Eratos

PERRO

Quién te dió el derecho a tirar de la correa?
Quién te dijo que podías acariciarme la testa y mesar mis cabellos?
Quién te autorizó a tocar la campanilla que me hace salivar sin tener hambre de deseos, hambre de tu intimidad?
Quién te advirtió que debías adiestrarme para pararme,  sentarme, hecharme, tomarme y hacerme tuyo?
Me he convertido en tu mascota; tus piernas alrededor de mis caderas aprietan tan intensas como el collar ahorca al perro cuando quiere zafar de su prisión. Y luego me ofreces tu cariño, diciendo: "buen chico! Mamá te dará un premio", y mi corazón se deshace en jadeos incoherentes anhelando ese regalo que llega de a gramos imperceptibles.
Me he mostrado leal, guardián, hasta letal por ti... tu solo te ríes ante mis acciones... pero no adiviertes que este perro, más que eso, es un lobo salvaje que ha aguardado el momento en que bajes la defensa y te deshagas de tu traje de ama... y te acorrala, disfrutando de esa mirada rebalsada de estupor y miedo... y te olfateo y saboreo el dulce de tu adrenalina y lo intenso de tus feromonas... y luego lamo tu cuello que se siente tibio y acelerado, bajando hasta el centro de tu pecho, que sube y baja rápidamente, como queriéndo explotar.
Y tus manos tan demandantes, por qué ya no azotan? Te has quedado sin recursos?
Este horror que te embarga me hace magnánimo, pues detrás de él hat una chispa de perversidad y placer.
Y es en ese momento que llego hasta tu sexo ardiente y humedo y lo reclamo como solo mío cuando mi dura y firme virilidad irrumpe en tu vestíbulo rosa y te arranca el sonido de un gemido frenético... y embisto sin piedad, observando como tu rostro cambia a mil expresiones en segundos.
Y en el punto cúlmine del éxtasis te desgajas en millones de fragmentos, aullando mi nombre, estremeciendo cada músculo de tu fisonomía y la mía... y logro volcarme en tu interior sin tener ni un mínimo atisbo de arrepentimiento.
Dime, ahora, quién tiene derecho a reclamarte como mascota?