10. Guerra fría.

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Lo de Miriam no existe. Eso les había dicho a mis amigas y, además, lo había pronunciado con toda la convicción que me cabía en la boca porque así lo sentía, pero una noche en el bar intentando evitarle la mirada y las conversaciones, además de un paseo de vuelta a casa con ella, me habían hecho darme cuenta de que la que se equivocaba era yo. Que lo de Miriam existía y muy a mi pesar estaba cambiándolo todo y dejando varias víctimas a su paso, una era yo, y la otra, que me dolía casi más, era Raquel.

Podía soportar que su manera de cantar me acelerara las pulsaciones porque tenía todo el sentido del mundo. Su voz era preciosa y lo raro sería que te versionara un tema como 90 minutos a menos de un metro y te dejara fría como el hielo. Era imposible para personas que tuvieran un corazón en el pecho y al menos un pequeño porcentaje de buen gusto musical. Pero lo que había venido después era mucho más que eso. De pronto su sonrisa me parecía la más bonita que había visto nunca, su vida me provocaba un interés enorme y necesitaba descubrirle hasta las manías, e imaginaba que de esas tenía unas cuantas por lo poco que sabía de ella.

A pesar de que la había invitado, su presencia en el bar me rompió el tablero y desperdigó las fichas del juego por el suelo. Apareció allí justo después de que las respuestas a todas las puntiagudas preguntas de Raquel fueran un "no sé", como una señal, como si el universo quisiera decirme que no era un "no sé", sino un "es demasiado complicado, pero lo sabes perfectamente". Lo de Miriam, que sí existía, se volvió veraz y, con ello, aparecieron mis ganas de hacerlo desaparecer. No quería sentirlo porque sería como entrar en una batalla cuando el oráculo ya ha vaticinado tu derrota. Porque no quería sufrir y tampoco que lo hiciera Raquel. Era injusto para ella, para mí y para los meses que llevábamos labrando una relación sin fisuras.

Por eso no quise mirarla más segundos de los que exigía la mera educación durante la noche en el bar. Sin embargo, lo incumplí cuando, subida al escenario, recorrí la sala con los ojos y me la encontré bailando con su amiga. No coordiné el siguiente paso ni el latir de mi corazón. También sabía bailar, aunque seguro que lo negaría, porque si no era capaz de reconocer que se le daba bien cantar y tocar la guitarra, no lo haría con el baile. Tampoco quise hablarla, a pesar de que fue un comportamiento infantil y corría el riesgo de parecerle una gilipollas, pero apareció en la barra y me propuso un paseo de vuelta a casa en su compañía que de verdad quise rechazar, pero simplemente no supe.

El sábado me desperté con resaca emocional y la cabeza a punto de explotar. Me había pasado la noche descifrando mis propios sentimientos y me había quedado totalmente expuesta, en carne viva, notando el escozor en cada milímetro de mi piel. Si Dama tenía razón, si lo que había despertado la voz de la rubia no solo era por cómo cantaba y demostraba que no estaba en el punto que creía con Raquel, entonces tenía muchos más problemas y una conversación muy difícil con ella por delante. Y también estaba en lo cierto al decir que debía ser sincera, porque se lo merecía, pero me sentía tremendamente culpable. Cada mirada, cada gesto, cada minuto que pasaba pensando en mi vecina y en las ganas de volver a encontrármela me hacían sentir una persona horrible. 

Aún estaba en la cama, y con muy pocas intenciones de moverme de allí, cuando cogí el teléfono para revisar los mensajes. Eran muchos. Los de los grupos fueron ignorados al instante, a excepción del de mis mejores amigas, que además había tenido bastante actividad durante la madrugada y, entre todas las palabras, también había unas cuantas fotografías. Claudia y Mónica abrazadas sin soltar las copas, un selfie en grupo y, finalmente, la que más llamó mi atención. De primeras parecía una simple instantánea tomada al bullicio del bar, con mucha gente bailando y bebiendo por ahí, pero con un poquito de zoom atisbé lo importante. Dama y Aitana en mitad de la pista muy, muy, pegadas. Salí de esa conversación y entré en la de Claudia. "Dama la ha vuelto a cagar", leí. De inmediato supe a qué se refría y cómo había transcurrido la noche. Mi amiga se conectó a los segundos de haber recibido mi "¿Qué pasó?".

(Des)acompasadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora