16. Trampas.

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-En cualquier momento me escribe para decirme que va con su chica.

Se lo dije mil veces a mis amigas cuando me recordaban a cada hora que el sábado iba a ir con ella al concierto de Vanesa Martín. Les dije que no se hicieran ilusiones para no hacérmelas a mí, pero se acercaba la hora y esa cancelación no llegaba. Al contrario. A las cinco de la tarde del sábado me mandó un mensaje diciéndome que quedábamos a las ocho en el portal, y aquella bromita de que si llegaba más de tres minutos tarde el taxi arrancaría sin mí.

Ese día estaba especialmente nerviosa porque se me juntaba todo. Por un lado, no iba a ir a mi trabajo como era habitual y, aunque nadie había puesto problema y yo me había encargado personalmente de elegir a una sustituta con un nivel increíble, no me quedaba tranquila y sentía que estaba fallando a mis compañeras. Ellas, en cambio, estaban más que felices de que no fuera a pasarme por el bar esa noche y me repetían una y mil veces que, cuanto más tardarán en saber de mí, mejor.

Además, iba a ir a ver a una de mis cantantes favoritas. No era la primera vez que tenía esa suerte, pero hacía tanto tiempo que lo parecía. La última ocasión fue un par de años antes con mis amigas de toda la vida en Barcelona, y antes había habido una más, en Granada, cuando todavía era una cría.

A todo eso se le sumaba que iba con Miriam. Para qué mentirnos, ese detalle era la cúspide de la pirámide. Me ponía nerviosa porque para esas fechas yo ya tenía más que asumido que me gustaba. Que mandarnos unos cuantos mensajes de vez en cuando me sacaba sonrisas que no me imaginaba que podía tener tan pronto después de lo de Raquel, pero estaba pasando. Me tiraban las mejillas y me ardía algo en el pecho sin remedio que me calentaba más que el jarro de agua fría que era la realidad: tenía novia y lo nuestro era un imposible.

No había vuelto a tener noticias de su relación desde que se fue del ensayo el miércoles, pero estaba segura de que lo iban a solucionar. A pesar de las lágrimas y de que me dejara en blanco cuando se rompió delante de mí, a pesar de que leía en sus ojos el temor de volver a casa y a pesar de que dijo que hacía tiempo que no les iba bien, estaba convencida de que lo iban a solucionar. Llevaban siete años, compartían piso, vida, iban a tener un sobrino y juntas eran perfectas, igual que separadas. ¿Cómo iba a pensar que no se solucionaría?

-Llegas tarde. – Bromeé, a sabiendas de que era mentira, cuando salió del portal. No llegaba tarde, pero yo me había adelantado. Llevaba tanto tiempo lista que era imposible retenerme más en casa. Los nervios me recorrían cada milímetro del cuerpo sin ningún motivo y a la vez con todos los del mundo.

-No te lo crees ni tú. – Me miró de pies a cabeza y hasta roja me puse. – Qué guapa te has puesto, ¿no?

Y me lo decía ella, que era una puta escultura griega siempre, pero especialmente ese día. Se notaba que no iba ni al trabajo ni a un bar porque se había esforzado al máximo en la vestimenta y el maquillaje. La falda de cuero granate le cortaba el muslo y dejaba a la vista casi lo mismo que a la imaginación. Tacones altos que marcaban esos trabajados gemelos. Camiseta de tirantes negra, un poco ancha pero escotada, y un pelo voluminoso que olía bien a casi un metro de distancia. Y me decía a mí, que me había pasado más de una hora conjuntando prendas para acabar quedándome con unos vaqueros y una americana, que me he había puesto muy guapa. 

Cuando nos montamos en su coche toqueteó un poco la pantalla y por los altavoces acabó sonando un tema de Vanesa Martín, como no podía ser de otra forma. Dijo que teníamos que ir poniéndonos en situación y me preguntó si estaba preparada para la noche que se nos venía encima. Y no. No lo estaba y no era solo por el concierto. Esa noche me llevaba quitando el sueño desde que sabía que iba a ocurrir y, aunque Vanesa era una razón importante, no era ni la única ni la principal.

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora