20. Niko -El cuadro

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La luz que entraba por la ventana de la mansión de los Lantsov era perfecta para el cuadro que Niko había empezado a pintar. Decidió no romperse mucho la cabeza y pintar las vistas al barrio de los ricos que tenía desde su habitación. 

Sacó sus acuarelas y las colocó en una mesita alta al lado del caballete de pintura juntamente con un bote lleno de agua y sus pinceles. Miró fijamente por la ventana, intentando captar todos los detalles importantes para tenerlos en cuenta. Cómo afectaba el sol a la arquitectura, qué colores se formaban a esa hora, qué reflejaban las aguas de las fuentes cercanas y los niños que jugaban en ellas en ese caluroso día de primavera. De mientras, iba bocetando a lápiz el paisaje con un trazo fino, pero decidido. Cuando terminó sus guías, empezó a pintar. Con suavidad recorría las líneas marcadas y llenaba los agujeros con pulso firme, cambiando de pincel y de color cuando el lienzo estaba seco para poder pintar detalles.

No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se había colocado delante de la ventana, aún así, el sol había pasado de un lado al otro de esta sin que el fuera consciente más allá de la luz que recibían los objetos. Iba por la mitad de la pintura cuando escuchó la puerta de su habitación abrirse.

—¿Otra vez estás con eso? —gruñó el señor Lanstov, Niko solamente bajó la paleta y saltó del taburete—. ¿Cómo han ido los exámenes? Hoy colgaban las notas, ¿verdad?

—Sí, todo bien, como siempre.

—Eso me lo creeré cuando lo vea. Enséñamelas.

Niko cogió el teléfono resoplando, harto de esta acción que se repetía cada trimestre, aunque las notas fueran siempre bien. Abrió el campus virtual, mostrando sus notas a su padre. Este pilló el teléfono, quitándoselo de las manos.

—¿Puedes decirme qué es esto de aquí? —le mostró la pantalla demasiado cerca de sus ojos.

—Es un 8 en econometria de la empresa.

—Ya, eso ya lo sé, Nikolai, quiero decir que cómo es que solamente tienes un ocho.

—Me esforzaré más para la próxima.

Niko volvió a levantar la paleta mirando por dónde se había quedado. El padre lo miró, flipando por cómo volvía a la nada al cuadro dándole la espalda y se acercó al caballete lanzando el móvil directamente a la cama.

—¿Es por esto que no has sacado más de un ocho? —señaló el cuadro.

Antes de que Niko pudiera contestar, apartó a su hijo de malas maneras y pilló el lienzo parcialmente mojado, rompiéndolo con fuerza.

—¡Eh! ¡¿Pero qué haces?!

—Nunca vas a ganar nada con tus cuadros, Niko. Yo te estoy dando una vía fácil, un seguro de vida con el que puedes vivir tranquilo, pero prefieres pintar cuadros y terminar en paro. Qué será lo siguiente, ¿te cortarás la oreja como Van Gogh?

—Oh, claro, todos los artistas son unos excéntricos, ¿no?

—Niko, tú no eres artista, ni nunca lo serás, tú eres empresario y cuando yo deje mi puesto tomarás mi lugar en esta empresa que a tu abuelo le costó tanto levantar. Deja de tener fantasías de niño pequeño y saca mejores notas. Dirigir una empresa no es una cosa para tomársela a la ligera.

—¿Por qué no puedo decidir si quiero heredar la empresa?

—Porque yo tampoco tuve elección, y fue lo mejor para mí. Créeme, también será lo mejor para ti.

El señor Lanstov dejó caer los trozos de lienzo y se dirigió a la puerta, dejando a Niko con una gran impotencia, como siempre.

—¿Mamá estaría de acuerdo?

—No te atrevas a meter a tu madre en esto.

Antes de que pudiera replicarle de nuevo, cerró la puerta de un portazo, dejando a Niko caer encima de la cama harto un día más de vivir en esa casa.

Poco después se levantó y recogió los trozos de lienzo rotos, intentando unirlos para sacarles provecho, pero acabaron en la basura como un día también lo hicieron sus esperanzas hasta que apareció ella.

—Wow, Niko, te está quedando increíble.

El rubio salió de sus pensamientos. No sabía cuánto tiempo se había quedado parado delante del cuadro que tenía delante, ni había escuchado la puerta de la entrada abrirse. Las vistas que se veían a través de la ventana del piso de la chica estaban a medio hacer en el lienzo, con la ténue luz del sol que decide irse a dormir. La pelirroja se acercó a él, dándole un beso corto con una sonrisa antes de volver a mirar al cuadro. Niko no podía dejar de mirarla. Cuando la conoció, las cosas se torcieron en su vida y, aunque aún no sabía como ella lo hizo, ella cambió radicalmente todo lo que conocía y cómo quería ser. Quería ser e iba a ser él mismo, con sus sueños y deseos, sin importar herencias ni familias.

—Me gusta la combinación de colores que has usado para la luz que da en ese edificio.

—A mí me gustas tú.

—Anda, cállate —le pegó cariñosamente en el brazo y los dos rieron—. ¿Hago la cena mientras terminas?

—Sí, por favor. ¿Crees que te servirá para el relato que escribiste?

—¿Lo estabas pintado por eso? No hacía falta... Pero sí, por supuesto que sirve —volvió a darle un beso—. Te dejo trabajar, artista.

Sylver le guiñó un ojo mientras se metía en la cocina. El chico no pudo evitar volver al trabajo con una gran sonrisa entre sus labios sabiendo que no necesitaba nada más.

#ADOMCTOBER2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora