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Una neblina espesa inundaba el pueblo haciendo juego con el cielo gris. Un clima agradable para algunos, un verdadero dolor de cabeza para Mikaela. Por muy bella que fuera la vista del pueblo sumergido en nubes, la escasa visibilidad le daba la impresión de estar siendo observado. Para su disgusto, quedarse en casa no era una opción.

El sonido de sus pisadas sobre la grava suelta fue opacado poco a poco por los ruidos de la mañana: niños en camino a la escuela, ganado paseando, camionetas llenas de cultivo en camino a las grandes ciudades, todos formaban parte de una rutina a la cual Mikaela se sentía tan ajeno. Era un sentimiento al cual se había acostumbrado a lo largo de su vida. Siempre un visitante, un foráneo, alguien que solo unos cuantos recordarían cuando desapareciera a solo unos meses de su llegada.

Continuó avanzando a paso tranquilo hasta llegar a su trabajo, una pequeña tienda de abarrotes en la que atendía en horario corrido. Tal vez no sería un trabajo de ensueño pero era perfecto para matar el tiempo.

— Ah, Mikaela, buenos días. — Lo saludó la dueña del lugar, una mujer entrada en años que siempre parecía estar atareada.

— Buenos días. — Saludó de regreso mientras se acomodaba tras el mostrador.

— ¿Crees que puedas encargarte tú solo de la tienda hoy? Se descompuso el calefactor de nuevo y esta vez no parece tener arreglo. Tendré que ir a buscar uno nuevo a la ciudad. — Comentó atropelladamente mientras recorría la tienda para asegurarse de no dejar ningún pendiente. Mikaela asintió. — Bien, no sabes cuánto te agradezco. Sabes dónde están las llaves, espero no demorarme tanto pero en cualquier caso no te olvides de cerrar.

Antes de que Mikaela pudiera asentir de nuevo la mujer había dejado el lugar.

Con un suspiro, se hundió en su asiento mientras contemplaba ningún lugar en específico. Los sonidos amortiguados de la calle arrullaban sus pensamientos. Finalmente decidido a trabajar, buscó la llave de la caja, dispuesto a abrirla para empezar a acomodar el cambio que le daría a los clientes. Para su sorpresa, dentro junto a los paquetes de monedas se encontraba una nota adhesiva con su nombre.

Mikaela,

Se que por la mañana olvidaré mencionarlo así que prefiero dejártelo por escrito. Anoche, poco después de que te fueras, llegó una carta a tu nombre. No tenía remitente, quizás tú sepas de quién es. La he dejado en el cajón de abajo.

Un escalofrío poco agradable recorrió su cuerpo justo antes de que se apresurara a buscar en el lugar indicado, acción muy poco necesaria ya que aún sin abrirla sabía de quién era.

Una carta sin remitente... una carta de su padre.

(...)

Guren condujo cerca de dos o tres horas completas hasta que, luego de despertar de una larga siesta, Shinya pudo notar que los grandes edificios citadinos, o las desiertas carreteras, habían sido reemplazadas por un abundante verde, dando indicio que habían llegado a las zonas más rurales del país, repletas de campos y vegetación.

No recordaba haber estado en una zona rural desde su último día en el viejo orfanato, cuando todo el verde césped y los bosques fueron reemplazados por el gris de la ciudad y el patio con suelo de cemento de aquella institución para "niños-problema" a la que había sido trasladado, según le habían dicho, por su propio bien.

Había estado viviendo en ciudades desde entonces, soñando muy de vez en cuando con el pasado y cuánto solía agradarle el aroma fresco del aire, los enormes árboles y también las tardes de exploración, e incluso podría decirse que nació en él una aversión a todo eso, lo que podría explicar porque jamás había regresado a nada parecido hasta entonces.

𝐀𝐑𝐂𝐀𝐍𝐔𝐌 ➫ Owari no SeraphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora