EL CAZADOR Y LA DRÍADE

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De todas las dríades que habitan este bosque, Demian - el mejor cazador de las huestes de Artemisa - se  enamoró de la más bella: Rocío. Cabellos infinitamente largos como las ramas de los sauces y negros como la noche cerrada; ojos brillantes cual luciernagas taciturnas, de mirada tierna y penetrante como las de un cervato; labios gloriosos, tallados por las mismísimas manos de la diosa regente de la caza.
Demian cayó preso en las redes del encanto de esta ninfa etérea. Mientras perseguía un jabalí incansablemente  una flecha perdida lo hirió mortalmente, amenzando con poner fin a su existencia. El muchacho sentía cómo la sangre abandonaba su cuerpo para ser reemplazada por el gélido elixir de la muerte; su mirada, ya extraviada hacia la nada, solo le permitía visualizar lo que su último aliento le permitía. Creyendo ya su final, sintió como una cierta calidez indescriptible inundaba todo su ser desde el hueco abierto ensu pecho hasta lo más profundo de su alma. Ese instante fue en el que las Moiras no pudieron conrtar el hilo de su destino: Rocío fue a su encuentro, salvándolo del trágico final que le esperaba, curándole cada herida en su cuerpo y su corazón.
El hábil cazador fue apresado bajo las prominentes y generosas caderas de esta deidad del bosque; cada vez que invadía con su  virilidad en su delicada, estrecha y profundad femineidad se sentía eterno, un dios para su mágica criatura. Se convirtió en el esclavo fiel de sus turgentes senos que saben a miel de ocal, disfrutando saborearlos en cada rito de amor y excitación.
Desde entonces, Demian venera con vehemencia y pasión la figura y esencia de la dríade Rocío, convirtiéndose así en el guardián de sus sueños, aquellos que sólo él  sabe habitar, seducir y penetrar.

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