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El viento se colaba por las hojas de los árboles, haciéndolas susurrar, con un aroma a campo y primavera. Los insectos más pequeños pululaban por los alrededores, mientras que los más grandes se dedicaban a dormitar, demasiado perezosos como para escapar de las manos infantiles que los perseguían.

— ¡Lo atrapé! ¡Ya lo tengo!

Mientras se aferraba a la enorme rama sobre la que estaba sentado, Shinya alzó con entusiasmo su pequeña mano, enseñando el enorme escarabajo rinoceronte que había capturado de entre las hojas.

A los pies del mismo, sentado sobre el césped y con sus pequeñas manos reposadas a los lados, Guren observó impasible como su compañero le sonreía, orgulloso ante su gran hazaña, y la luz del sol se filtraba entre las hojas, dándole un aspecto mucho más brillante al que usualmente tenía.

— ¿Estás seguro de que es el mismo que vimos antes? — preguntó lo bastante alto para que Shinya pudiera oírlo.

— ¡Claro que sí! ¡Es de color negro!

— ¡Pensé que todos lo eran! — respondió del mismo modo.

— Bueno, sí, ¡pero este es el mismo! — insistió, extendiendo al insecto en su dirección, como si fuera capaz de verlo a detalle desde esa distancia. — ¡Mira!

Guren se levantó, sacudiendo vagamente su ropa, y parándose de puntillas un par de segundos intentando realmente ver: — ¡No puedo verlo desde aquí! ¡Ahora bájalo!

— ¿Por qué mejor no subes conmigo?

Como siempre, la respuesta fue negativa, porque Guren nunca quería subirse a los árboles con él, pero, a pesar de eso, pasar el tiempo con él siempre sería su parte favorita del día.

Habían sido ¿tres? semanas desde que Shinya conoció a Guren, el niño callado que se había mudado desde una gran ciudad, y al que descubrió siguiéndolo mientras buscaba hojas caídas para decorar sus dibujos, deteniéndose cada varios minutos para juntar algunos y guardarlas en su bolsillo.

Al inicio, había pensado que quien lo seguía sería uno de los muchos niños que acostumbraban molestarlo, pero, en cambio, lo que vio fue un el rostro desconocido de un niño. Era bajito, de cabello y ojos oscuros, y estaba vestido con una yukata.

— ¿Por qué me estás siguiendo? — le había preguntado, dándose vuelta para verlo, y cruzándose de brazos.

Guren había parecido ligeramente sorprendido por ser confrontado tan directamente, porque dio un paso hacia atrás, hasta que bajó la cabeza tímidamente, entrelazando sus manos y mirando el suelo.

— ¿No vas a decirme? — dudó Shinya al no obtener respuesta.

Estaba bastante seguro de que era la primera vez que lo veía, porque él conocía, al menos por rostro, a todos los otros niños del orfanato, y tenía una buena memoria. Ese niño no vivía con él, y su ropa también era diferente. Las familias de las casas del pueblo se vestían así, no los niños del orfanato.

— Sólo... — escuchó que comenzaba a decir, en voz baja. — Sólo quería ver.

— ¿Ver qué? — dudó.

— Lo que haces. — explicó, alzando la mirada, e inclinándo la cabeza ligeramente. — ¿Qué estás haciendo?

Fue esa simple curiosidad el desencadenante para que Shinya le explicara el arte de usar hojas en los dibujos, y para que ambos pasaran el resto del día juntos. Luego hicieron lo mismo el siguiente día, y el siguiente también.

Guren vivía casi al otro lado de aquel bosque (que realmente no era tan inmenso) y, a juzgar por su ropa, Shinya pensó que su familia debía vivir en alguna casa de las casas antiguas, como las que veía en televisión. También porque en esa zona sólo había casas antiguas, algo lejos una de la otra.

𝐀𝐑𝐂𝐀𝐍𝐔𝐌 ➫ Owari no SeraphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora