21. Kata -El callejón, el escudo y el fuego

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El sonido de una botella de cristal rompiéndose proviniente de una ventana abierta cercana llamo la atención de un pequeño cánido escondido entre dos cajas de cartón. Algunos rayos y truenos en la lejanía y el ambiente frío del invierno lo hicieron temblar de más al perrito, haciendo que buscara refugio en el primer callejón que encontró.

Pequeñas gotas de agua empezaron a caer, haciendo que el animal se recogiera un poco más, evitando el rocío que caía en su hocico. Intentó dormir con el poco calor que había acumulado el cartón, pero todo parecía estar en su contra, con una gotera creada por un canalillo cercano formando un charquito cerca de él.

El pequeño cerró los ojos y dejó la cabeza encima de sus patitas blancas manchadas de barro, intentando dormir de nuevo, ignorando también el hambre que tenía.

Parecía que por fin Morfeo llamaba al pequeño, pero una puerta abriéndose y cerrándose con fuerza lo sacaron de la leve duermevela en la que finalmente había entrado. Levantó la cabeza, curioso y escuchó como algo caía al lado de unos cubos metálicos cercanos, acompañado de un leve sollozo que no cesaba. Se acercó cauteloso al origen con pasitos cortos y las orejas largas bien levantadas. Cuando vio qué había provocado ese ruido, paró y empezó a olisquear el aire.

Una chica de larga cabellera nívea tenía la cabeza enterrada entre sus piernas, rodeándolas con sus brazos. El vestido negro que llevaba y las medias estaban un poco embarradas, pero no tanto como sus botas, las que parecían haber pisado el mismo charco que el cánido. Una mochila negra reposaba a su lado, en uno de los pocos sitios que no se había mojado en ese callejón.

Los sollozos incesables empezaron a pasar a pequeños gimoteos, con algún hipo suelto. La albina notó algo húmedo y suave pasar por su mano con un pequeño ruidito. Levantó la cabeza con lentitud observando con sus ojos azules como un perrito sucio, anaranjado y blanco de grandes orejas y completamente adorable, estaba oliéndole la mano y lamiéndola, como si preguntase qué pasaba.

Cuando sus miradas se cruzaron, el pequeño paró de lamer la mano y se levantó, apoyando la patita en la pierna de la chica, para lamerle la mejilla, intentando quitar las gotas de lluvia que había caído de sus ojos. La chica rio por las cosquillas y se le formó una sonrisa momentánea antes de escuchar un trueno y un rayo caer cerca. El perrito intentó esconderse en el espacio libre que había quedado entre las piernas de la albina, sorprendiéndola por la cercanía que tenía ya el animal. Seguramente había sido abandonado, ya que aprovechó para mirar si tenía collar y no había rastro de él.

—¿Te dan miedo las tormentas? —preguntó la chica con tono dulce, casi surrando para no asustarlo más. Lo acarició entre las orejitas y este se dejó, dando señales con la cola de que le gustaba—. Tranquilo, aquí no te pasará nada.

Abrió la mochila con una mano, mientras con la otra seguía mimando al animal, y sacó una chaqueta y algo envuelto en papel de plata para después acomodar su cabeza en la almohada improvisada hecha con la misma mochila. Acercó el animal a su pecho, abrazándolo en el acto con fuerza y poniendo la chaqueta encima de los dos.

—Así no tendrás frío —el pequeño dio un par de vueltas acomodándose entre el espacio que dejaba la chica y el abrigo, esperando a que poco a poco se calentara. Ella rompió el papel de plata que envolvía un bocadillo y cogió un trozo, dándoselo a su nuevo amiguito—. Supongo que tienes hambre, eh.

El pequeño lo deboró con ganas, casi sin dar tiempo a la peliblanca a partir otro trozo para el hambriento perrito.

—Ojalá pudieras venir a vivir conmigo, pero creo que mi hermano me mataría.

Compartieron en bocadillo mientras la lluvia caía con intensidad. Allí estaban a resguardo del agua y entre los dos calentaron con facilidad el pequeño espacio que les proporcionaba el abrigo negro de la chica, haciendo que poco a poco, entre mimitos y la suavidad del pelaje del perro, los dos terminaran dormidos allí.

Las nubes grises se despidieron por ese día dejando paso al sol, el cual animó el día formando un arcoiris que podía verse en la ciudad. Los pajaritos empezaron a salir de sus escondites, aprovechando para beber agua en los charcos limpios que habían quedado en el suelo. El perrito, el cual había despertado por el ruido de la misma puerta que había escuchado antes, estaba observando atentamente a dos pájaros hidratándose, pero antes de que pudiera saltar de dentro de la chaqueta para atraparlos, algo los asustó.

Un grito masculino buscando a alguien se acercaba cada vez más. El animal observó al humano que giró para entrar en el callejón, viendo como paró el grito a medias al mirar hacia donde estaban ellos. El chico de larga melena blanca se acercó a paso ágil, pero el perro saltó delante de él, empezando a ladrar con fuerza, sin dejar que se aproximara a la chica, la que seguía durmiendo plácidamente.

—Eh, amigo —se asustó el albino, aunque al ver al pequeñajo intentando proteger a su hermana, decidió arrodillase, ofreciendo su mano amiga—. Tranquilo, chico, vengo a por ella. ¿A que huelo parecido a ella? Es porque es mi hermana.

El perro gruñó antes de acercase a oler, para después lamerle la mano. El chico levantó la mano lentamente hacía sus orejas, acariciándolo con cariño. El cánido volvió a mover la cola.

—Lo siento, amigo, ella me quita todo el tiempo para cuidar a alguien más.

Miró hacia la chica como si entendiera lo que le decía y le volvió a lamer la mano como despedida. El perrito se fue por detrás de los cubos metálicos, desapareciendo de la vista del albino.

Allen se acercó a su hermana, a la cual despertó despacio, pero intentando tener un semblante enfadado a pesar de la tierna escena que había tenido con el cánido.

—Kata, despierta —la chica gruñó adormilada, ignorando lo que decía—. Katana, ¿qué cojones haces durmiendo en un callejón?

—Callejón... Hm... Escudo... Hm... El Sol... Una cúpula... Hm... De fuego...

—Katana —sacudió con más intensidad el brazo de la chica, la cual empezó a reaccionar—. A veces me pregunto si realmente tienes 22 años, porque esto lo hace una niña de 3 al perderse.

—¡El perro! 

Reaccionó de repente, destapándose y buscando a su lado, pero un pequeño vacío la llenó de repente. Levantó la mirada y se encontró a su hermano, claramente hastiado y molesto.

—Allen...

—Katana, tira hacia casa. Ahora —ella obedeció, levantándose y acomodando su vestido mientras recogía sus cosas—. ¿A ti te parece normal lo que haces? Qué estaba lloviendo a cántaros, Katana.

—Es que había... Da igual.

La peliblanca aceleró el paso volviendo a casa. Allen miró atrás, intentando buscar por última vez al animal, pero no lo vio. Lo que no sabía es que él si los estaba mirando, escondido entre las dos cajas de cartón, viendo como sus dos amigos volvían a casa después de un día gris y con un arcoiris de fondo.



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