Transformación

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Tener sexo con ella era algo magnífico; todas las veces parecía la inicial. Lo fue hasta que se transformó en la primera vez... la mía.
Y allí fue que, hacer el amor con ella era la gloria.
Siempre era yo el que tocaba, apretaba, marcaba, penetraba.
Su cuerpo era el cuenco que recibía y se llenaba de mis tensiones, frustraciones; paralelamente, absorbía toda su energía que parecía estar reservada solo para mí.
Sus miradas eran solo eso al principio, una expresión de lo que solo yo quería interpretar: lujuria, desenfreno, indiferencia.
Pero el pasar del tiempo hizo que todo cambiara, pues ella también sabía tocar, succionar, morder... mi alma.
Me marcó como quien lo hace con un animal para demostrar valía y propiedad.
Quien penetraba a alguien, esa era ella, pues lo hacía desde su mente y su delicadeza.
Quien era usada pasó a usar. Quien consumía impiadosamente energía terminó consumido en el amor. Quien exterminaba todo vestigio de esperanza terminó desvastado como campo arrazado por desolaciones y melancolías.
Terminó cansandose de tanto abuso, tanto, que se levantó de mi cama y mi espíritu, batiendo sus alas hasta desaparecer en el horizonte.
Cada noche la recreo en las sombras de mi habitación y trato de arremeter en contra de ese recuerdo que quema peor que un fuego fatuo.
Y ella solo se ríe entre la bruma y las lágrimas y vuelve a entrar en mi pecho dejándome sin aire y sin vida.
E insisto en tocarla como en el ayer mientras acaricio mis partes íntimas en un intento de llegar a su piel de cielo.
Sin embargo, todo es en vano, la mañana trae la realidad, la desesperación y un pequeño anhelo que me vuelve un tonto por pensar en que ella volverá.
Solo me siento frente al ventanal de mi futuro y desgarro mis ojos en una lluvia incontenible, mientras que de mi muda boca apenas se escapa un débil "te amo".

EratosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora