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Las horas habían pasado y la mañana se había convertido en tarde. Hasta el último rastro de neblina había desaparecido y sin embargo, el sentimiento de ser observado persistía en Mikaela. Todo gracias a aquella carta.

La relación con su padre se encontraba infinitamente lejos de ser la ideal. Incluso para considerarlo un padre ausente, Urd era... inusual. Lo supo desde el momento en el que conoció a ese hombre hombre: tan callado, tan serio, tan distinto a las cálidas familias que habían acogido a tantos de sus compañeros.

El día en que se lo llevó del orfanato, sería el primer y último día que pasarían juntos.

Jamás había sabido exactamente quién diablos se había encargado de los trámites de adopción, pero aún le parecía surreal la idea de entregarle la custodia de un niño a un hombre que lo abandonaría de nuevo en menos de veinte horas. Aunque, para ser justos, "abandonar" no era el término más adecuado...

El tintineo de la campana de entrada interrumpió sus recuerdos cuando un nuevo cliente entró. Se trataba de un chico apenas mayor que él, con ojos azules y cabello perlado que le dio las buenas tardes con educación.

De manera disimulada, y luego de darle la bienvenida, Mikaela volvió su vista hacia la ventana, encontrando un auto — citadino a todas luces — aparcado a apenas unos metros de la tienda.

Un mal presentimiento comenzó a atormentarlo. La llegada de un desconocido, justo después de haber recibido la carta de su padre para informarle de una nueva mudanza... Comenzaba a preguntarse si no habría sido una mala idea dar por sentado el contenido del sobre, pero su paranoia se vio obligada a posponerse cuando el forastero se encontró frente al otro lado del mostrador, dejando comida que en definitiva sería para más que sólo una persona.

Mikaela se dispuso a cobrarle, y al notar que parecía estar buscando algo con la mirada, optó por indagar.

— No es de por aquí, ¿verdad?— le preguntó casualmente.

El chico pareció ligeramente sorprendido por el repentino interés pero igualmente respondió: — ¿Es muy obvio?

Demasiado obvio. Al vivir en un pequeño pueblo de carretera como aquel, no hacía falta más que un par de meses para memorizar los rostros comunes, y los citadinos tenían una manera distinguible de vestir, hablar y moverse, destacando especialmente en lugares como ese.

— El pueblo es pequeño, y el auto llama un poco la atención. — trató de sonar lo más agradable posible. — Además, es sencillo distinguir a la gente de la ciudad. ¿Está de paso?

— Sí, algo así. Estoy de visita. — parecía ser que era de ese tipo de persona que respondía a la incitación de una conversación de manera agradable. Eso al menos le daría a Mikaela la oportunidad de averiguar un poco más y despejar sus dudas. — Una visita sorpresa.

Luz roja.

— Eso lo explica. Generalmente las personas de la ciudad no vienen a pueblos como este, a menos que sea para mudarse o visitar a sus familiares mayores. — habló mientras guardaba los productos en bolsas. — ¿Vino a ver a la señora Takada? Porque ha estado hablando de su nieto por semanas.

La señora Takada no tenía nieto alguno, pero había pasado por la tienda temprano en la mañana para comprar su ración de pan fresco y, sinceramente, su nombre fue lo primero en lo que Mikaela pudo pensar para formular una excusa-trampa con tal de obtener algo más de información.

— Vine a visitar a mi primo.

Primo, ¿eh? Que alguien joven, y de la ciudad, viajara hasta un pueblo como ese para visitar a un familiar, sonaba bastante inusual. Generalmente la situación era al revés. Los pueblerinos solían ir con más frecuencia a la ciudad que recibir visitantes citadinos.

𝐀𝐑𝐂𝐀𝐍𝐔𝐌 ➫ Owari no SeraphDonde viven las historias. Descúbrelo ahora