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Manhattan, Nueva York.

—Vaya... —añadió Joy con una sonrisa risueña y William la sujetó de la muñeca para que se sentara en su regazo—. ¿Qué se siente ser un abogado tan importante y atractivo? —inquirió, enseñándole la revista que compró hace unos minutos y William hizo a un lado el objeto para poder besarla.

—Nada se siente mejor que esto —admitió con satisfacción y la castaña rio por lo alto cuando la rodeó firmemente en sus brazos.

—Tu hermano debe estar muy orgulloso, estás logrando mucho en muy poco tiempo. El bufete de abogados debe ser muy importante para ti, cambiaste mucho desde la segunda lectura del testamento. —Lo sintió tensarse—. Estoy muy feliz por ti.

William forzó una sonrisa y unió sus labios con suavidad, preguntándose si algún día tendría el valor de contarle el por qué decidió cambiar su estilo de vida de manera tan repentina.

—¿Qué sucede? ¿Por qué de pronto te siento tan extraño?

—A veces me pregunto si querrás quedarte a mi lado después de conocer la horrible persona que fui hasta hace un tiempo.

—Todos cometemos errores.

Pero los suyos no tenían perdón, al menos no desde su punto de vista.

Sonrió con picardía cuando Joy guio su mano bajo su falda y sin necesidad de tener una guía escaló por sus muslos y le robó un suave suspiro al frotar sus dedos contra la fuente de su placer.

—¿Sin braga, cariño?

—Es un regalo —soltó con esfuerzo, dándole la espalda para separar las piernas e inclinar el cuerpo hacia adelante—. Cerré la puerta con llave.

Dios santo, Joy era insaciable y mentiría si dijera que eso no le encantaba. Con una sonrisa perversa en el rostro se abrió los pantalones y se los bajó hasta la mitad de los muslos para después sujetar a la castaña y sentarla sobre su erección, uniendo sus intimidades.

—Me gusta estar así —admitió ella, tirando el rostro hacia atrás para besarlo.

Él también amaba tenerla entre sus brazos, Joy le trasmitía la paz que llevaba años sin sentir, pero... ¿Ella se quedaría a su lado cuando le contara el más grande de sus pecados?

Sabía que, si quería, podía llevarse ese secreto a la tumba, pero él no era tan miserable como para hacer algo así y lo último que quería era que su relación con Joy empezara con mentiras y engaños.

—Te extrañaré tanto —susurró contra su boca—. ¿Me echarás de menos? En una semana todo esto acabará.

No le dio una respuesta y en su lugar profundizó el beso y separó aún más las piernas femeninas, logrando que su miembro se deslizara entre sus labios. Empezó un suave vaivén que finalizó cuando Joy rompió el beso y se apoyó sobre el mueble, arqueando la espalda.

—Tómame.

—¿Lo quieres? —jugó un poco, paseando su miembro por la entrada de su canal y la escuchó lloriquear. Subió un poco más y empujó en su segunda entrada, sintiendo su tensión. Regresó a la primera—. Aquí lo tienes, mi amor.

—¡Ah! —El mueble tembló y Joy se aferró al mismo mientras William la poseía sin control alguno, dándole lo que tanto quería mientras rodeaba su hermoso trasero y subía sus caricias hasta aferrar la estrecha cintura—. Más, dame más —suplicó y abandonó su lugar, aprisionándola contra el mueble mientras aceleraba sus movimientos.

Él le daría todo lo que ella quisiera.

—¿William? —Guillermo llamó a la puerta y ambos se petrificaron, pero ninguno hizo el ademan de separarse—. ¿Estás ahí?

Déjame Sentirte 2 *Almas perdidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora