9. Tainted love.

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Los viajes de Almudena a distintas ciudades del territorio español, a veces incluso a distintas zonas de Europa, habían sido habituales desde que empezó a trabajar en la empresa. Dependiendo de las fechas y de los compromisos podían variar entre ninguna, una o dos salidas al mes, y nunca abarcaban más de dos o tres días. Formaban parte de las competencias de su empleo y ella lo aceptaba con agrado, como todo lo que implicaba dedicarse a su trabajo. Además, los viajes tenían como aliciente descubrir diferentes lugares del mundo sin gastar dinero y, aunque ella decía que la mayor parte del tiempo que pasaba fuera estaba ocupada trabajando, siempre tenía al menos un rato para dar una vuelta y cenar en algún sitio interesante.

Las primeras veces que viajó cuando empezamos a vivir juntas no me hacía demasiada gracia quedarme sola en el piso porque sentía que las paredes se me echaban encima y que el tiempo pasaba a cámara lenta. Siempre me las apañaba para quedar con alguien y estar sola en casa el menor número de minutos posible. Sin embargo, con el tiempo, me había ido adaptando a aquellos días de soledad y me los tomaba más como desconexión que como una oportunidad para hacer planes con los demás. Cocinaba, cantaba, limpiaba a fondo alguna habitación, hacía ejercicio en casa, veía la televisión o cualquiera de las cosas que no podía hacer entre semana. Ni siquiera dormir sola me molestaba tanto como al principio.

-Tenemos que venir juntas un fin de semana. – Comentó Almudena desde Bilbao. Habíamos viajado muchas veces juntas, sobre todo unos años atrás, pero eso disminuyó por motivos laborales con creces. Que propusiera hacerlo no era ninguna novedad, lo raro sería que acabáramos llevándolo a cabo. Tarde o temprano todos los planes acababan torciéndose. – Voy a mirar la agenda de los próximos meses y buscamos unos días. ¿Tú cuándo podrías?

-Yo puedo cuando tú puedas. – Respondí, acomodándome en el sofá.

-Lo dices como si tú no trabajaras también.

-Trabajo, pero tengo menos compromisos que tú. Ni viajes ni llamadas de emergencia los fines de semana. – Durante unos segundos el silencio se hizo incómodo, porque quizás había sonado a reproche, aunque no había sido mi intención. Simplemente era la realidad. Yo desconectaba del trabajo con mucha más facilidad que ella y, si quería cogerme un día para hacer puente y salir de Madrid, solo tenía que decirlo en la empresa y lo tendría. - ¿Estás en el hotel? – Pregunté para cambiar de tema.

-Sí, aunque en breve me iré a una reunión con los que organizan las conferencias de mañana.

-¿Estás nerviosa?

-Ahora mismo no, pero la hora antes de que empiece mi ponencia será trágica. Ya me conoces.

-Te va a salir genial, ya lo verás. – Aseguré.

No era una de esas cosas que se dicen por tranquilizar a la otra persona. De verdad estaba convencida de que lo haría increíblemente bien porque se le daba genial hablar delante de los demás. Los minutos previos desgastaría el suelo de tanto andar de aquí para allá con los tacones y sería mejor no hablar con ella de nada porque podría salpicarte con sus nervios, pero una vez se sube a la tarima parece que lo hace como si no le costara nada, como si se tratase del simple hecho de respirar y llevara haciéndolo desde los primeros compases de su vida.

-¿Tú qué vas a hacer estos días? 

-Mañana he quedado con tu hermana para ir a dar una vuelta y comer juntas.

-No os peguéis una paliza que está a puntito de dar a luz, eh. – Advirtió en tono bromista. Su hermana sería la primera que pediría un descanso en cuanto sus pies no dieran para más, cosa totalmente normal teniendo en cuenta que apenas quedaban unas semanas para que saliera de cuentas. Ya estábamos en ese punto en el que todos nos poníamos nerviosos cuando veíamos su nombre o el de Mateo, su chico, en las pantallas de nuestros teléfonos. Cada vez quedaba menos y éramos tremendamente conscientes de la inminente llegada del nuevo miembro de la familia.

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora