11. Ayer la vi.

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Tal y como escribió en aquel mensaje de WhatsApp, no pude decir que no. Eran las diez menos cinco y estaba a punto de coger el ascensor para ir a casa de Miriam. No era por el buen desayuno que me ofrecía a cambio, sino porque pasar un ratito con ella me apetecía mucho y compensaba incluso sabiendo que más tarde los pensamientos de Raquel se solaparían y volvería a sentirme terriblemente mal por haber dejado que pasara todo aquello, como si yo pudiera controlar el arma que todos llevamos bajo el pecho. Ojalá hubiera tenido la fuerza de voluntad como para haberle dicho que mejor no, pero tenía unas ganas insensatas de verla.

-No te pega ser tan puntual. – Soltó con una sonrisa cuando abrió la puerta de su casa. Llevaba unas mallas y un top deportivo y, aunque se cubría con una chaqueta gris de algodón, su vientre quedaba al descubierto. La vista se me fue durante tan solo un par de segundos y deseé que no se hubiera notado, pero es que ese nuevo estilo, esos centímetros de más a la vista, captaron toda mi atención.

-A ti no te pega la ropa de deporte. – Fingí entereza y entré en su piso mientras me recomponía y trataba de borrar la imagen de su ombligo de mi cabeza. – Es poco creíble eso de que corras todas las mañanas antes de irte a trabajar.

-Te lo puedo demostrar cuando quieras, aunque a lo mejor te pierdo por el camino.

-¿Me estás retando?

-Tómatelo como quieras. – Caminamos hacia el sofá, donde Miriam se sentó y me cedió un sitio a su lado. Señaló la mesa y observé el desayuno prometido. Un enorme donut glaseado para cada una y, en el centro, unos cuantos pastelitos pequeños de colores increíblemente apetecibles. 

–Joder, ¿toda está comida es para comprar lo que sé sobre Dama y Aitana?

-¿Ha funcionado?

-Podría decirse que sí. – Y ni siquiera le hubieran hecho falta los pasteles. Cogí el donut con los dedos y me lo llevé a la boca para comprobar que estaba tan rico como aparentaba. El nombre de la pastelería aparecía en el papel azul del paquete que reposaba en la mesa y lo relacioné con el comercio que estaba al final de la calle. Tendría que visitarlo alguna vez, porque parecía que Miriam era asidua a esa tienda y lo que había podido probar hasta el momento estaba delicioso. - ¿Todavía no sabes nada? – Pregunté con la boca llena y restos de azúcar en las comisuras.

-Aitana me ha dicho que me tiene que contar lo que pasó y hemos quedado mañana para comer porque no quiere decírmelo por teléfono. – La rubia tomó una jarra de la que salía humo y se sirvió en una taza. - ¿Café? – Acepté y le indiqué mis preferencias. Cuatro dedos de café y uno de leche. Sin azúcar ni sacarina. Ella se rio en silencio y me llenó la taza. - ¿Y bien? ¿Qué pasó?

-Pasó lo que te dije que iba a pasar.

-Joder. – Dejó la jarra y parpadeó rápido varias veces seguidas. – Qué fuerte, en serio.

-¿Por qué es tan fuerte?

-Porque Aitana es hetero. Bueno, era. – Corrigió.

-A lo mejor nunca lo ha sido.

-Obviamente nunca lo ha sido, pero hasta ahora ni se había planteado la bisexualidad. Y mira que soy su mejor amiga y no han sido pocas las veces que Almu le ha vacilado con lo de cambiarse de acera.

-Nunca es tarde para pasarse al lado oscuro. – Bromeé. – Y Dama tiene un maldito imán para las tías, especialmente para las heteros.

-¿Cómo fue? Nos quedamos en la parte de que se pasaron tonteando toda la noche.

-Cuando nos fuimos siguieron tonteando. Después bailaron juntas y se liaron. – Saqué mi móvil y le mostré la fotografía que habían pasado por el grupo, en la que aparecían las dos chicas muy cerca y, aunque a priori no sabría decir si sus labios estaban pegados o no, dejaba de tener importancia porque ya sabía a ciencia cierta que en algún momento sí compartieron beso y algún que otro fluido más. – Al parecer, después de eso se fueron al baño.

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora