11. Adramalik -Ni la muerte nos podrá separar jamás

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El ambiente lúgubre del pueblo vestido con niebla y olor a pescado proveniente de los muelles de Innsmouth habían hecho del día uno como otro cualquiera si no fuera porque había llegado el día más bonito de la vida de Amarok, el médico de la muerte capaz de curar hasta el más moribundo paciente. Se iba a casar con Rosa, una chica que sus guardas llevaron hasta su clínica hacía menos un año en un coma profundo, sin saber qué ni cómo había terminado en ese estado. Él pudo despertarla con sus artes médicas y no tan científicas, dando como sorpresa una chica que había olvidado quién era, o eso decía ella. Teniendo ya un heredero varón, su padre no dudó en abandonarla con el médico cuando esta rehusó ir con los guardias. La chica se había enamorado perdidamente del doctor que le sacaba bastantes años, pero en los años que corrían no era de extrañar que jovencitas terminaran casadas con hombres mayores, aunque normalmente solía ser concertado y no por amor como en este caso.

Un claro no muy lejos de los caminos comerciales fue el lugar elegido para celebrar la ceremonia de unión. Los rumores de las prácticas no muy legales por parte de Amarok impidieron que el deseo de Rosa de casarse en la catedral, pero gracias a los servicios ofrecidos por Amarok al hijo bastardo de un sacerdote, este aceptó a oficiar la unión.

Un par de bancos de piedra blancos y las rosas que empezaban a brotar estuvieron presentes en esta unión el único día que Amarok cerró la clínica en tantos años de oficio.

Rosa estaba preciosa. Vestía un vestido blanco que, aunque tenía mucho que envidiar a la mejor seda noble de España, lucía noble y cara como ella merecía, dejando en él un buen pellizco del dinero conseguido tratándola. 

Aún sin memoria, no perdía la sonrisa ni un instante estando al lado del hombre que la salvó de las cadenas de la muerte. Todas sus miradas eran del amor más puro que existía en Insmouth y Amarok, aunque más cortado y serio que ella, devolvía las muestras cada vez con más pasión y felicidad. Como el curioso regalo que le iba a dar a su esposa cuando recibiera oficialmente ese título.

El sacerdote ofició la ceremonia con completa solemnidad y respeto, contagiándose un poco de la preciosa sonrisa de la extranjera, la que no dejaba de mirar con esos increíbles ojos azules como el cielo despejado a su prometido. Aunque Amarok no lo mostrara, estaba igual de feliz que ella, y Rosa lo sabía y lo notaba en el brillo de sus ojos.

Rosa pronunció sus votos llenos de amor como su corazón mientras agarraba con fuerza la mano del hombre y le acariciaba la mejilla con cariño. Una sonrisa sincera salió en los labios de Amarok cuando ella terminó.

—Amarok, es su turno —pronunció el sacerdote.

El hombre bien vestido para la ocasión con el único traje bueno que tenía en su hogar metió la mano en el bolsillo, sacando de este un colgante un tanto peculiar. Una piedrecita que encontró que le recordaba mucho al mar por el movimiento que causaba la luz al encontrarse con el interior. Una piedra tan bonita era perfecta para la ocasión y para colgar en un cuello aún más perfecto.

Mientras abría la cadena para pasarla por el cuello de su prometida, Amarok empezó a pronunciar los votos:

—Y con esta unión estaremos juntos para siempre. Tu vida pasa a ser mi vida. Tu familia es mi familia. Tu hogar siempre será mi hogar. Tus logros, son ahora mis logros. Tus sueños los llevaremos a cabo juntos como un único ser que somos. Tú y yo, juntos contra el viento y la marea, en la salud y en la enfermedad, y ni la muerte nos podrá separar jamás.

Antes incluso de que el sacerdote diese por acabada la ceremonia, Rosa se lanzó a los brazos de su esposo besándolo con pasión.

Así fue como Rosa pasó a ser su asistenta en la clínica, aprendiendo el oficio de manos de su marido y ayudando incluso cuando este necesitaba ayuda más técnica. A pesar de tener unas manos nobles y poco trabajadas, estas se habituaron con facilidad a todo el trabajo cuidadoso y un poco brusco a veces que hacía Amarok.

Otro regalo de boda que le dio Amarok la noche de bodas fue un telescopio al cual le pidió consejo al astrónomo del pueblo. El médico se quedaba hasta altas horas de la noche mirando sus especímenes a través del microscopio y sabía que Rosa adoraba mirar el cielo estrellado mientras él trabajaba. Y así pasaban muchas noches libres de pacientes urgentes, mirando a través de una lente los mundos que no podían ver y entender a simple vista.

Ni la muerte nos podrá separar jamás

Los pensamientos de Rosa Linda eran los pensamientos de Amarok, de hecho, ya no eran esas dos entidades individuales unidas por un juramento, eran un solo ser con un mismo pensamiento, con una sola vivencia, con un objetivo: acabar con los cazadores de la Umbra para vengar la noche en la que los dos pasaron a ser un solo ser: Adramalik.

#ADOMCTOBER2021Donde viven las historias. Descúbrelo ahora