15. Lucy -Un día en familia

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Los Miyawaki eran una familia como otra cualquiera. Tenían su casa pagada con el trabajo de muchos años y vivían con cierta tranquilidad. Adam, el padre de Lucy, decidió sorprender a su mujer Cynthia y a su hija con una comida en familia.

Prepararon entre los tres un picoteo variado, con fruta cortada en tápers, croquetas, tortilla de patata en daditos, galletas y un buen taper de lentejas de la mamuchi. Con un par de bolsas de patatas dentro de las mochilas, las llenaron con comida y bebida y las metieron en maletero del coche con risas y felicidad de por medio.

Adam conducía y tamborileaba el volante al ritmo de la música que sonaba en la radio mientras se alejaban de la ciudad. Lucy podía ver desde la ventanilla como las montañas a las que se dirigían, llenas de bosque y de verde naturaleza.

A la mamuchi ya le gustaba que de vez en cuando él tuviera esas iniciativas. Él con tanto viaje por trabajo y ella todo el día pegada al ordenador, ya les iba bien ver naturaleza y desconectarse un poco de la red. Además, su única hija empezaría la universidad el curso que viene y ella sentía que ya le quedaba poco tiempo los tres juntos antes de que ella echara el vuelo para ser la jefa de su propia vida. Eso formaba parte del ciclo vital de cada persona.

Llegaron finalmente a un pequeño claro con mesas de picnic rodeado por árboles y con unas preciosas vistas a las montañas vecinas. Todos ayudaron a descargar el coche y se instalaron en una de las mesas de madera, con Lucy abriendo una bolsa de pelotazos sin ni quiera sentarse.

—Pequeña, no empieces a comer sin nosotros, que después no tendrás espacio para las lentejas —regañó dulcemente la mamuchi.

—Para se sala he pillada un par —contestó con pelotazos en la boca.

—Lucy, no se habla con la boca llena.

El padre dejó la última bolsa encima la mesa y se sentó delante de sus dos chicas, iniciando el banquete oficialmente. Mientras padre e hija le daban al picoteo, la mamuchi empezó a servir las lentejas, aún calientes y con la pinta deliciosa de siempre.

Rieron, jugaron a las cartas, hablaron de la vida, hasta que el padre se sentó al lado de Lucy para acercarse a su oreja.

—Lucy, ¿damos un paseo?

—Claro, papá. Ahora volvemos, mamá.

—No te comas la última croqueta, cariño, esa lleva mi nombre.

Se lanzaron un beso y el padre abrazó cariñosamente de lado a su hija mientras empezaban a desfilar hacia los árboles.

Había un pequeño sendero entre las hojas caídas y la hierba, y la temperatura y el sol de mediodía eran perfectos para admirar con calma la naturaleza. Entre algunas risas y bromas, se sentaron a la sombra de un árbol grande y antiguo, el cual solo dejaba pasar pequeños destellos de luz hacia el suelo. Adam jugó con ellos mientras Lucy arrancaba briznas de hierba escucahndo con atención los pájaros.

—Lucy, mañana me voy de viaje.

La chica miró al padre, el cual seguía jugando con el sol sin mirarla. Ella asintió, volviendo a la hierba.

—Me lo imaginaba... Hacía mucho tiempo que no te ibas de viaje.

—He estado trabajando en algo yo solo del trabajo, y ahora debo ir a ver si realmente es posible.

—Seguro que sí, eres un genio, papá, y entiendes de tecnología mejor que nadie. Si tu crees que es posible, seguro que podrás.

El padre miró a Lucy y la abrazó con los ojos mojados, sin dejar que ella lo viera.

—¡Papá, sueltáme! ¡No puedo respirar!

—Perdona, mi niña. Es que ahora seguro que será posible. Si tú crees en mí, ya no necesito nada más.

—Hombre, una estrategia comercial para venderlo, un plan de distribución y unas cuántas cosas más necesitas.

—Claro, mi niña. Y, por cierto, no está bien que mientas, a ti se te da mejor la tecnología que a mí. Sé que tenéis un vínculo especial.

—Bueno, las nuevas generaciones se adaptan mejor a las nuevas tecnologías, supongo.

—Confía más en tus capacidades, pequeña. Sé que algún día llegarás tan lejos como quieras, quizá incluso puedas hacerlo a la velocidad de la luz.

—¡Ala, papá! ¡No seas tan exagerado!

Los dos rieron de nuevo y escucharon un poco más a los pájaros en silencio. Decidieron volver para no dejar sola a la mamuchi y  terminaron de pasar la tarde por allí, jugando la deseada revancha a las cartas.

Nada más llegar a casa y meter los tápers en el lavavajillas, el señor Miyawaki entró en su habitación y volvió al salón con algo escondido detrás de la espalda.

—Lucy, puedes levantarte un momento —Lucy y la mamuchi se sonrieron y la pequeña de la casa se acercó a su padre.

—¿Qué pasa, papá?

Sacó de detrás un portátil que a Lucy le era muy familiar. Era el portátil de su padre. Le había visto trabajar con él día y noche, casi ni se separaba de él.

—El viaje que haré mañana va a ser largo, así que si en 6 meses no he vuelto, será porque necesito tu ayuda, entonces deberás abrir mi ordenador. ¿Lo harás?

—Claro, papá, ¿pero cómo lo voy a hacer si no sé nada de tu proyecto?

—Cuando lo abras, a los seis meses —apuntó—, lo entenderás todo.

—Está bien, papá.

Lucy sonrió a su padre con el portátil en sus manos y este se lanzó a abrazar a su hija.  Uno de los más fuertes y con más sentimiento que le había dado en su vida. No estaba seguro que fuera lo más sensato, pero esa fuerza corría en sus venas y un día u otro debería afrontar su destino. Al fin y al cabo era su hija, su heredera, su niña. Estaba escrito en sus venas como los circuitos de una placa base, y pronto también en su piel.




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