SUMISIÓN

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- Si, mi ama - atinó a decir antes de escuchar el silbido agudo del látigo en el aire. Ese sonido lo conocía muy bien: presagiaba el ardor en sus glúteos firmes y magullados.
- Sabes que esto acaba con la palabra de seguridad - susurró a su oído esa mujer que lo dominaba en cuerpo y en alma... su vida le pertenecía. Él solo atinó a contestar, casi inaudible, un "no" débil pero rotundo. "Quiero más", jadeaba sin descanso. Su corazón galopaba al ritmo acompasado de su aliento desbocado.
Ella sonreía diabólicamente satisfecha (aún no quería aceptar que él también era su vida entera). Levantó el rostro del muchacho que hasta ese momento estaba pegado al piso; lo hizo con violenta dulzura. Miró directa y fijamente a esos bellos ojos rasgados nublados por el tormento y el placer. "¿Quieres más?", dijo ella firme y poderosa... - Sssi - alcanzó a pronunciar en un tono tembloroso. La dominadora clavó sus uñas en la cara del sumiso profiriendole un dolor aún más agudo del que ya sentía... pero ese dolor era el punto cúlmine de su virilidad aumentada en grosor y calor. Ella  sin vacilar, penetró la boca de su esclavo con su lengua salvaje, dejándolo sin respiración,  atormentando cada uno de sus sentidos. Él luchaba desesperado por soltarse del amarre perfecto que su ama había hecho a sus manos, ahora pegadas y adormecidas a su espalda; más esa batalla entre querer zafar y poseerla y quedarse manso y ser lastimado danzaba en su mente una y otra vez, como la figura de baile de una caja de música.
En un instante preciso, él sintió la mordida tenaz de los dientes de ella, y una fina línea roja bajó hasta su barbilla, sintiendo la sangre cálida correr  sin control, también, dentro del vestíbulo bucal.
En ese instante, la víctima se volvió victimario: una descarga de adrenalina le proporcionó la energía suficiente para desatar la cuerda de sus manos y con la destreza de un profesional, abatió a una mujer sorprendida, divertida, excitada, que se volvía cada vez más sumisa. El dominado, ahora convertido en dominador, sujetó con  fuerza descomunal las muñecas de la dominadora, ahora dominada.
Era el turno de su gloria: ella lo sabía y saboreaba el dulzor de la violencia convertida en sexo y sudor.
- ¿Es esto lo que querías? - preguntó un hombre dominado por la lujuria y la ferocidad sellada en su mirada. Ella solo movió frenéticamente su cabeza en un asentimiento casi infantil. El se inclinó hacia la cuenca entre el cuello y la clavícula, asestando suaves y tiernos besos, arrasando con cada centímetro de piel con su lengua, bautizando sus senos con oleadas de saliva; hasta llegar al centro de la sonrisa vertical de ella, prodigándole los ósculos más tiernos que ella haya podido imaginar.
- Dime amor, en estos momentos, ¿esto es demasiado tormento para ti? - preguntó el dominante a su sometida. Ella, envuelta en una nebulosa de deseo y amor, solo atinó a musitar: "si  mi amo".

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