4. Complicated.

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MIMI: He invitado a mis vecinas nuevas al bar.

DAMA: ¿Las bolleras?

MÓNICA: ¿No decías que no parecía su rollo?

MIMI: La rubia canta y toca la guitarra.

DAMA: No jodas.

CLAUDIA: Canta y toca la guitarra...

MÓNICA: Y es rubia...

DAMA: Pff...

Escribí el primer mensaje en el grupo que tenía con mis amigas nada más salir de casa de mis vecinas, cuando todavía ni había pulsado el botón del ascensor que me llevaría a la sexta planta, y hacía equilibrismos con los huevos y el móvil para que nada se cayera al suelo. Pero es que la ocasión lo merecía. Esa chica no cantaba como una persona cualquiera de los cientos de millones del mundo que lo dan todo en su casa con los temas que suenan en la radio. Ella cantaba diferente, cantaba especial, cantaba como si realmente se dedicara a ello y le encantara y, de hecho, tuve claro que tenía que hacerlo en cuanto supe que era ella la que hacía escapar esas melodías de su garganta. La sorpresa fue cuando dijo que no. Que solo era un hobby. ¿Qué persona en su sano juicio tiene esa voz y no la comparte con el resto del mundo? ¿Y qué otro trabajo puede tener que le llene más que eso?

Realmente había subido solo a por un par de huevos, pero de pronto me encontré frente a la puerta de su casa inmóvil escuchando una de esas voces que te quitan el aliento. A mí el mío se me cayó sobre su felpudo. Tardé varios segundos en pulsar el timbre y cuando lo hice dejé de escuchar música al otro lado, una prueba más de que lo que estaba oyendo no venía de un disco, aunque aún me faltaba descubrir quién era la propietaria de esa voz. Fue Miriam la que abrió la puerta y rápidamente miré a sus espaldas buscando alguna pista, pero allí no había nadie más y una guitarra reposaba sobre el sofá, así que la voz era suya y aquellos huevos los mejores de la historia de la humanidad.

Mientras ella me explicaba que no se dedicaba a la música y que por culpa de la universidad y del trabajo apenas había podido dedicarle tiempo a esa afición, la mitad de mi cerebro la atendía y la otra se empapaba con un "cántame un poco más, por favor" que jamás vio la luz, porque hasta en mi cabeza sonaba mal eso de pedirle a una casi desconocida que se sentara conmigo en el sofá, cogiera la guitarra, y siguiera tocando ese temazo de India Martínez o el que le diera la gana. Estaba segura de que todos se le darían igual de bien y de que me volvería a quedar sin aliento, a lo mejor por eso cuando llegó su novia me ardieron un poco las plantas de los pies y necesité salir de ahí.

Al entrar en mi piso dejé los huevos con cuidado en el cenicero del recibidor que solíamos usar para dejar las llaves y volví a desbloquear mi móvil en el sitio, con los latidos de mi corazón duplicando su velocidad habitual. Es que aquella voz, madre mía, y eso que solo había escuchado una estrofa. No quería ni imaginarme lo que conseguiría cantándome un tema entero. Al grupo de mis amigas no llegaron más mensajes, quizás porque la señal todavía estaba migrando de los datos al Wi-Fi, así que me dediqué unos segundos a convencerme de que estaba exagerando. Que una voz no cambiaba rumbos ni sumaba latidos. Que me había pillado desprevenida y ya está, así que al día siguiente se me habría olvidado y a seguir con mi vida. Unas llaves se introdujeron en la puerta de casa y casi pego un salto del susto.

-¿Qué haces aquí de pie? – Me preguntó Juan extrañado al encontrarme todavía en el recibidor.

-Acabo de volver de pedirle a las vecinas un par de huevos para cenar. – Me guardé el móvil en el bolsillo del pantalón y recuperé los alimentos para que los viera y, de paso, llevarlos a la cocina.

-¿Pensabas que íbamos a cenar con dos huevos? – El chico entró directamente al piso mientras se descolgaba la mochila de la espalda y yo le seguí hacia el salón.

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora