estar fundido con el hierro de la olla.

—Ben, cálmate. Soy yo —dijo el hombre que me alcanzó a la cocina.

—David —musité, aún sin creer lo que veía—. ¿Tú hiciste esto? —pregunté señalándole la olla tapada.

—Bueno..., casi me lo echas encima... Sólo me protegía —respondió con inseguridad.

David seguía casi igual a como lo recordaba, pero esta vez estaba más... limpio. No estaba calado en sudor y su piel, aunque todavía con varias cicatrices, no tenía heridas recientes; también su cabello rubio estaba un poco más largo.

—No puedo creer que estás aquí.

Esas palabras parecieron sorprenderle.

—Hola, Ben —saludó la mujer más bella que haya conocido. Elena me miró con una gran sonrisa antes de acercarse y darme un abrazo—. Vaya que te has puesto más guapo.

Le sonreí de vuelta un poco sonrojado. Escuchar sus voces fue algo surreal, parecía que las había olvidado y fuera la primera que les escuchaba hablar.

—Y tú sigues siendo una de las mujeres más hermosas que he visto —repliqué sin poner mucho pensamiento a mis palabras. Pero entonces recordé que sólo había hablado con ella una sola vez y mis coqueteos podrían ser inapropiados para una desconocida. Sin embargo, a ella no pareció importarle, pues soltó una gran risotada.

—Ya tengo novio, pero escuchar ese tipo de cosas siempre son agradables.

David carraspeó, llamando nuestra atención con cierta exasperación en su expresión.

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