13. When You Were Young.

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Una patata frita me impactó directamente en la mejilla y después rebotó por diferentes partes de mi cuerpo hasta terminar en el suelo de las calles de la capital. Levanté la mirada del teléfono y me encontré con mis amigas muriéndose de la risa. Como no supe cuál de las tres había sido la culpable, le devolví el lanzamiento a todas. A una un trozo de servilleta arrugado, a la otra un fruto seco y a la que falta un palillo de madera que un rato antes había mantenido un trozo de chorizo pegado a una rebana de pan.

-¿Qué hacéis, gilipollas?

-¿Se puede saber con quién hablas que no sueltas el puto móvil? – Preguntó Dama con una sonrisa maliciosa. – No hace falta que respondas porque te lo leo en los ojos.

-Pone "Miriam" en mayúsculas, negrita y subrayado. – Se unió Mónica.

-Sois imbéciles, de verdad.

Solté el teléfono y lo dejé bloqueado sobre la mesa, aunque eso supuso, muy a mi pesar, interrumpir una conversación con Miriam. Porque, por mucha rabia que me diera, habían acertado. En los últimos días se había hecho costumbre que hablásemos por WhatsApp, un poco de todo y a la vez de nada, lo cual me hacía vivir en una montaña rusa de sentimientos. Felicidad cuando eran las ocho de la tarde y me recomendaba una canción de las miles que conocía, o frustración cuando pasaban unos cuantos minutos y se despedía porque había llegado su novia de trabajar. Me traía de cabeza.

-¿De qué hablabais? – Curioseó Claudia.

-¿Qué os importa, cotillas?

-¡Eres nuestra mejor amiga, por supuesto que nos importa! ¡Todo lo que haces nos importa! – Exclamó Dama, y acto seguido dio un golpe con el puño en la mesa y se echó a reír.

-Estáis puto locas, en serio. Os tomáis dos cervezas y perdéis la cabeza.

-Cuéntanoslo de una vez, Mimi. Sabes que vas a acabar confesando.

-No hablábamos de nada importante, pesadas. – Cedí, porque tenían razón y al final solo conseguiría que se vinieran más arriba y se sintieran el centro del universo. – Me estaba preguntando si hacía de cenar una sopa de pescado o verdura a la plancha.

-Qué bonito. – Vaciló Dama. – ¿Dónde está la opción de una buena hamburguesa con patatas fritas?

-La verdura a la plancha está buenísima. – Comentó la rubia.

-Miriam es una chica fitness. Solo se da caprichos de ese tipo los fines de semana.

-Dile que se pase mañana a cenar al On air, que le invitamos a una hamburguesa de las de Paco y se le pasa la tontería.

-Los viernes suelen cenar con sus padres.

-Qué peñazo.

-¿Ya te sabes todos los detalles de su vida? – Dijo Dama al borde de la carcajada otra vez. - ¿Qué pie calza? ¿Cuál es su color favorito? ¿Cuándo es su cumpleaños? ¿Es de braga, tanga o al aire?

 -Eres una idiota. – Le lancé otra merecidísima patata frita que le impactó en la frente. – Nos llevamos bien y por eso hablamos, no le deis más vueltas.

-A ver, a ti ella te gusta. Ese es un dato importante a tener en cuenta.

Me gustaba, a esas alturas no era un secreto ni para mis amigas ni para mí misma, pero ser consciente me ponía la cabeza del revés cada día porque estaba detrás de cada una de nuestras conversaciones, como una sombra, amenazante. Me contaba que le habían llegado unas zapatillas del número treinta y nueve que le quedaban grandes; y yo sonreía y lo borraba, porque nunca le regalaría unos tacones a los que subirse para ver con ella el mundo desde la perspectiva de los ganadores. Me decía que su color favorito era el verde porque le recordaba a su norte; yo sonreía primero y luego lo borraba, porque jamás iría a Galicia con ella. Me hablaba de la fiesta sorpresa que le dieron el treinta de septiembre, el día de su cumpleaños; y yo sonreía y lo borraba, porque nunca soplaría las velas con mi mano sujetando su cintura. A lo de su tipo de ropa interior favorito todavía no habíamos llegado, pero también sonreía y lo borraba.

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora