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Acomodo mi cadera contra el barandal del balcón mientras observo como la gente parece nunca dejar de llegar al desorden que se ha provocado en la primera planta, suelto un suspiro cuando veo que el jardín es un desastre a pesar que no ha pasado ni...

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Acomodo mi cadera contra el barandal del balcón mientras observo como la gente parece nunca dejar de llegar al desorden que se ha provocado en la primera planta, suelto un suspiro cuando veo que el jardín es un desastre a pesar que no ha pasado ni una hora desde que ha comenzado la fiesta.

Cuarenta y cinco minutos para ser exacta, cuarenta y cinco minutos que llevo metida en mi habitación porque no me apetece estar dentro de todo el barullo de adolescentes que hay en mi casa.

La brisa nocturna choca contra mi rostro alborotándome el cabello, doy un trago largo a mi bebida y cierro los ojos en cuanto siento el agrio sabor del licor recorrer mi garganta, recuesto mi cabeza contra la columna y juego con el vaso entre mis dedos.

El sonido de la puerta siendo abierta, capta mi atención. Me incorporo y trato de no romper el vaso de plástico que tengo en la mano en cuanto veo como el idiota de Oliver se acerca de manera despreocupada con las manos en los bolsillos.

—¿No sabes lo que es tocar una puerta? —cuestiono en cuanto llega a mí.

Una sonrisa socarrona se dibuja en sus labios, y quiero lanzarle lo que queda de mi trago para borrársela, no solo porque me molesta que sonría de esa manera, sino también porque se ve demasiado atractivo con ese gesto y eso es algo que mi desagrado hacia él no puede tolerar.

—Si toqué, de hecho, llevo tocando más de cinco minutos, pero supongo que el sonido de la música no te dejó escucharlo.

Me guiña un ojo y se recuesta sobre el muro, con los brazos colgando hacia el vacío y recargando su cuerpo contra el ladrillo.

—¿Qué te hace pensar que no te escuché? —respondo intentando darle la contra, muerdo mis labios para no reír al ver cómo trata de acomodarse el gorro de lana negro que lleva puesto en cuanto este se resbala sobre sus ojos, sin éxito alguno.

Unos cuantos mechones rojizos y rebeldes, escapan del gorro que cubre su cabeza, así que se da por vencido y regresa a su posición anterior con sus largos brazos colgando del balcón.

—¿Por qué? —pregunta.

Frunzo el ceño confundida ante su pregunta.

—¿Por qué qué? —suelto.

Gira sobre su eje, sin incorporarse del todo y me observa con esa mirada azulada que hace que extrañas sensaciones se remuevan en mi interior.

—Porqué si hay una asombrosa fiesta en tu casa, son esos jodidos desconocidos —señala a las personas en el jardín— los que se divierten y no la dueña del lugar.

Humedezco mis labios de manera inconsciente. No podría estar divirtiéndome en una fiesta cuando lo que sucedió al salir de la escuela aun ronda en mi mente. Al final, decidí que mantenerme callada era lo mejor, ni siquiera estaba segura de que era el mismo auto, podría haber sido una coincidencia y que mi mente me estaba jugando una mala pasada. Estuve dándole vueltas toda la tarde, hasta que llegué a la conclusión que las excusas que utilicé para concientizarme que no era nada malo, eran las mejores para mi salud mental. No me volvía paranoica, no me preocupaba y lo mejor de todo, mi vena chismosa no iba a tener la necesidad de involucrarse en todo esto porque no le iba a dar importancia.

¡Respóndeme Grey! - Saga RG #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora