SIN CONTACTO

66 11 3
                                    

Los ojos vendados. Solo oscuridad. No veo... pero siento. Agudizo el resto de mis terminales sensoriales, aguardando un momento que no se define... todavía.
El silencio reina a mi alrededor. Experimento el escozor de mi piel descubierta, de mi ser desnudo. Es algo incómodo pero a la vez exasperadamente sensual: una temperatura incierta que recorre mi cuerpo. Todo hace pensar que no hay nadie más que yo en esta habitación. Solo seguí las instrucciones escritas en un papel estratégicamente dejado en el suelo. Las tablas del parké son insoportablemente suaves, ¿o será que mi sensibilidad está llegando al borde de lo inverosimil?
De repente, mis muñecas son tomadas con veloz destreza y son apresadas por (lo que logro percibir) finas tiras de seda que se ciñen fuertemente y que, aunque quisiera, no puedo desatar. Cada tirón que doy se sujetan aún más. Esto me confunde pero eleva mi deseo irracional. Trato de entender... pero descubro que no quiero... no quiero entender... quiero sentir... Mente en blanco... corazón en negro rojizo sin control... y me toma por sorpresa una leve brisa tibia en el lado derecho de mi cuello... huele a menta y calidez. Los micromúsculos de cada bello corporal se contraen espasmódicamente, estremeciéndome sin piedad, elevando de a poco mi masculinidad; las vermes venosas aumentan su diámetro increíblemente... duele allí, en el pubis, en su prolongación. Quiero articular "ayúdame", pero mi boca se niega, perversa, a emitir cualquier vocablo: disfruta enmudecer ante  el desquicio de presión y ardor en mi bajovientre.
Una lengua surca mi oído, traspasándolo impiadosamente. No hay más contacto que el del músculo lingual, el aliento cerca de mis sienes y las palabras susurradas que retumban en los tímpanos confundiendo al nervio auditivo y trastorna mi cerebro. Sé muy bien quién provoca todo esto; sin embargo, pretendo ignorar aquella identidad que en la normalidad me llena de paz... pues no conozco a esta entidad divina de la intimidad y ¡Dios! ¡Cómo se complementa a la otra mitad siendo radicalmente distintas!
Quiero cavilar cada segundo de este tiempo, pero un murmullo sostenido en el umbral de mi cordura me invita a soltar un gemido gutural excitante y desesperado... Sin contacto, esta nueva mujer que acabo de descubrir me llevó al clímax en caída libre y sin control. Lo único que sé es que ya no volveremos a ser los de antes: ahora somos mejores.






EratosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora