15. Don't Cha.

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Nunca había sido una persona de lágrima fácil, y mucho menos de hacerlo de cara al público. Para eso de venirse abajo siempre había preferido la intimidad de mi casa, de mi cuarto, y tan solo solía hacerlo delante de mis padres, mi hermano y Almudena, que al fin y al cabo eran las personas con las que había convivido en algún momento y a veces no me había quedado más remedio que mancharles de lágrimas las camisas.

Pero esa mañana había sido inevitable hacerlo porque llevaba conteniéndome un rato y, al sentarme en el asiento del conductor, sentí cómo si me descorchara. El llanto salió solo, aunque tuviera a unos centímetros a una persona que ni siquiera era de mi círculo más cercano. Apoyé la frente en el volante y me dejé ir porque no pude elegir la opción contraria. No sé cuánto tiempo estuve manchándome los antebrazos con lágrimas mientras Mimi aguantaba en silencio a mi lado, sin meterme prisa, acariciándome el hombro con la mano.

Cuando pude respirar mejor y fui capaz de dejar llorar desconsoladamente, me enderecé y apoyé la cabeza en la parte trasera del asiento. Mantuve la vista hacia el frente, aunque con los ojos cerrados, porque la vergüenza de haberme derrumbado al lado de Mimi no me la quitaba nadie. Cogí aire por la nariz y lo expulsé por la boca tres veces, como si esa técnica fuera a funcionar de manera matemática y de pronto me fuera a sentir mejor y, aunque no fue así, por lo menos terminé de estabilizar mi respiración y recuperé la compostura que necesitaba para conducir.

-Perdona. – Me disculpé con un hilo de voz que no sé de dónde saqué, abrí los ojos y me dispuse a arrancar el vehículo. Sin embargo, Mimi puso su mano sobre la mía y me lo impidió.

-Tranquila. No hay prisa.

-Vas a llegar tarde por mi culpa. – Me pasé las mangas por las mejillas para limpiármelo los restos de lágrimas que todavía me quedaban. Volvería a romperme pronto, estaba convencida, pero no volvería a ser junto a mi vecina.

-Ni que fuera la primera vez. – Me tranquilizó. – No vas a conducir así, Miriam. Cálmate y luego vamos.

Acepté y volví a relajarme en el sitio. Destensé los hombros, cerré los ojos de nuevo e imaginé que estaba sola. Poco después sentí las lágrimas correr por mis mejillas, pero ya no estaban cargadas ni de rabia, ni de desesperación, ni de furia, sino de pena y de una decepción más para añadir a la lista. ¿Cómo habíamos llegado hasta ahí? Siete años perfectos llenos de sonrisas, sorpresas y de presumir con motivos de ser la pareja perfecta y, de pronto, en apenas unos meses todo se daba la vuelta. Los pequeños gestos se habían ido sumando y había llegado a un punto en el que había explotado.

La quería y no me imaginaba prepararme un café por la mañana sin ver su taza junto a la mía, pero algo tenía que cambiar, porque no podíamos seguir así. Ella estaba tan dentro de su mundo de trabajo que se estaba olvidando de mí, o al menos hacía que así pareciera, porque todos me repetían una y otra vez que ella también me quería y que era lo más importante que tenía, incluso ella me lo había dicho rota y sin fuerzas, pero necesitaba que me lo demostrara. Necesitaba volver a sentirme la primera en su lista de prioridades, y no por una cuestión de ego, sino de orgullo propio y simple respeto. Llevaba tiempo dando el cien a alguien que me estaba dando un cincuenta que se me quedaba corto.

-He discutido con Almu. – Lo confesé en voz alta porque necesitaba sacarlo fuera y porque, por una extraña razón, sentía que podía confiar en Mimi. – No he querido llorar delante de ella y lo he acabado haciendo aquí. Perdona.

-Deja de disculparte por llorar. Y no te preocupes, seguro que esta misma tarde lo habláis y lo solucionáis.

-Ha sido horrible, Mimi. – Negué con la cabeza, recordando escenas de la discusión, los gritos, los reproches y las miradas rabiosas. El nudo en la garganta se me iba haciendo más y más grande a la vez que se me humedecían los ojos. – En todo el tiempo que llevamos juntas nunca hemos discutido así.

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora