Capítulo 1: Surprise

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James y Lily terminaron su relación en agosto de 1978. La respuesta oficial que James utilizaba, cada vez que alguien sentía la insoportable necesidad de recordarle que su relación con la mujer de la que había estado enamorado durante años había llegado a su fin, era que "de momento querían cosas diferentes" y "que quizá en el futuro podrían volver a intentarlo". Era una excusa conveniente, ya que Lily ya no estaba en Inglaterra. Estaba en una misión de alto nivel en nombre de la Orden, donde exactamente nadie lo sabía, era información clasificada.

En el fondo, James prefería no saberlo.

Porque si lo sabía, era capaz de dejarlo todo para ir por ella.

Lo peor de su ruptura era que James no tenía ni idea de por qué Lily había decidido de repente que no eran una buena pareja. Llevaban meses juntos, compartían piso, ¡tenían programada su boda! Y todo iba bien entre ellos. O todo lo bien que podía ir teniendo en cuenta que estaban en medio de una guerra. A pesar del estrés, la ansiedad y el miedo que innegablemente habitaban en sus corazones, tanto Lily como James estaban concentrados en hacer todo lo posible para lograr el fin de Voldemort. Trabajaban de forma excelente batiéndose en duelo codo con codo, y tan hábil era esa asociación que el Señor Tenebroso llegó a ofrecer un lugar para la pareja entre sus compañeros mortífagos. 

El Señor había hecho su propuesta tres veces.

Y las tres veces que había tenido ese gran atrevimiento, había sido respondido con una vehemente negativa.

Puede que sea ridículo, pero James sintió que su corazón se calentaba al recordar aquellas ocasiones. Sentía que esas experiencias solidificaban la conexión entre él y la pelirroja.

Y entre las batallas, y las reuniones estratégicas con la Orden, todavía tenían la oportunidad de disfrutar de algunos momentos tiernos entre ellos. Cosas sencillas como ir de compras, o cenar juntos, pero que seguían teniendo un gran significado, y una sensación de domesticidad que lo reconfortaba y llenaba por dentro.

Y entonces, algo sucedió. Un día, cuando Lily llegó a casa, parecía otra persona. Distante y vaga. Insegura. Casi asustada. 

Al final de la semana, recogió sus cosas y se fue.

James pasó semanas tratando de entender. Reevaluando todo lo que había hecho desde el momento en que estaban juntos. Todo lo que había dicho. Incluso todo lo que había pensado. La incoherencia de aquella decisión le dejaba tan desconcertado que no le extrañaría que ella hubiera examinado su mente y descubierto algo.

Por supuesto, Remus había sido el primero en recordarle que no había nada que descubrir. James era un libro abierto, para sus amigos y, sobre todo, para su novia. No entendía por qué Lily hacía lo que hacía, nadie que conociera el caso parecía entenderlo, pero lo cierto era que no había nada que James hubiera hecho mal. Se había presentado como un novio ejemplar.

La conclusión golpeó a James con el peso de una tonelada. Si no había hecho nada malo... Eso significaba que tampoco podría arreglar la situación. No había nada que arreglar, no había nada que pedir perdón. Y James sintió que se le secaba la garganta, que se le hacía un nudo en el corazón y que le flaqueaban las piernas. Soñó tantas veces con aparecerse hasta donde estaba su pelirroja y arrojarse a sus pies para pedirle perdón. Pensó en innumerables gestos de amor, pensó en todo lo que estaba dispuesto a hacer, lo que estaba dispuesto a sacrificar, para recuperarla.

James Potter era un hombre de innumerables talentos. Tenía una habilidad natural para casi todo lo que intentaba, era encantador, carismático y de apariencia impecable.

Sin embargo, quienes conocían íntimamente a Potter sabían que su verdadero don era amar.

Una habilidad increíble, sin duda una herencia de sus padres y que corría por su propia sangre. James Potter era capaz de amar con la intensidad de mil soles, y cuando contempló la posibilidad de haber sido incapaz de amar a Lily lo suficiente como para que se quedara, el mundo pareció oscurecerse a su alrededor.

Durante toda su vida, esa había sido su principal función, amar a los padres que tanto deseaban un hijo, amar a Sirius durante las húmedas madrugadas que pasaban uno al lado del otro, con el niño Black sollozando en su hombro, amarlo lo suficiente como para que sus traumas de la infancia se convirtieran en sólo recuerdos lejanos. Amar a Remus lo suficiente hasta que fuera capaz de amarse a sí mismo, obligándole a amarse porque ¿cómo podía Lupin despreciar a alguien que era tan genuinamente amado por James Potter? Amar a Lily Evans con todas sus cualidades y defectos, amarla lo suficiente como para darle fuerzas para sobrevivir en el mundo al que pertenecía, pero que parecía odiarla tanto.

Amar. Amar. Amar.

Era para lo que James Potter había nacido.

¿Y ahora?.

Y ahora no estaba seguro de saber cómo. Si alguna vez supo cómo.

Pero no podía dejar que su corazón devastado interfiriera con lo que tenía que hacer. Era un valioso soldado en una guerra que ya había destrozado la vida de tantos jóvenes, magos y brujas, tenía una misión. Así que James se entregó por completo al trabajo. Su concentración desde que se despertaba hasta los últimos momentos de conciencia hasta que se entregaba a su merecido sueño era su responsabilidad de ordenar. Misiones, batallas, reuniones. Nada más llenaba su tiempo, nada más parecía importar. Sirius y Remus estaban preocupados, compartían un desván no muy lejos de donde vivía James, ahora solo, e intentaban invitar a su amigo a cenar, a salir o incluso a pasar la noche.

James nunca aceptaba, sabía que tenía que mantenerse fuerte por esos dos, y temía que si dejaba que se acercaran demasiado, se desmoronaría. James volvería a la normalidad algún día, cuando fuera lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a todo sin sentir que rompería a llorar hasta sollozar, cuando por fin hubiera superado sus sentimientos y siguiera adelante. Todo volvería a la normalidad.

El problema era que pasaban los meses y el momento no parecía llegar.

Así que aquel frío miércoles, James se sintió con derecho a tumbarse cómodamente en su cama y beber. Beber demasiado mientras se ahogaba en la autocompasión. 

Fue entonces cuando unos golpes desesperados en la puerta lo despertaron de su trance, y con la varita en la mano, muy cautelosamente, respondió a la llamada.

Nada en el mundo podría haber sorprendido más a Potter que la imagen de Regulus Black en su puerta. Estaba temblando, sangrando y asustado. Había una mirada ligeramente aturdida en sus ojos, como si estuviera drogado, y parecía haber sido agredido. Entre las heridas que James pudo identificar, su brazo derecho era el que más llamaba la atención, siendo una mezcla de negro y rojo. Estaba completamente empapado.

-¿Puedo entrar?-.

-Bueno, viendo que eres un mortífago y que estamos en plena guerra-. Dijo James. -No veo por qué no-.

Antes de desmayarse, Regulus Black susurró entre sus brazos.

-No sabía dónde más ir-.

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